Griselda Eustratenko
Ethel Lamonega es hermana del poeta, militante, gremialista, trabajador de YPF en la destilería de Ensenada; padre de tres hijos y berissense: Imar Lamonega, desaparecido el 23 de diciembre de 1976.
La obra poética de Ethel en su libro La búsqueda, es testimonio de que su vida como la de todos los que asumieron un compromiso social fue marcada por la dictadura militar.
Por aquellos años, escribía sus poemas en servilletas de papel o en hojas de cuadernos, las que dejaba dobladitas en distintos recipientes de la casa, por eso cuando fueron a buscarla no entendieron los asesinos que en esos papelitos residía el verdadero instrumento de su lucha. Lucha que se transformó en marcha junto a las primeras mujeres que iniciaron las rondas a la Plaza.
Sus amigos más cercanos sabemos que su grito, su búsqueda y su lucha no han cesado. Desde el Amor, más allá de la fatalidad, ha hecho de su obra y su vida, un canto de Esperanza y Victoria.
Caminemos…
No miremos las sombras,
miremos el paisaje.
la vida sigue igual,
seguro que diremos,
tal vez un rato antes…
tal vez un tiempo antes
del tiempo sin sonido.
sin reconocer en nuestra voz,
ese tono más grave.
Después…
Veremos todo claro… todo claro el paisaje…
todo claro y real como un tatuaje.
Todo claro y real, estoy segura
también para los otros,
Todo claro y real, como un tatuaje.
Caminemos…
No mires esas sombras…
de las nuestras
tal vez se apiade el ángel.
Poema extraído del libro La búsqueda de Ethel Lamonega.
Ediciones conArte- Buenos Aires- Berisso- Noviembre de 2007.
Prólogo de Matías Thot
Su imagen me llega desde la infancia acercándose en una alfombra voladora llena de cuentos a capela para ir a dormir. Horas de sueños, de mate y cigarrillos, de charlas interminables e irracionales.
Quizás descubrió que vivir en la razón, es aburrido.
Ella cuando puede se escapa, y si estás dispuesto te lleva a recorrer su mundo de poesías y recuerdos.
Recuerdos que siempre tiene a mano para arrancarte una sonrisa, para conversar y acompañarte.
Poesías nacidas de sus noches, noches que transcurren insomnes y meditabundas. Nunca sabremos cuando empiezan ni cuándo o por qué decide terminarlas.
Noches durante las cuales, los fantasmas de su barrio la visitan. Fantasmas de un barrio que es parte de ella, fantasmas de un barrio proletario, de un barrio obrero que supo de esperanzas y sabe de desilusiones. Creo que ese choque de esperanzas y desilusiones se alimenta su bohemia.
Bohemia que comparte con su hermano, uno de los fantasmas de su barrio, quizás con el que más ama conversar. Puedo imaginarlos sentados juntos mientras ella le convida un mate que parece solitario, al mismo tiempo que el humo de su cigarrillo va formando imágenes de esa juventud que los unió, aunque las sombras de la intolerancia y la ambición intentaran apagar su llama.
Llama de una utopía que se mantiene viva en sus versos y recuerdos.
Llama que se escapa de la aburrida razón y llega desde mi infancia en alfombra mágica.
Llama que revive en su compañía insomne de mates y de cigarros.
Llama de pasadas juventudes proletarias y bohemias que trascienden las desilusiones.
Llama de hermana, de madre y de abuela.