Por Carlos Sberna
La miran fascinados. Observan atónitos a quien los recogió de las profundas aguas del mal; a quien fue héroe junto a su Capitán, junto a ese ser que condujo la vida hacia la vida; el mismo hombre que escupió a la muerte en su cara. Su nombre debería forjarse en aquella avenida que fue abismo, con maldad y trampas a cada paso.
Pasajeros se acercan y lloran con sonrisas agridulces, agradecen mirando a un cielo límpido que ayer fue ensayo del infierno.
Su corazón de hélices fue abrigo en una ciudad helada y moribunda, en aquél torrente improvisado y furioso.
Y el Capitán extendió sus brazos, una vez más
Y se abrazaron vivos, sin palabras, sin aliento.