Por Walter Barboza
El “Chicho” se dispone a resistir. Es el corolario de un gobierno socialista que lucha por mantenerse firme frente a la amenaza de una de las dictaduras más reaccionarias del Conosur. El “Chicho” no está solo, detrás de él sus hombres de confianza y detrás de ellos los trabajadores, los campesinos, una porción importante de la intelectualidad de su país, estudiantes, docentes, artistas y trabajadores de la cultura.
Es la conjugación de los sueños de quienes creen en una patria más justa, libre y soberana. El “Chicho” es la síntesis de ello y la contracara de quienes sienten por él un odio visceral: Los sectores medios, medios altos, la oligarquía, la jerarquía eclesiástica y amplios sectores de las Fuerzas Armadas, el diario El Mercurio. Los que niegan tierra para los que no la tienen, salario para el que lo reclama, educación pública para los que la desean, salud para los que les hace falta.
¿A dónde ir si el cerco se cierra? Si las patronales insisten con el lock out, con el desabastecimiento, con la crítica infame. 1973 no es un buen año y se lo hacen saber en las calles. La primavera no será de los pueblos para este delgado pero extenso país de Sudamérica. El águila yankee tiene a sus chacales operando. Henry Kissinger, secretario de estado norteamericano, lengua filosa, inescrupuloso; la ITT, las compañías norteamericanas, diplomáticos de los dólares, diplomáticos del garrote dispuestos a todo. La democracia es apenas un enunciado por estos páramos.
Pero el “chicho” resiste y gana con más del 40% por ciento las elecciones legislativas luego de haber sido electo presidente con menos del 40%. Y ello, que debería en la teoría política garantizar un incremento del consenso, del apoyo y de una profundización del proceso democrático, le juega en contra, irrita a sus adversarios.
Y en ese resistir insiste desde su potencia discursiva en que de la Casa de la Moneda lo sacaran solamente “acribillado”. Lo pone de manifiesto en un discurso tumultuoso del año 1971. Sólo él, y tal vez sus colaboradores más cercanos lo sabían, las contradicciones son muy fuertes en ese país que debe su independencia al general San Martín y su desarrollo económico al cobre. Tan es así que en uno de los tres días en que el Comandante Fidel Castro visita esa nación le espeta: “para hacer una revolución socialista se necesita derramar sangre”. Pero el “Chicho”, con la tranquilidad que lo caracteriza, le contestará que las grandes transformaciones que quiere llevar adelante en su país las hará por la vía “democrática”. El “pijama de madera” del “Chicho” ya tiene medida y fecha de estreno.
La perfidia será consumada el 11 de septiembre de ese año. Un complot con el apoyo de las compañías norteamericanas, la CIA, el empresariado local y las clases dominantes chilenas. Salvador Allende, el “Chicho”, verá naufragar su proyecto de avanzar hacia el socialismo por la vía democrática. La ignominia en la que los sumergen es tan devastadora, que ni siquiera el prestigio que gana internacionalmente le es útil para evitar el golpe de estado. Se lo ve decidido y dispuesto a mantener su honor.
Con un casco de guerra y la ametralladora que le regaló Fidel Castro se pasea por el interior del Palacio de la Moneda. El infame Pinochet le pide que se rinda y ofrece sacarlo del país junto a su familia. El muy ruin, en contacto radial con quienes supuestamente comandarían la operación para sacarlo del territorio chileno, les ordena que una vez arriba de deshagan del “huevón”. Ya no hay respeto por el Allende, que sólo pasara a la gloria por su firme decisión de rechazar la oferta de los militares golpistas y de resistir el bombardeo militar hasta morir.
En sus minutos finales dirige a través de Radio Magallanes su último y más conocido discurso, en el que señala: «¡Yo no voy a renunciar! Colocado en un tránsito histórico, pagaré con mi vida la lealtad del pueblo. Y les digo que tengo la certeza de que la semilla que entregáramos a la conciencia digna de miles y miles de chilenos, no podrá ser segada definitivamente!”
Después ordenará a la treintena de personas que lo acompañan en La Moneda que se rindan, que salgan primero las mujeres y que él saldrá después. Lo que vendrá, minutos después, será su suicidio y la incomprensión, en revisión histórica, sobre la verdadera dimensión del golpe de estado contra Salvador Allende, presidente socialista electo a través del voto popular; pues sus implicancias fueron el preludio de lo que acontecería años después en la Argentina y el resto de América Latina.