Beatriz Sarlo, daría la sensación de ser una guerrera solitaria, una rara especie de socialdemócrata con visión europea en tierras australes, que tal vez no se haya dado cuenta que ese universo civilizatorio occidental, hace tiempo que dejó de producir grandes pensamientos que pudieran ser emulados como universales. Tal vez una debilidad argentina, o más precisamente porteña, era creer ciegamente que éramos un apéndice del viejo continente, en un terruño muy lejano, lo cual obnubilaba la visión sobre lo más cercano, es decir sobre nuestra realidad suramericana, despreciando las raíces comunes.
Cuando digo solitaria, es porque no abundan en su postura política tantos pensadores de su estilo, y con diferencias ostensibles, la misma lógica de su producción se encuentra más presente en pensamientos locales de la izquierda supuestamente radical, y lo digo así porque nada prueba que en su práctica resulten serlo.
Hasta no hace tanto, casi todas las variables emancipatorias y libertarias, llevaban la marca del pensamiento eurocéntrico, y dar la batalla por un mundo más justo, implicaba aceptar esa impronta de ultramar. Si bien existen matrices conceptuales y teóricas ineludibles, más allá de donde se hayan elaborado, habría que convenir que el discurso de la teoría, como también puede serlo el de la matemática, son piezas formales abstractas, que permiten elaborar sobre una realidad concreta, y es desde ahí mismo donde devienen tanto las posturas políticas como las ideológicas; a saber, no es a partir de intentar adecuar mecánicamente un esquema ideológico político a una realidad particular, sino saber que dicho esquema es la resultante de una intervención teórica en una realidad diferente a la cual se intenta extrapolarla. Si bien lo que intento exponer, es parte de un viejo debate, al menos no es un debate tan conocido, sino tal vez una pieza marginal de elaboraciones inconclusas.
Para ser un poco más preciso, se debieran trazar líneas de demarcación entre lo que es un discurso teórico y uno político, y no yuxtaponerlos, no confundirlos, para hacer de eso un mix indiferenciado, porque se corre el riesgo de desvirtuar a ambos, quitándoles su valor.
De la misma forma el decir y el hacer, como el enunciado y el acontecimiento, nunca forman síntesis, sino divergencias operativas, que hay que saber leer en un contexto totalizado y totalizante. En este último sentido la teoría nunca es declamatoria, ni deliberativa, sino caja de herramientas que permite analizar y demarcar lo concreto en un movimiento continuo. Si bien la ciencia de la guerra desde Sun Tzu a Lidell Hart, pasando por Clausewitz, está enmarcada en la teoría, ella tal vez sea una expresión muy contundente de la naturaleza de la misma, ya no como una unidad sintética aunque sistémica, sino como lucha en el seno de su misma corporeidad. Tal como decía el sociólogo Juan Carlos Marín, la lucha teórica es la lucha por la conducción, por establecer una teoría rigurosa sobre las estrategias presentes (siempre las hay), en una realidad histórica determinada. Indudablemente, a partir de tal operación la política será el resultado inevitable. Se podría objetar que hay política sin intervención teórica, y tal vez desde cierto dogmatismo podría aceptarse que sí, pero vale aclarar que dicha intervención no tiene porque ser algo premeditado ni visible. De la misma forma en que existen siempre estrategias presentes, también hay teorías implícitas.
En una entrevista realizada hace unos meses por el semanario Miradas al Sur, ante la pregunta sobre donde se para ideológicamente, Sarlo respondía: “Soy una social demócrata sin partido. Lo soy desde 1980, cuando hice una crítica de mi pasado marxista maoísta. Desde ese momento, adopté lo que muchos marxistas críticos tomaron como camino en algunos países con la opción de tener partidos socialistas: caso España, Francia, Brasil, Chile, Uruguay. En la Argentina, el peronismo hizo imposible, en el sentido que ocupó todos esos lugares, la instalación de un partido socialista. No pudieron insertarse como verdaderos partidos de masas y me quedé sin partido”
Cuando ella nombra a ese círculo de marxistas críticos, tiene en cuenta inexorablemente al grupo que constituyera en los 80 el Club Socialista, y que fueran más allá de algún que otro intento, uno de los pilares intelectuales de sostén del gobierno de Raúl Alfonsín, quien adhiriera con la UCR a la Internacional Socialista. El devenir de la socialdemocracia en la Argentina no pudo impedir la instalación del neoliberalismo en los 90, y el desguace del estado que produjo, y si bien una parte considerable se mantuviera en el Frepaso y la UCR, cuando llegan al gobierno con la Alianza en el 99, no pueden no mantener el nivel de ajuste que había comenzado a implementar el menemismo, y la crisis del neoliberalismo en diciembre de 2001 salpicó principalmente a la socialdemocracia gobernante.
