Si se pretende rastrear datos o informaciones, sobre la historia de nuestro continente en tiempos del virreinato, la literatura posible de abordar resulta bastante escasa. Sobresale una colección de narraciones que llevó el nombre de Lazarillo de ciegos y caminantes desde Buenos Aires hasta Lima, que fuera escrita por Alonso Carrión de la Vandera, aunque firmada con el seudónimo Concolorcorvo, que correspondía a un indio llamado Calixto Bustamante, quien fuera un asesor privilegiado de la Vandera. Todo indica que el Lazarillo fue editado en 1773 en Gijón, y tres años después en Lima.
La Vandera nacido en 1715 en Gijón fue un alto funcionario del por entonces virreinato del Perú, pero a su vez un viajero y cronista del nuevo continente.
Cuando en 1936 Walter Benjamín escribiera el opúsculo El narrador, tal vez nunca haya sabido de la existencia de Alonso Carrión de la Vandera, pero tal como el filósofo berlinés definiera al arte de la narración, esta iría a coincidir asombrosamente con la obra del relator de las indias.
“En todos los casos, el que narra es un hombre que tiene consejos para el que escucha. Y aunque hoy el «saber consejo» nos suene pasado de moda, eso se debe a la circunstancia de una menguante comunicabilidad de la experiencia” afirma Benjamín, haciendo principal hincapié en la narración como un acto donde se transmiten experiencias. El viajar es por lo tanto una fuente inagotable, y es a partir de la movilidad, donde el narrador encuentra el principal material de su cosecha.
La Vandera comienza su serie de relatos, con un Exordio, donde da precisas definiciones acerca de las características de lo que serán sus narraciones.
“Los viajeros (aquí entro yo), respecto de los historiadores, son lo mismo que los lazarillos, en comparación de los ciegos” afirma asegurando que éstos últimos necesitan de los primeros para “que dirijan sus pasos y les den aquellas noticias precisas para componer sus canciones, con que deleitan al público y aseguran su subsistencia”. La Vandera no esconde sus pretensiones, y afirma que sus “observaciones sólo se han reducido a dar una idea a los caminantes bisoños del camino real, desde Buenos Aires a esta capital de Lima, con algunas advertencias que pueden ser útiles a los caminantes, y de algún socorro y alivio a las personas provistas en empleos para este dilatado virreinato” razón por la cual “este tratadito” llevaría ese nombre.
Concolorcorvo tras el exordio nos hablará de Montevideo, los gauderios y Buenos Aires, en un tiempo donde aún no existía el virreinato del Río de la Plata, el cual fue constituido definitivamente el 27 de octubre de 1777.
El relato es de unos pocos años antes, y tal vez su mirada podría resultar despectiva, pero lo que hace es solamente describir lo que veía en los lugares donde llegaba. Benjamín afirmaba “que la mitad del arte de narrar radica precisamente, en referir una historia libre de explicaciones” Concolorcorvo describe: la abundancia de alimentos en Montevideo, la presencia solapada de contrabandistas que montan una pulpería para encubrir su poltronería, la existencia de sacerdotes sin el sínodo del rey, la existencia de los gauderios que pueden subsistir gracias a dicha abundancia. En la costa oeste del Río de la Plata, Buenos Aires con una pobre arquitectura, mientras que Córdoba mostraba una vida opulenta. De esta forma el narrador viaja hacia el norte por el camino real intentando señalar advertencias útiles para los caminantes bisoños, donde se pueden encontrar tanto referencias culturales, como económicas o geográficas.
El Lazarillo de los ciegos caminantes, es una obra obligada para rastrear nuestras raíces suramericanas.