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Walter Barboza

“La historia no se escribe en línea recta, tiene marchas y contramarchas, por eso tenemos que tener claridad. Después de vivir una Argentina dividida, tenemos la necesidad de encontrar la unidad nacional, más aún en este mundo complejo y con la oportunidad histórica que se nos abre como país y región”.

Ello como concepto es claro. Como propuesta tiende a convocar a la profundización del proyecto nacional, popular y democrático. Como discurso, un fragmento que evoca las grandes gestas de la historia de este país y que tiñe de épica al desarrollo del proceso político de Argentina y América Latina.

A ojos vista, independientemente de que se machaque a diario con pequeñas anécdotas como el precio, y la escasez de la yerba, la calle indica otra cosa. Buen humor, expectativas por la re-estatización de YPF (ahora YPF Argentina), y perspectivas por desentrañar cómo seguirá el año si éste comenzó con una medida tan fenomenal como la de la recuperación de una compañía considerada estratégica para el desarrollo nacional.

No fue el fin de la historia aquello que como país nos pasara en  la década del ‘90, fue, tal vez, un momento de repliegue de los sectores populares a la espera de recuperar el protagonismo que permitiera recrear un sentido común perdido. Pues ahora nadie duda de la intervención estatal, ni siquiera los legisladores de la oposición que, con apenas unos tibios gestos, decidieron dar su apoyo al proyecto del gobierno nacional. Claro, se entiende, se comprende, si la lógica que impera es la de la mezquindad cualquier decisión política solo quedaría sujeta a meros intereses de coyuntura. Pero si esa lógica se supera por una visión de largo plazo, lo que queda es proyectar un estado-nación para los próximos 30 años.

En ese contexto es que Cristina refiere en su discurso a las jóvenes generaciones que con entusiasmo, y vitalidad, se sumaron al proyecto político que ella conduce. Lo del estadio de Vélez fue un reflejo, aunque allí faltara una porción del movimiento obrero que, al igual que cualquier escenario nacional, es el centro de fuertes disputas. No es necesario aclararlo, pero sí recordarlo: todo escenario político con signos de encaminarse hacia un proceso de fuertes transformaciones sociales, como el que vive la Argentina, no está exento de contradicciones. Las disputas se perciben hasta en los clubes de barrio. Y ello no es nocivo para el avance del mismo, sino un ingrediente que nutre y enriquece, porque a la largo del mismo esas contradicciones darán lugar a nuevas síntesis que no anulan a los opuestos, sino que los abarca y contiene. De un modo u otro, quienes están adentro pujan en una unidad cuyo rasgo central es la diversidad. Las extracciones políticas, sus tradiciones, sus signos, la simbología, emergieron en las columnas de manifestantes que se movieron hacia la cancha de Vélez, como muestra evidente de lo que ocurre en el país. Aunque a Moyano le duela, los que se movilizaron también fueron los trabajadores, aunque muchos de ello ingresen en una categoría que los ubica cómodamente por encima de los niveles de pobreza. Seguramente muchos de los manifestantes coincidirán con Moyano, y con un sector muy importante de la Central de los Trabajadores de la  Argentina (CTA), que hay que apostar al “modelo”  si es que realmente el conjunto del pueblo quiere avanzar hacia una distribución equitativa del ingreso. Estimular el consumo, fortalecer el  mercado interno, apostar al desarrollo industrial autónomo, controlar el Banco Central, las cajas de Jubilaciones, propiciar un control estricto respecto de las divisas que ingresan al país por las exportaciones, reconocer la igualdad de derechos por cuestiones de género o identidad sexual. Un estado moderno, además de administrar los recursos, genera riqueza. La gente que fue, entiende que la disputa con Moyano puede resultar una falsa antinomia. Hay que estar donde la historia exige que sea necesario estar.

La algarabía para algunos medios de información parece agotarse. Hablaron de gente arriada como ganado por los intendentes del conurbano, obviando que la masividad de la movilización implicaba estar temprano para ubicar un sitial de privilegio. Molesta el color de piel y el hedor de la América profunda que invade las calles de la ciudad de Buenos Aires. “Esa gente que desordena el tránsito y deja restos de suciedad esparcidos por los cordones de la vereda. Llegan temprano y se van tarde. Parece que no trabajan”. Se trata de discurso perimido cuya construcción simbólica entró en un callejón sin salida. Ya no hay manera de ocultar el sol con las manos. Ni siquiera el poder de penetración de los medios puede con el pueblo que cada vez es más parecido al mar: parece que se va, pero siempre vuelve.

 

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