El que escribe podría sostener que la posición de Sarlo, constituye una postura deshonesta, a saber que en lo que dice, más allá de cierta declamación, como pretender la constitución de una alternativa socialista en la Argentina, o cierto parlamentarismo que pudiera contrarrestar efectos para ella “totalitarios”, lo que en verdad está planteando es cierta funcionalidad a los poderes fácticos, cosa que tal vez podría aseverarse, teniendo en cuenta que es una de las editorialistas estables de un matutino como La Nación, del cual nadie puede ocultar su raigambre oligárquica; pero considero que vale la pena darle crédito, no por Sarlo como persona, sino porque las ideas que expresa, hacen al acerbo de una tradición supuestamente identificada con los sectores populares y progresistas, que reniega de forma acérrima del peronismo, como identidad político cultural de las masas, y al cual identifica como núcleo duro de una competencia, en la cual siempre se vio en desventaja. Ella lo dice, el peronismo “ocupó todos esos lugares” que debieran haber sido la base de cualquier socialismo, y a lo cual agregaría tanto revolucionario como socialdemócrata. Históricamente la izquierda argentina, nunca pudo romper el umbral de la lucha sindical, o en términos de Gramsci de lo contractual y corporativo, para poder esbozar un pasaje del conjunto de los trabajadores y el pueblo, hacia una construcción política que pueda expresar sus demandas de forma institucional, otorgándoles el rol de ciudadanía. En este sentido fue el peronismo, el cual logrando sumar a la estructura del Partido Laborista, alcanzó que los trabajadores argentinos, encontrasen una alternativa que por lejos excedía lo corporativo del sindicato, y llevaba al conjunto de la clase a la disputa por cierto control de la gestión estatal. Sin dudas no era el poder obrero, pero tampoco un estadío donde sus reivindicaciones principales cayeran en saco roto. Es más, desde el peronismo el conjunto de los trabajadores alcanzaban demandas por las cuales habían luchado por décadas, y sin dudas en este sentido, más allá de las definiciones ideológico políticas, el nuevo movimiento ocupaba “todos esos lugares”, a los cuales Sarlo se refiere, y acá vale la pena recordar que el peronismo puso en práctica, propuestas que habían sido esbozadas por un socialista como Alfredo Palacios.
La incomprensión sarleana del peronismo la hace extensiva hoy al kirchnerismo, y es por esa razón que tilda a ambos de ser portadores de rasgos autoritarios, pero lo hace mucho más evidente cuando se refiere a la posición que adoptaron algunos compañeros suyos de ruta, principalmente en los 80.
En una entrevista realizada por la Revista Veintitrés, Sarlo dice: «Me desilusionaron muchos intelectuales, casi todos los del Club Socialista. Entiendo el reflejo de los viejos que dicen que, lo que no se dio por este lado, se da por este, que está ok y es lo que hay. Hay integrantes de Carta Abierta que son de mi generación o tienen algunos años menos, gente que seguramente votó a Cámpora en el ’73, a Alfonsín en el ’83, pero que ahora dijeron ‘vamos en una'».
Cuando hace referencia a esos intelectuales por ejemplo exime de esa condición a un Horacio González ya que “es un peronista que pasó por todas las variantes del peronismo. Piensa que el peronismo es la nación, no como algo descabellado. Pero, en realidad, hablaba de los menos notables, los que se hicieron kirchnerístas. González tiene todo el derecho del mundo de decir «por fin, he encontrado esto» porque viene interpretando el peronismo hace años. Es un tipo que piensa con mucha densidad el fenómeno peronista, en función de cómo piensa la cultura popular. Es diferente a los que dicen «hay que votar a Cristina, si finalmente no hay otra cosa». Esa no es mi posición.”
Aseverando que la de ella es apostar “a que algo más pueda ser construido y si no puede ser construido, siempre está la opción de votar en blanco y de expresarse. No voy a aceptar lo que no me parece aceptable políticamente. Pero entiendo a los que lo hacen, aunque poco se hable de ellos: la generación plus 50, vuelta kirchnerista”
Cuando alguien formado en la izquierda, pero que hoy apoya el proceso de transformación que viene llevando adelante el kirchnerismo, que sin dudas tiene una infinidad de contradicciones, pero en el cual es posible transitar sin bajar ninguna bandera, porque la historia fue demostrando que no hay cambios a la vuelta de la esquina, es cuando posiciones no solamente como las de Beatriz Sarlo, sino también de los que dicen encolumnarse en la izquierda revolucionaria, resultan a veces incomprensibles, y salpicadas de preconceptos ajenos a la realidad que viene sucediendo hoy no sólo en nuestro país sino en el continente, y es en ese punto justo donde es necesario extraer todo el bagaje teórico no sólo para seguir desarrollándolo, sino para avizorar un horizonte de transformaciones.