“Obviamente hay profundas diferencias entre ambos gobiernos. Hablaremos sobre nuestras preocupaciones sobre democracia y derechos humanos, y ellos también hablarán de sus preocupaciones con respecto a la política estadounidense”, dijo el presidente Obama.
“No hay que hacerse ilusiones, tenemos muchas diferencias. La historia de nuestros países es complicada, pero estamos dispuestos a avanzar en la amistad de nuestros pueblos, en las reuniones que estamos llevando a cabo, abrir nuestras embajadas, visitarnos mutuamente”, consideró Raúl Castro.
De este modo, ambos mandatarios formalizaron ante el mundo el primer encuentro bilateral, luego de más de medio siglo de haberse interrumpido las relaciones entre ambos estados. El hecho, por donde se lo mire y mida, es sencillamente trascendental para el mundo de la política internacional y para el reacomodamiento de los estados nacionales que mantienen relaciones con uno y otro estado; aunque en lo inmediato no habrá, seguramente, grandes transformaciones en la política de EE.UU. respecto a Cuba y viceversa.
Pero el hecho en sí, se ha convertido en un “acontecimiento” que quedará para el análisis de historiadores, sociólogos y pensadores de toda orientación y procedencia. En lo inmediato se puede observar que algo de la vieja “episteme”, con la cual se concebía la trama de relaciones que acercaron, o alejaron, a lo largo del siglo XX y XXI a los dos países, ha cambiado definitivamente.
Si dejamos de lado las simplificaciones de quiénes evalúan el “momento” como el triunfo de un estado sobre otro, nos quedaremos con la idea de que la política internacional en el mundo de hoy solo es posible observarla como si fuera un simple partido de fútbol, en el que la supremacía de los intereses económicos son predominantes en esta relación. Quizás algo de ello sea cierto, pero es indudable que la matriz de pensamiento ha sufrido una ruptura, una discontinuidad en la línea de tiempo, que ha implicado que ambas sociedades provocaran un desplazamiento de sentido y el surgimiento de una nueva matriz que se ubica fuera del marco “epocal” en la cual se pensaban las relaciones bilaterales entre EE.UU. y Cuba.
Ahora bien, ¿qué tipo de conocimiento y teoría ha hecho posible esta nueva forma de saber, sobre cuáles bases se ha constituido y sobre cuáles “a prioris” históricos han salido a la luz las ideas, se han desarrollado ciertas ciencias y se han creado las filosofías que han provocado ésta ruptura en la línea del tiempo histórico?
Dar una respuesta a estos interrogantes generales, será trabajo para los meses por venir. Fijar una sentencia categórica a este cambio de época será una tarea ardua que ameritará rigor científico. En lo inmediato nos queda la tarea de intentar comprender que si esas relaciones bilaterales comienzan a cambiar es porque hay una “algo” que se ha desarrollado en la cultura, que ha modificado el conjunto de relaciones que se encontraban en la base de una época anterior, que ha permitido el surgimiento de una nueva mirada, un nuevo saber entre las palabras y las cosas.