¿Quién no ha temido alguna vez cruzar esa delgada línea de la cordura? Ese límite tan arbitrario. ¿Qué supone que suene el silbato, que pasaste el umbral? ¿Quién lo decide? Las lógicas del encierro son uno de esos “misteriosos conocimientos” que la sociedad consiente en silencio, no se ignora la realidad de los neuropsiquiátricos, pero mejor no hablar de ciertas cosas…
La nueva ley de salud mental, aprobada hace más de dos años, reconoce la autonomía de las personas con padecimiento mental y su capacidad para decidir sobre lo que desean, recomienda la internación como recurso terapéutico a utilizarse solo en situaciones excepcionales y en hospitales generales. Sin embargo, en el gigante dormido, Hospital Neuropsiquiatrico Dr. Alejandro Korn, más conocido como “el Melchor Romero”, la realidad parece muy ajena a la ley. Realidad que comparte con muchos otros psiquiátricos del país.
Hace poco más de dos años, unos “locos sueltos”, estudiantes universitarios de Psicología, Periodismo, Bellas Artes, Biología, Arquitectura entre otras, comenzaron a asomarse por el Melchor y ponerle el cuerpo y el alma a un movimiento que creció bajo el nombre de “Desheredados de La Razón”. La apuesta es fuerte, es darle vida, “vientos de libertad” a más de 750 internos. Hoy, con cuatro talleres (Teatro, Expresión corporal, Literatura y radio) llegan a trabajar con el 10 por ciento de los pacientes.
Veinticinco jóvenes, Deseheredados de La Razón, autoconvocados y autogestionados, reabrieron un espacio en el psiquiátrico que estaba abandonado, Teatro “Polo” Lodefudo , poniéndole color y movimiento con cuatro talleres semanales. “La idea es poder ir aportando al proceso de externación. Hay un gran hueco en cuestiones de salud mental, formas de atención y contención previas a una internación. Nos encantaría que haya más gente que se sume, hoy somos los que estamos y hacemos lo que podemos” afirma Juan Pablo Banfi, Desheredado, estudiante de Psicología.
Estos jóvenes, que se enfrentan a lógicas perversas de intereses económicos, farmacéuticos y de poder, trabajan con un emblema “romper con la lógica social que se materializa en el manicomio”. A su vez transciende los muros al compartir, intercambiar y pensar la problemática de la “locura” enclaustrada en los espacios de encierro y “terapias” de exclusión para cambiar la realidad de la forma de trabajar y actuar en otra salud mental.
Pero todo lo poético que puede tener esta labor tiene un quiebre en la realidad cotidiana, hay 16 salas y no todos pueden salir al taller, depende de los enfermeros, los médicos y de cómo se hayan comportado. “Hay una cierta resistencia a que las personas puedan salir al taller, como si la expresión artística no fuera parte del tratamiento” explica Juan
Las salas están divididas en agudo y crónico, cuando se entra al hospital en una etapa de crisis, se entra en la de agudo y acá deberían estar entre tres semanas y un mes, aunque pasan un año o dos. A veces no hay patologías graves. Hay gente que llega con una crisis, tendría que estar 15 días, un mes y salir y están 30 o 40 años o toda la vida. Gente que es sorda, ciega, o muda, con problemas sociales, judiciales, económicos (y su familia recibe una pensión) o que tiene algún problema motriz o retraso mental y no tienen por qué estar medicados.
Estos jóvenes usan el arte como herramienta y la expresión como una forma de vinculación en un espacio que intenta ser de libertad y saludable para todos aunque no pueden influir en una externación, no es considerado por los profesionales un trabajo interdisciplinario.
Lo que está de fondo en la nueva ley, además de la desinstitucionalización de los hospitales psiquiátricos, es lo que haría que grupos de psiquiatras deleguen poder en cuanto a un tratamiento y medicación, es una pelea política de fondo, una cuestión económica de base, de la medicación de la vida cotidiana. La Ley de Salud Mental no propone preponderantemente e l tratamiento farmacológico sino otra forma alternativa, el cambio del sistema y de las instituciones deja mucho dinero menos para las farmacéuticas a nivel general.
Encierro y despersonalización. La experiencia de un Desheredado.
“La persona es un número, una historia clínica, de entrada se quedan hasta con tus documentos y si no tenés nadie que reclame por vos… con suerte esa historia clínica va a ser rellenada si el que va, tiene ganas de trabajar”, así describe Banfi la cotidianeidad del psiquiátrico.
Es la realidad de muchos hospitales psiquiátricos del país, no sólo de este, falta de personal, un enfermero cada sesenta personas, medicación, encierro. Los internados, pierden cuestiones cotidianas, hábitos y el encierro termina patologizando mas. Se van “petrificando” describe Juan Pablo. Según datos que maneja este movimiento, más del 70 por ciento de los internos podría ser externado pero no hay condiciones, porque “no hay recursos, ni espacios, ni trabajadores que puedan o quieran trabajar interdisciplinariamente, un círculo de nulidad que deja todo como está”.
Juan confirma ese temor que todos guardamos en algún rincón, “hay una realidad, le puede pasar a cualquiera, el límite es muy chiquito, cada uno en la vida puede estar en ese límite dos o tres veces. Pero se puede volver, depende de si tenés familia, de si tenés trabajo; si estás solo es muy difícil salir del hospital o evitar la internación. Cualquier persona que pase dos días ahí, te cambia la vida para siempre, más allá de que no te mediquen”
Ellos, “los locos”, son producto de la sociedad, de una condición social, familiar, política que marca el límite de la normalidad. Hoy el límite lo marca el DSM (Manual de Diagnóstico de Salud Mental), las corporaciones farmacéuticas, la psiquiatría, el poder, el saber, “la normalidad, que no existe, y las cuestiones que todos tienen que estar lindos, contentos y apurados por ir a trabajar, para hacer plata; como si todo lo que uno siente no existiera o no hubiera otras realidades. Somos todos iguales pero también hay que aceptarnos en la diferencia, en la particularidad que también enseña”
Juan Pablo nos cuenta que los internos no tienen muchas más actividades que tomar mate, fumar cigarrillos y mirar tele, comparten 20 años y no se conocen por su nombre, solo por el apellido. No tienen casi visitas. “En enero con el cese de actividades se encuentran con su soledad, con la conciencia que siguen ahí, que pasó un año más”. El año 2012 murieron 10 personas que iban a los talleres, “eran muy allegados a nosotros, se había notado un cambio impresionante en ellos. La sala había facilitado muchas cosas para que esas personas mejoren, nosotros habíamos aportado a ese cambio y murieron por accidentes, peleas en la sala, neumonías mal curadas… Eso dio mucha bronca, mucha tristeza, se podrían haber evitado esas muertes”.
La convicción de Desheredados sigue firme a pesar de todo, “nosotros seguimos adelante igual porque sentimos responsabilidad, como futuros profesionales de la salud y como seres humanos. La idea es poder romper con la lógica del sometimiento, de institucionalización. El cambio se va a generar a través de construcciones colectivas y entre todos, sin miedo a equivocarse, con la posibilidad de hacer algo siempre, porque la necesidad lo demanda y la realidad de esas personas lo requieren”
¿Y por qué no? Quereme así, piantao, piantao, piantao… Abrite los amores que vamos a intentar la mágica locura total de revivir… Vení, volá