Por Walter Barboza
¿Es acaso el fin de la organización científica del trabajo? ¿El ocaso de aquel esquema de producción seriada pensada por Frederick Taylor, para incrementar la producción en la modernidad y así maximizar las ganancias de la estructura productiva de las sociedades capitalistas? ¿La finalización de una mentalidad rentística basada en la producción y el trabajo? ¿Si eso es así, asistimos a la muerte de conceptos como capitalismo, trabajo, producción, industria, fábrica, nacidos al calor de la revolución industrial y política desplegada entre los años 1789 y 1848?
La experiencia económica a nivel mundial, de los últimos treinta años, parece indicar eso. El endeudamiento externo de los estados nacionales, ha permitido que en el seno de la sociedad capitalista se generara un nuevo fenómeno: el de los fondos de inversión, o fondos buitres; que en su definición más burda no son más que inversores que compran bonos a precio espurio (25%), para intentar cobrar la totalidad de su valor (100%.) vía judicial.
Argentina desde el golpe de estado de 1976, en el que terminó de consolidar su ingreso al circuito financiero a nivel mundial, y hasta la crisis económica de 2001 supo de esas experiencias devastadoras: la valorización financiera como instrumento para la obtención de altísimos márgenes de rentabilidad, en detrimento del desarrollo industrial. De hecho el golpe significó, desde el punto de vista económico, el inicio de un proceso de desindustrialización que dio por tierra con la producción y el trabajo acumulados durante los cuarenta años anteriores a la dictadura.
Si hay algo de la experiencia de capitalismo industrial que todavía sobrevive, es bajo otras formas no menos negativas para la sociedad contemporánea: el fenómeno de la transnacionalización de la economía que invita a los sectores productivos a trasladarse a aquellas zonas del planeta donde la mano de obra es más barata. La ciudad norteamericana de Detroit es el ejemplo más significativo de estos años: el traslado de la compañías automotrices hacia otras localidades, con el consiguiente proceso de desindustrlialización de la ciudad, conformó un panorama desolador en una de las cuatro ciudades más importantes que tuvo EE.UU.
Detroit polo industrial que durante gran parte del siglo XX, contó con las principales automotrices de ese país, General Motors, Ford y Chrysler, hoy es una ciudad despoblada, derruida y con un serio proceso de migraciones hacia afuera. Una ciudad a punto de extinguirse. Una de las industrias de mayor valor agregado que se fuga en busca de mejores paraísos, una fisura del capitalismo o la nueva tendencia hacia la obtención de rentabilidad a través de otros mecanismos.
Cuando las grandes potencias, con Estados Unidos a la cabeza, proclamaban a comienzos de los años ochenta un nuevo orden munidial, lo hacían tras haber avanzado en la conformación de algunos rasgos distintivos de la legislación internacional. En 1972 la Comunidad Europea, en 1976 los Estados Unidos y en 1978 Gran Bretaña adoptan legislaciones que le dan otra funcionalidad a los marcos jurídicos que rigen a la globalización financiera. En la Argentina tiene responsables: la renuncia previa del país, a la soberanía legislativa y jurisdiccional sobre los bonos de deuda emitidos por el Estado nacional, se origina en la denominada “cláusula Martínez de Hoz” (Ministro de Economía de la dictadura cívico-militar) que, por intermedio de la modificación del Código de Procedimientos Civil y Comercial, posibilitó que todos los contratos de la deuda externa argentina fueran sometidos a la ley y jurisdicción del estado de Nueva York. La norma continua vigente y rige sobre todos los “títulos defolteados en 2001”. Si no existiera esa cláusula, el interés de los fondos buitre por comprarlos a precio basura se habría reducido a su mínima expresión: cero. Así se comprende por qué razón un magistrado norteamericano tiene la potestad de sumergir a un estado en el oprobio.