¿Por qué las mujeres que reclaman, discuten subrayan sus derechos y posiciones en ámbitos de orden público resultan repetitivas y cansadoras, para quienes supuestamente ya comprenden las razones? Otra vez con la misma historia con el cuentito de que la violencia simbólica, que la búsqueda incansable de la libertad, que el respeto intelectual, que las feministas…
La repetición se da en este caso por una causa; y es que el mensaje queda constantemente bloqueado, trunco por algo que supera al género y a la comunicación en sí. Hay un mensaje subliminal que funciona como lugar ridiculizado, donde la discusión se disuelve en pos de pasar a otro plano. ¿No será que, para destrabar el inconsciente colectivo construido por miles de años de imposibilidades culturales, debemos caer en la pesadez y la reiteración, por falta de un triunfo verbal definitivo en esta lucha contra el tiempo?
Aquellos que, incluyendo al género femenino, consideran que porque las mujeres trabajan, votan, ocupan cargos públicos, deciden cuando procrear; ya no tiene sentido seguir hablando del tema, puede que tengan que profundizar el análisis y volver a mirar con otros ojos quienes son lo que se sientan en la mesa de negocios por el poder real. O bien analizar por donde pasan los agravios cuando una mujer se enfrenta a esta estructura.
Quienes así razonan, quizás ya se han olvidado, que no hace tanto tiempo que es un tema de agenda política, (y sospecho que sin presidenta mujer se hubiese hablado menos), que no hace demasiado que tenemos pleno acceso a la educación, esto incluye la aceptación familiar y la transmisión cultural de la no exigencia sobre el sustento económico, “lo mejor que te puede pasar es casarte con uno de guita”. O simplemente no perciben el drama intrínseco de cargar en el cuerpo la impotencia de haber sido históricamente objeto de reproducción, reposo, represión y silencio, por haber acopiado fines y objetivos ajenos, por haberse (nos) comportado creyendo que era “eso” lo que querían y lo que les gustaba, cuando en realidad nada habían aportado al sistema que determinaba los valores y reconocimientos, además de tener que responsabilizarse de todo esto en el discurso. Quienes están convencidos que este planteo es cosa del pasado ¿están realmente en condiciones de sentirse cansados de lo mismo? Preguntarse por si significa algo ser mujer es semejante a preguntarse por cualquier grupo de pertenencia y si bien nada lo define en términos absolutos, algo debe significar, algo deberá influir el hecho de serlo.
Imaginando que efectivamente exista una continuidad generacional que cargamos en una mochila que pesa en las espaldas y que es preexistente al nacimiento, pues entonces transportamos al andar a las mujeres zulúes que eran secuestradas por los reyes como objetos sexuales para producir niños al igual que una máquina de hacer botellas. A las mujeres atenienses que eran consideradas animales a domesticar y prendas de transacción comercial. Llevamos a cuestas las historias trágicas de las mujeres que intentaron revelarse, aquellas que llamaron locas, brujas, ninfómanas, putas, esas queterminan “mal”.
Se piense como se piense, la repetición que padecen las mujeres que expresan un descontento forma parte de la circularidad cultural en la que se han visto inmiscuidas por tantos años y que se ve expresada una lógica que no les pertenece. James Redfield pensando en las mujeres clásicas pone en palabras este patrón; “ante la pregunta de porque las mujeres no toman parte de la vida pública, se responde: porque ellas no hacen la clase de cosas que conforman la vida pública. Entonces ¿por qué las mujeres no hacen esas cosas? Porque estas cosas no son adecuadas para que las mujeres las hagan. Las premisas se demuestra sí mismas”.
Para salir de la trampa circular se necesitan de otras respuestas, respuestas conclusivas con un correlato en la práctica que destierren por completo la situación de tener que demostrar continuamente nuestras capacidades, quiénes somos y cómo somos. Dejar definitivamente de sentir que tenemos que justificar nuestros actos. Combatir al tiempo.