“Demonios”, disfrazados de curas. La dictadura cívico-militar-religiosa.

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Griselda Eustratenko

No encuentro adjetivación existente que dimensione lo que sentí al leer la nota de tapa del diario Página 12 por Horacio Verbitsky, publicada ayer, domingo 22 de julio.

¡Indignación, dolor, repugnancia! No alcanzan.

Transcribo algunos párrafos: “El ex dictador genocida Jorge Videla dijo que el ex nuncio apostólico Pío Laghi, el ex presidente de la Iglesia Católica Argentina Raúl Primatesta, y otros obispos de la Conferencia Episcopal asesoraron a su gobierno sobre la forma de manejar la situación de las personas detenidas-desaparecidas. Según Videla  la iglesia ofreció «sus buenos oficios» para que el gobierno de facto informara de la muerte de sus hijos a algunas familias, garantizando que no lo hicieran público, de modo que cerraran la búsqueda. Esto confirma el conocimiento de primera mano que esa institución tenía sobre los crímenes de la dictadura militar, como consta en los documentos secretos cuya autenticidad el Episcopado reconoció ante la justicia hace dos meses. Pero además muestra un involucramiento episcopal activo para que esa información no trascendiera tampoco por los comentarios de las víctimas, de cuyo silencio la Iglesia era garante”.

(…) “La primera entrevista de Videla concedida al periodista Adolfo Ruiz en una cárcel de alta seguridad de Bouwer (Córdoba), se interrumpió cuando lo trasladaron al Hospital Militar para tratarse de una incipiente bronquitis. Formaba parte de la comitiva que buscó a Videla, “un hombre canoso que venía, cáliz y alba en mano, a darle la Eucaristía”, es decir, que pese a las sucesivas condenas por los más graves delitos, la Iglesia Católica no consideró necesario excomulgarlo, pena eclesiástica que impide la  recepción de los sacramentos y se aplica a los pecados graves. El no considerar como tales los delitos de Videla certifica la prolongación en el tiempo de la complicidad eclesiástica con ellos”.

En los círculos del infierno de La Divina Comedia Dante Alighieri, autor y narrador protagonista, nos relató los sufrimientos de los “pecadores”, pero la imaginación o ficción literaria no se aproxima en nada a la merecida condena que los cómplices del mayor genocidio ocurrido en la Argentina entre 1976-83, pertenecientes a la cúpula de la Institución que se ha pronunciado durante siglos “Santa”, tienen y tendrán en la memoria colectiva de un país que ejerce y exige sus derechos inalienables: ¡Ni olvido, ni perdón, Justicia!

En memoria de los verdaderos inocentes.

 

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