Walter Barboza
Camina despacio el gallego Nadal. Paso lento y suave. Parece increíble que este hombre cálido y de rostro surcado por los años, haya sido un combatiente popular en los años 70. Es de noche en San Luis y el tiempo amenaza fresco, será por ello que Nadal fogonea las brazas con el ánimo de recibir a los comensales. Ese atizar el fuego no es un hecho casual, es el símbolo de una práctica militante: dar calor, cobijo, hospedar.
Esta el “negro” Oliveras, el “gringo” Fernández, la “chiqui”, compañeros de la localidad bonaerense del Del Viso y de la Facultad de Periodismo de la Universidad Nacional de La Plata.
Corren los abrazos fraternos, corren las sonrisas, corre el vino. Andan las historias que se entremezclan con las chanzas que se regalan generosamente y que quedan impregnadas de un aroma rojo tinto. Las historias son similares: dolorosas pero afectivas. Si hasta deslizan sonrisas sobre las anécdotas del encierro en la Unidad penal nª 9 de la ciudad de La Plata o la cárcel de Sierra Chica. Paso del tiempo, paso de los años y una perspectiva revisada, comprendida a la distancia, tratando de recuperar esa experiencia trágica de la argentina violenta.
La distancia, para mí, es la posibilidad de dimensionar las marcas en el cuerpo. Cada gesto, cada movimiento de mano, cada mirada dice algo y deja entrever de qué manera la dictadura fue golpeando a cada uno de los comensales.
Recuerda el “Gallego” Nadal, conmovido, el día en que vio por primera vez a su hijo. Fue luego de 30 años. El gobierno de Isabel Perón lo había detenido en mayo de 1975 en Isidro Casanova, meses antes del Golpe de estado y a su compañera, Hilda García, la dictadura militar a comienzos de 1976. Ella estaba con su hijo de diez meses. El horror del encierro, la desaparición de ella y la entrega de su hijo del cual no tenía ni rastros, ni pistas.
Resiste Nadal el encierro desde mediados del 75 a mediados del 78. De una prisión a otra lo llevan sin ton ni son, hasta que la embajada de Francia le da asilo político. Par a él la libertad será una opción. Quedar fuera del presidio es quedar fuera del país. Un encierro exterior. Lejos de su tierra, de su historia, la enajenación de su biografía. Memoria del hombre, memoria de Nadal. Piensa cada día de su destierro en el hijo desaparecido. Pero hay consuelo porque su primer hijo, que estaba con sus compañeros de militancia cuando su mujer cae, es entregado a su familia. El reencuentro con él, primero. El tiempo sutura heridas. A tantos años, mientras a Nadal le brillan los ojos con su propia historia, esa que se cuenta a sí mismo cada noche de invierno, verano y primavera, su tercer hijo lo acaricia suavemente en el hombro.
Piensa Nadal. Busca imágenes en su memoria, registros. Se ve convertido en un militante del Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT), se ve en una sociedad fuertemente militarizada. Recuerda las prácticas militantes de la época, el valor de la información. El valor de la información propia y ajena, del dato justo y preciso. Se ve años más tarde en el exilio denunciando la desaparición de su compañera y del hijo de ambos. Hay un padre y un hermano que esperan.
Vuelta a la democracia, vuelta a casa. 1984 y el inicio de un periplo que concluirá en el año 2006. ¿Habría pensado a comienzos del 70, cuando empieza su compromiso militante, sus deseos de cambiar las injusticias del mundo, que la metodología de la militancia le serviría para dar con el hijo que nadie pudo encontrar? Cuánta certeza, Nadal. Ponerse en contacto con viejos compañeros que sobrevivieron al golpe y a iniciar la búsqueda.
Los datos no mienten. Se trata de un muchacho que trabaja en una compañía multinacional muy importante de la ciudad autónoma de Buenos Aires. Le cambiaron la identidad, construyendo sobre él otra biografía. Nadal narra los hechos con precisión y uno hasta podría imaginar que ello sólo pasa en las novelas de espionaje. Pero no.
Ingresa Nadal a la compañía simulando ser un cartero que trae correspondencia para su hijo al que no conoce, ni imagina. Espera con la ansiedad de un chico que espera al padre que viene del trabajo. Vaya paradoja: trabajo, padre, hijo y una fórmula que se invierte por la mano del hombre: trabajo, hijo, padre.
Dr. Jorge Bergés, chacal y esbirro. Entregó al hijo de Nadal en adopción a una familia del gran Buenos Aires a través de documentación apócrifa. Él no lo sabe, no lo sospecha. Sus captores sólo le hablaron de una mala madre y de una situación de abandono. El muchacho lo cree. Cree, como muchos de los hijos que todavía no recuperaron su identidad, en la verdad de quienes los criaron. Ahora Nadal, combatiente contra la dictadura y las injusticias, tiene otra batalla: luchar contra la historia.
Nadal está tranquilo porque todavía no imagina lo que vendrá: una conferencia de prensa con un lugar destacado en el interior del diario Página 12. La compañía de Estela de Carlotto. Los amigos. Los que lo quieren a pesar de haber pertenecido a otra organización política en los 70. Aquí ya no hay distingo: los habrá Montoneros, del ERP, de FAP, de las distintas organizaciones que los construyeron como militantes desde el punto de vista político, programático, militar.
Baja por el ascensor Pedro Nadal hijo, con nombre original, aunque él no lo sepa. Su andar, su estructura ósea, su mirada, los rasgos de su cara no le siembran ninguna duda a Nadal padre: es su hijo legítimo. 30 años de espera se le vienen encima. Una historia que toma cuerpo, que es cada vez más gigante, más soberana, más libre. Cómo decirle a ese muchachito, convertido en un hombre, que quien está delante de él es su verdadero padre.
El corazón le late en el recuerdo, lo noto por el brillo de sus ojos. Lo imagino terriblemente conmovido, sujetado, con la gana ardiendo. ¿Podrá la cabeza elaborar alguna estrategia discursiva para sortear la situación? El encuentro dura sólo las fracciones de segundos necesarias para mantener una conversación ocasional entre un cartero y un desconocido. Pero suficiente para recordar la anécdota cuando ambos mantengan, telefónicamente, la primera conversación formal entre padre e hijo. Lo demás, será una fotografía de Nadal en el diario Página 12. La conferencia que dará cuenta de la recuperación de una nueva identidad que los militares habían licuado en el anonimato de un colaboracionista. La revelación del caso. De él, su captor, tal vez ahora, en este breve espacio de la escritura, no valga la pena hablar. Lo juzgará la historia, porque el hombre ya no vive, murió antes de que se supiera la verdad.
De Nadal padre, sólo resta caracterizarlo. Tipo afable, trabajador, acostumbrado a la tranquilidad de la vida serrana, miembro de una familia acomodada de San Luis, hijo rebelde de los años 60-70, militante revolucionario, sobreviviente de la política de exterminio de la dictadura, preso político, exiliado del sur en París, amigo del vino y del asado, pero por sobre todas las cosas cálido, muy cálido y padre de nuevo.