En su libro «¿Quién mató a Rosendo?», publicado en entregas por Rodolfo Walsh a mediados del año 1968 en el semanario de la CGT de los Argentinos, el prestigioso periodista e investigador no sólo establece el esclarecimiento del asesinato del dirigente Rosendo García, sino que deja una clara lección de lo que significa la tarea del periodismo de investigación de corte policial y político.
Sin abundar en detalles, este libro, quizás menos trascendente que su trabajo «Operación Masacre», desde el punto de vista de la historia del periodismo y la literatura en la Argentina, narra el asesinato del dirigente Rosendo García en el marco de la disputas sindicales que tenían lugar en la década del sesenta en el seno del movimiento obrero en nuestro país.
Rosendo García muere, en un contexto en el que el periodismo argentino definiría hoy como «un confuso episodio», cuando los sectores liderados por el dirigente metalúrgico Augusto Vandor se enfrentan en el Bar La Real de Avellaneda, al grupo de militantes sindicales encabezados por Raimundo Villaflor y Domingo Blajaquis. Lo que comenzó como una trifulca a golpes de puño, culminó a los tiros a partir del momento en que los hombres de Vandor desenfundan sus armas. Allí, en circunstancias que luego Walsh esclarecerá con suma lucidez, Vandor dispara a García por la espalda. Ejecuta, aprovechando la confusión del momento, al hombre de su mismo palo, al hombre que empezaba a diferenciarse respecto de la estrategia vandorista de un «peronismo sin Perón».
Walsh que empieza a consagrarse como profesional por la seriedad de sus investigaciones periodísticas, logra, luego de cotejar el expediente judicial, las declaraciones de los involucrados en el incidente, de entrevistar personalmente a los testigos y de elaborar su propio croquis «in situ», reconstruir el recorrido de la bala que culminará con la muerte de Rosendo García. Una bala que, de acuerdo al chequeo preciso de Walsh, «conduce a la silla de Vandor».
Sin entrar en análisis que rocen la ética periodística, o discurran sobre la violación del marco jurídico que protege la intimidad de las personas, o los derechos que asisten a los menores de edad, el tratamiento que ha tenido el caso de Ángeles Rawson en los medios de comunicación social ha sido sencillamente patético. Aquí no se puede argumentar a favor de la radio, la TV y el periodismo gráfico, que si no se informa se ponen en juego los principios básicos que garantizan la libertad de expresión y de prensa.
Pero más allá de ello hay que analizar los datos: Según consigna el diario Página 12 en su edición del 29 de junio “la cobertura televisiva del caso Ángeles Rawson, desde el 10 de junio hasta ayer, ocupó 594 horas tanto en canales de aire como en los de cable, lo que equivale a casi 25 días ininterrumpidos de transmisión en un solo canal, de acuerdo con un informe realizado por la Consultora Ejes”.
El informe señala que tres canales, dos de cable y uno de aire, sintetizan “casi el 50 por ciento de la cobertura del caso”. Que el tema trascendió el espacio de las coberturas policiales para ser “tratado por más de 40 programas de TV distintos” y que “los canales de cable C5N y América 24, junto a América Televisión, fueron los tres medios audiovisuales que concentraron el 47 por ciento de la cobertura televisiva total” en esa fecha.
El caso Ángeles Rawson constituye una gran paradoja sobre el trabajo periodístico de muchos medios de información que se precian de perseguir “la verdad”, del que se pueden extraer grandes enseñanzas. Rodolfo Walsh con tan solo una libreta de anotaciones, un lápiz, con cotejar el expediente judicial con entrevistas personales a los testigos e involucrados en el caso Rosendo García, sin medios económicos para desplazarse e invertir tiempo material, logró llegar a la verdad sobre la farsa que se intentaba montar en torno al asesinato del dirigente sindical.
La infraestructura, la logística, el dinero disponible de los grandes medios de información, para desplegar una cobertura que asombra con solo conocer sus datos, ha sido inútil para dar cuenta de quién mató a Ángeles.
Algunas claves: Walsh no disputaba ningún rating sino que ponía en juego el compromiso militante que despertó en él después de su primer trabajo, “Operación Masacre”. Walsh, por disciplina, por método, y por ética periodística, no hubiera arriesgado nada sin antes pasar la información por el filtro de su cabeza. Por último Walsh no hubiera confiado más que en su propia razón para atar cabos, elaborar hipótesis o dejar trascender alguna duda.
Parafraseando a Walsh, para señalar lo mucho que falta en materia de periodismo policial: “La experiencia colectiva se pierde, las lecciones se olvidan”.