Por Walter Barboza
En la década del ´60 Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares, escribieron en forma conjunta uno de los libros más conocidos de ese ambicioso proyecto que empezaron a encarar en 1942 con Seis problemas para don Isidro Parodi, y cuyo título fue designado con el nombre de “Crónicas de Bustos Domecq”.
En uno de los cuentos de esa saga, “Esse est percipi”, algo así como la idea berkeliana de “Ser es ser percibido”, Borges y Casares construyeron un diálogo entre Bustos Domecq y un imaginario dirigente de fútbol llamado Tulio Savastano, presidente del Club Abasto Juniors.
En el mismo, Bustos Domecq llega preocupado a la oficina de Savastano con la inquietud, y la evidencia personal, de que el Estadio de River Plate ha desaparecido del barrio de Núñez. Savastano lo recibe sin dar mayor atención al tema, pero con el interés de revelar otros asuntos no menores, que arrojarán luz sobre la preocupación de Domecq.
En efecto, Savastano le confiesa que aquellos jugadores de fútbol que Domecq conoce por nombre y apellido utilizan seudónimos, que las jugadas que ve en los estadios de fútbol, en las que siempre hay uno jugador que se destaca como goleador, son preparadas de antemano y que los resultados de los partidos son acordados con antelación.
A esa altura del relato, Domecq es presentado como un cándido que no puede salir de su asombro. Caracterización que es confirmada cuando Savastano le pregunta: “¿Cómo? ¿Usted cree todavía en la afición y en los ídolos? ¿Dónde ha vivido, don Domecq?”. Y cuando luego le explica: -No hay score ni cuadros ni partidos. Los estadios ya son demoliciones que se caen a pedazos. Hoy todo pasa en la televisión y en la radio. La falsa excitación de los locutores, ¿nunca lo llevó a maliciar que todo es patraña? El último partido de fútbol se jugó en esta capital el día 24 de junio del 37. Desde aquel preciso momento, el fútbol, al igual que la vasta gama de los deportes, es un género dramático, a cargo de un solo hombre en una cabina o de actores con camiseta ante el cameraman.
La historia de Domecq nos recuerda al exasperado discurso del abogado constitucionalista Daniel Sabsay, quien en el coloquio de IDEA de este año (2014) se aventuró a poner en duda que la presidenta Cristina Fernández de Kirchner cuente con el título de abogada. Una bravuconada, que luego fue reforzada por los medios de información opositores y afines a ese encuentro empresarial; los que, por otra parte, nunca movieron una tecla para averiguar lo contrario. La excepción fue Walter Curia, periodista que en el Cronista.com publicó una nota en el que confirma que él, personalmente, vio ese título cuando trabaja en la biografía de Néstor Kirchner (http://www.cronista.com/columnistas/Yo-vi-el-analitico-es-abogada-20141029-0034.html).
Cristina Fernández nunca respondió a semejante afrenta, ni tiene la obligación de hacerlo. La única dificultad que plantea el asunto, es que como en la historia de Bustos Domecq la mentira termina ganando a los cándidos e incrédulos. Sabsay se atreve a poner en duda la graduación de Cristina y ya nadie cree ni siquiera en la desmentida que hizo la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional de La Plata y la propia UNLP.
Como Bustos Domecq, los asistentes al coloquio de IDEA prometen ser una “tumba” y nunca revelar la verdad del asunto: que Cristina tiene un título otorgado legítimamente por una universidad pública.
Aunque ello ya no importa porque, como Tulio Savastano, Sabsay piensa por estas horas que “digan lo que se les dé la gana, nadie les va a creer”. Acaso porque ahora la gente solo cree en lo que dice la televisión y la radio.