Por Walter Barboza
Marshall Berman, citando a Marx, sostenía a principios de la década del 1980 que en la modernidad “todo lo sólido se desvanece en el aire”. Quizás fue un presagio, o una profecía mal cumplida, porque aquello que, se supone, la modernidad o el capitalismo descomponían en lo social, en las sociedades de la información se recicla y cobra sentido en el mundo de la virtualidad o de los códigos digitales.
Entonces no es que lo sólido haya desaparecido, sino que vive y pervive bajo otras formas, en el marco de las culturas digitales, de los procesos comunicacionales, bajo otras condiciones de posibilidad: el universo de los multimedial es su expresión más acabada.
Texto, imagen, video, sonido en multiplataformas y bajo las características del lenguaje multimedial. La relación significante-significado procesada bajo la forma de números binarios, no ya en una relación de uno a muchos, sino de muchos a muchos. La convergencia, como esa instancia o camino lógico hacia la integración de experiencias de producción de mensajes, en distintos formatos, con distintas variantes y en el contexto de procesos de sentidos muchas veces resignificados a partir de sus difusión, cuando no de la apropiación individual y colectiva de los consumidores/productores. La interactividad como forma más clara y visible de lo que los usuarios, receptores o audiencias, hacen con los medios.
En ese marco resuena muy fuertemente el título del trabajo de J. R. Alcalá, “Ser digital”, cuyo planteo filosófico nos remite a la indagación de carácter ontológica que hiciera Martin Heidegger a comienzos del siglo XX en su libro “Ser y tiempo”. El filósofo alemán comenzaba su investigación destacando que la pregunta por el SER había caído en el olvido y que se hacía necesario continuar indagando sobre el mismo, puesto que la filosofía no había terminado por desentrañar cuál era el sentido del ser. En ese contexto el trabajo de Alcalá es un aporte sumamente importante para debatir acerca de los nuevos sentidos del ser, a partir de la emergencia de las nuevas culturas digitales y la construcción de un nuevo sujeto que es más que el resultado de una percepción distinta del tiempo y el espacio.
Michel Foucault, en el prefacio de su obra “Las palabras y las cosas, una arqueología de la ciencias humanas”, escribía: “…reconforta pensar que el hombre es solo una invención reciente, una figura que no tiene ni dos siglos, un simple pliegue en nuestro saber, y que desaparecerá en cuanto este encuentre una forma nueva«.
Quizás ese tiempo ha llegado. Quizás el Cyborg, Neil Harbisson, sea su confirmación más reciente, más novedosa, más verosímil.