Por Walter Barboza
El estatus ético y moral de una sociedad, se mide por aquello que no está «reglado», por aquello que no se explicita como norma escrita. Si, por ejemplo, un cartel reza: «prohibido arrojar basura» o “prohibido hacer ruidos molestos”, esos carteles están dando cuenta de que se trata de una sociedad cuyos integrantes carecen de una clara conciencia sobre las implicancias que tienen cierto tipo de conductas y acciones nocivas para el resto de la comunidad. Con lo cual, se entiende, para evitar la posibilidad de que ese tipo de conductas se transformen en una práctica cotidiana, es necesario explicitar determinadas reglas de comportamiento para encauzar los hábitos.
En ese marco, el asunto Lázaro Báez y su relación con la financiera SGI, tan difundida por estas semanas en medios de información y redes sociales, invita a realizar algunas consideraciones de las prácticas que allí se ponen en juego. Si en una sociedad “X”, los delitos económicos, como el de la evasión impositiva que resulta de no declarar la posesión de bienes y dinero, están penados por la ley, ello significa que existe en el imaginario de una amplia porción de esa comunidad la posibilidad de cometerlos.
En Argentina, es posible leer con regularidad muchas “reglas escritas”, quizás muchas más que aquellas acciones que no están «regladas», que permiten describir un tipo de sociedad cuyos valores pueden ser constituidos, y respetados, sólo a partir de la presencia amenazante de la “norma”.
Sin entrar en comparaciones odiosas, ya que algunas sociedades no necesitan que sus gobernantes y funcionarios instalen carteles en la vía pública para que la gente sepa que no se puede “arrojar basura” o “provocar ruidos molestos”, para el análisis de la ética con la cual valoramos al conjunto de acciones de la vida cotidiana, da lo mismo la evasión de impuestos por millones de dólares, que “salivar” donde no es debido, que “tirar basura” donde no corresponde o “hacerse el distraído” en el ómnibus para no darle el asiento a un anciano, un niño o una dama.
En tal sentido, es claro que el «colectivo social», y su respectiva ética ciudadana, debería construirse partiendo de los comportamientos más elementales y básicos a las grandes complejidades de la sociedad de la información. Cuando un cuerpo social dado, no necesita apelar a la lectura de carteles para saber que no se puede arrojar basura en la vía pública, evidentemente ese cuerpo social está integrado por un ciudadano -para utilizar una categoría del agrado de la pequeña y mediana burguesía- en cuyo pensamiento, o matriz cultural, no cabe bajo ningún punto de vista la posibilidad de llevar adelante acciones de ese tipo; pues no existe en su mentalidad, pensamiento racional y concreto, y tampoco en el espacio de la fantasía, alguna señal que indique lo contrario.
Kant distinguía entre dos formas de la moral: el imperativo categórico y el imperativo hipotético. El primero nos indica qué hacer: “debes hacer X”; o bien en su forma negativa: “no debes hacer X”. Ahora bien, Kant aclaraba que la segunda forma de los imperativos, el hipotético, nos puede conducir a un engaño, si es que el sujeto, por ejemplo, decide cometer un delito no porque exista un imperativo del tipo “no robarás”, sino por el temor a quedar detenido por la justicia.
En ese panorama, si existe caso alguno de persona exenta de llevar adelante una vida por afuera de la doble moral, un puro de toda pureza, que arroje la primera piedra. Periodistas, dirigentes políticos, vecinos comunes y corrientes lo están esperando.