El esbirro de Astiz, cobarde e incapaz de levantar su fusil contra el enemigo imperial británico durante la guerra de Malvinas, se ríe y desliza una mueca. En su fuero íntimo está lleno de odio. Tiene entraña mala. Se burla de la decisión del tribunal que lo condena a perpetua, por las atrocidades de los crímenes que cometió durante la dictadura militar en la Argentina desde el año 1976 y hasta 1983.
Quedará, junto al “Tigre” Jorge Acosta, Antonio Pernías, Ricardo Cavallo, Jorge Radice y Oscar Montes, en una cárcel común. Alojado allí, y si su condición human lo permite, revisará su accionar represivo y el desfiladero de hombres y mujeres que soñaron con construir una sociedad más justa: Rodolfo Walsh, Azucena Villaflor, las monjas francesas Alice Domon y Léonie Duquet. Hombres y mujeres provenientes de distintos orígenes sociales, culturales y políticos, quizás más anónimo y menos emblemáticos, pero que fueron parte del proceso de transformación profunda que intentó llevar adelante toda una generación de militantes políticos y sociales.
La condena llega en un momento particular de la historia y en días coincide con varios acontecimientos que sintetizan la experiencia histórica de los últimos treinta años. El aniversario de la muerte de Néstor Kirchner, el presidente que con decisión política resolvió avanzar sobre el pedido de justicia de familiares y organismos de DD.HH. y saldar su propia historia generacional; la reelección de Cristina, que confirma que la orientación del proceso político, en la que esos juicios quedan inscriptos, es la acertada y la reunión de Cristina con el Presidente de los EE. UU., pedida por el propio Obama.
Cuando Néstor Kichner asumió la presidencia de la Argentina en 2003, dijo claramente “y un día volvimos a la plaza”. Era una elipsis que, paradójicamente, expresaba con claridad el sentido de la llegada de un militante de los años ´70 a la Casa Rosada.
Sin ánimo de revancha, y con la claridad de profundizar el sentido de un proceso político plenamente democrático, Kirchner reivindico a sus compañeros y por ellos avanzó. Y esa configuración social y política, renovada y novedosa, permitió construir una nueva mirada, un nuevo sentido común.
Un rasgo central de sus posiciones juveniles delata el carácter antiimperialista de la época. Y como una paradoja, que place y genera cierto regocijo, los funcionarios del presidente Obama se comunicaron con los diplomáticos argentinos para pedir una reunión con Cristina. ¿Alguien hubiera imaginado este escenario en los ´70? ¿Acaso estamos en condiciones de dimensionar lo que significa en términos políticos este encuentro? ¿O sólo consideramos que se trata de una de esas tantas reuniones que los jefes de estado norteamericanos acostumbran realizar?
Atrás, lejos en la línea del tiempo, quedan la “diplomacia del dólar”, la “política del garrote”, la “política del buen vecino”, las “economías de enclave”, los “economías de monocultivos”, “las relaciones carnales”. Ahora es tiempo de autonomía, de autodeterminación, de crecimiento del mercado interno, de distribución justa y equitativa de la riqueza, de desarrollo industrial, de la gestión de un gobierno nacional que se define como “no-neutral”.
Ello, vale la pena la contemplación, estará presente en la reunión entre Obama y Cristina, entre el jefe de estado de un país que poco produce y mucho importa, y la jefa de estado de un país que decididamente torció el rumbo de la historia. Un testigo directo y protagonista, Néstor Kirchner, ya no puede ser testigo pero el pueblo se lo reconoce, el otro, el perverso Astiz, no es más que la triste marioneta de un tiempo ido. De los que empezaron a perder.