Menocchio, cuyo verdadero nombre fue Domenico Scandella, nació en Italia 1532. Era un simple molinero que, a diferencia de los hombres de su tiempo y de su clase, sabia leer y escribir. Algunos rasgos de la literatura de la época, que en ese momento era patrimonio exclusivo de nobles y clérigos, habían sido apropiados por Menocchio a partir de su interés por el aprendizaje de los textos que circulaban en ese entonces (“La Biblia”, el “Decamerón” de Bocaccio; entre otros).
De Menocchio, personaje intrascendente en la historia universal de la humanidad, sólo tenemos algunos datos que fueron rescatados por el historiador italiano Carlo Ginzburg, quien narró la historia de Menocchio en su trabajo denominado «El queso y los gusanos. El cosmos según un Molinero del Siglo XVI».
Ginzburg rescató algunos aspectos generales de su vida, a partir de las actas de los dos procesos “inquisitoriales” que se hicieron en su contra a causa de sus opiniones heréticas en materia religiosa.
Al parecer Menocchio tenía una imaginación proverbial que le permitió, por ejemplo, elaborar su propia cosmogonía a partir de una interpretación libre de La Biblia. Sobre ello decía: “en un principio, reinaba el caos. La tierra, el agua, el aire y el fuego estaban mezclados en un todo informe. De la misma manera que el queso surge de la leche, ese caos primordial formó una masa, en la que no tardaron de aparecer gusanos. Estos gusanos, eran los ángeles y el mismísimo Dios. Todos surgieron al mismo tiempo de la masa primordial. Dios fue entronizado como el Señor, con poder sobre cuatro capitanes: Lucifer, Miguel, Gabriel y Rafael”.
Finalmente Menocchio fue quemado vivo en la hoguera el 6 de julio de 1601, en la localidad italiana de Pordenone, por orden del Papa Clemente VIII (Ippolito Aldobrandini).
La “microhistoria”, corriente historiográfica en la cual se inscribe la línea de trabajo de Ginzburg, nos permite recuperar desde otra perspectiva la historia de las mentalidades o aquello que pervive en los pliegues de la historia.
También es útil a los fines del análisis comparativo: la muerte de Néstor Kirchner, la muerte del Fiscal Nisman, son apenas dos ejemplos de cómo la tragedia suele alimentar las más vastas fantasías. Muertos que siguen vivos, muertes que se transforman en objeto de las más variadas especulaciones, en las que se mezclan espías de todo color y pelaje, servicios de inteligencia, dinero mal habido, conspiraciones diplomáticas, tráfico de influencias o corporaciones poderosas. Todo ello como parte del ideario y la imaginería que muchos argentinos deslizan a diario en redes y foros.
Como Menocchio, y nutridos por los enunciados y etiquetas de los medios de información (los que se han constituido en una suerte de Biblia de estos tiempos), el pensamiento se torna mágico. La diferencia es que la inquisición ya no existe como práctica social punitiva y que la hoguera donde se incineran los Menocchios del siglo XXI es, sin dudas, el devenir de la historia.