Biolcati masculla bronca y las diatribas y descalificaciones salen de su boca como si tal cosa. Ahora repara ese representante de la oligarquía argentina, poseedora de vastas extensiones de tierra y niveles extraordinarios de rentabilidad, en que sus socios de la “ruralidad” argentina están mejor que otrora. De pequeños a grandes propietarios de soja, arrendatarios, mediadores y acopiadores, están fuertemente ligados a los exuberantes niveles de exportación que el suelo argentino ha permitido como nunca en su historia. Los registros e indicadores económicos, sin duda alguna, superan cómodamente los niveles registrados en los períodos de las guerras mundiales, cuando este país, generoso en recibir a los inmigrantes extranjeros llegados de la Europa en llamas, se había constituido en una suerte de granero del mundo.
Subestima a los 10 millones de argentinos reduciéndolos a meros espectadores de Marcelo Tinelli, que se conforman con verlo en un televisor LCD. Biolcati es todo tristeza; apenas un hombre con una campera paqueta de cuero de carpincho; o la nostalgia de pie, que añora los tiempos de “las cacerolas” que atronaban desde las zonas más ricas de la CABA. Un general sin ese ejército que, vestido de gala, manifestaba en los alrededores de Palermo, Recoleta y Barrio Norte.
Aunque aparenta, Biolcati no está solo. Tiene socios tan o más oprobiosos que él. Carlos Pagni, émulo de Michel Foucault, por su aspecto pelado y su efigie de “intelectual orgánico”, es quien le sopla al oído y Biolcati compra. Compra todo lo que Pagni le escribe en sus editoriales del diario La Nación. Pagni se siente Mitre o por lo menos un estratega de la guerra sin cuartel que, en la soledad del diario centenario, escribe incesantemente contra la clase trabajadora.
Pagni los reta. Como a chicos les dirá que carecen de estrategia, que son incapaces de construir una alternativa de poder para detener al torbellino kirchnerista; les enrostrará que, a diferencia del peronismo, única fuerza política y social capaz de desarrollar organización territorial, ahora son el descarte de la historia. En su desesperación, Pagni asomará con dientes filosos, se le fruncirá el ceño y se animará a hablar de los riesgos institucionales que conllevan un triunfo de Cristina en octubre, de la posibilidad de seguir sumando voluntades al proyecto Nacional y Popular que le permitirían alcanzar “la suma del poder público”.
¿Cómo coartar el camino hacia la victoria? se interrogará Pagni. El discípulo de Mitre, con pensamiento filoso propone batallar. Tal vez recordando la infamia del “ejército mitrista”, que contribuyó (casi por completo) a la extinción de los hombres de Paraguay con su guerra de la Triple Alianza. ¿Se hamacarán en sus pensamientos las imágenes de los paraguayos muriendo en el frente de batalla? ¿O los hijos de esos hombres que caen uno a uno, que forman el ejército de reserva y que apenas tienen diez años?
A Pagni eso no le preocupa, como todo estratega de la guerra sabe que ella siempre tiene un costo y daños colaterales. Pero eso no le quita el sueño, o por lo menos no tanto como la necesidad de elaborar una estrategia para la construcción de una alternativa de poder. Descree de Alfonsín, de Duhalde, de De Narváez, de Binner, de Carrió o de Pino Solanas. Ya no les sirven. Admira al peronismo por su capacidad de organizarse. Lo toma como modelo a seguir. Sólo le falta proponer abiertamente la necesidad de comenzar a cooptar a sus dirigentes territoriales más probos. Desafía, por poco menos que inútiles, al conjunto de la dirigencia de la oposición que, por dispersar fuerzas, no pudo capitalizar el otro 50% restante del electorado que no eligió a Cristina como opción política. Quiere avanzar sobre las redes sociales porque sabe que allí la derecha conservadora y concentrada perdió una batalla trascendental. Los “bloggeros K” que pululan en el ciberespacio y que emergen como marabuntas, balancean la batalla cultural a favor del campo popular.
Y la batalla es diaria, tan diaria que obliga a los cronistas de esta revista a pensar y repensar cada día los argumentos de Pagni y sus secuaces. Por suerte estos cronistas, apenas humildes espectadores de uno de los procesos políticos más formidables de la historia de la República Argentina, tampoco están solos. Allí, erguida en la muchedumbre tumultuosa, Cristina desliza con su pensamiento agudo nuevas definiciones para reafirmar su voluntad de avanzar hacia una sociedad más equitativa junto al campo popular. Las pronunciará cuando nadie menos lo espera. Sutilezas, o “fintas” de un jugador con clase, pronunciará sólo dos palabras: “democracia económica” y sus detractores quedarán otra vez en jaque.
Mujer de pensamiento complejo, esta Cristina, que no descansa en la tarea de gestionar el avance del estado a través del gobierno, pero sin descuidar la elaboración de nuevas ideas que permitan recrear a la militancia organizada, una doctrina que los liberal-conservadores creían derrotada en los años 90.
Y allí sus mejores cuadros recibirán oxigeno suficiente para continuar en esa carrera que, desean, no tenga nunca fin. Interpelados por la potencia discursiva de la jefa de estado, se convertirán en los intérpretes de ese discurso novedoso, renovado, original, que al calor de los debates políticos dejará sin línea argumental a sus adversarios.
¿Democracia económica? Se interrogan Biolcati y Pagni. ¿De qué se trata este nuevo concepto?, mientras por sus peladas brillantes y prominentes se deslizan las gotas de sudor, que una a una caen suavecitas, como desganadas de salir de esas cabezas que no paran de pensar aquella respuesta que nunca llegará.