En la Argentina de los años previos a la década del ’40, la gran mayoría de los trabajadores estaban nucleados en sindicatos dirigidos por los anarquistas, los comunistas o los socialistas. Muy lejos estaban esas fracciones políticas conductoras del movimiento obrero, de tener alguna cercanía con los gobiernos de entonces y con los partidos que marcaban la agenda nacional. En una totalidad social compleja indudablemente cualquier fracción política podría en momentos muy precisos formar alianzas tácticas con fuerzas sumamente diferentes. Pero si se ve el trazo más grueso de aquellas coyunturas, las fuerzas que conducían el movimiento sindical argentino, se encontraban bien lejanas de las fuerzas hegemónicas.
Una pregunta que podría hacerse es por qué los obreros elegían a determinadas conducciones gremiales, estando éstas, la mayoría de las veces alejadas de los gobiernos. Si bien a los gobiernos del radical Hipólito Yrigoyen por muchos son considerados como un emblema de nacionalismo progresista, el mismo, tuvo al movimiento obrero principalmente anarquista, en la vereda de enfrente, y no son pocos los que le endilgan al mandatario radical la política excesivamente represiva que, tuvo a la Semana Trágica como su ejemplo más contundente. Cipriano Reyes fue alguien que nunca le perdonó eso al radicalismo. Los obreros provenientes del laborismo y que luego se hicieran peronistas, tomaron con respecto a Yrigoyen idéntica posición. El peronismo del ’45 tuvo otras vetas no obreras que reivindicaron al caudillo radical, pero hay que señalar con fuerza que las principales vertientes obreras que confluyeran bajo la conducción del Coronel Perón, no tuvieron esa posición. No se trata de señalar si el laborismo se equivocaba o no en la caracterización de Yrigoyen, sino simplemente que ése era un dato de la realidad.
En aquellos tiempos la adhesión sindical no era algo que se diera como la correspondencia entre dos elementos ajenos entre sí. Los referentes gremiales eran gente que trabajaba, y que ante determinadas injusticias reaccionaban junto al resto. Eran conducciones naturales. No existían aún esos grandes aparatos sindicales en los cuales además del reclamo, se privilegia la obra social o el turismo. El sindicalista era uno más de los trabajadores, y acataba las decisiones de la base. Si las conducciones debían ser elegidas lo que se privilegiaba para ello era la eficacia para sostener el conflicto y llevarlo a una resolución valedera. Es decir que lo que estaba en juego era la capacidad para resolver las demandas obreras. Si una dirección sindical no se encuentra condicionada o influenciada desde afuera ya sea por un partido, o por los intereses empresarios, obviamente que tendrá una capacidad de respuesta mucho mayor. Mucho más si ser conducción no es sinónimo de hacer negocios con sectores ajenos a la base obrera. Si un sindicato se convierte en una fuente de recursos, es probable que las conducciones se alejen de los reclamos, y lo que les interese sea mantener cargos a cualquier costo. Pero esta clase de cosas no sucedía en esos tiempos. No obstante podían existir condicionamientos para las direcciones gremiales, más ligadas a cierta clase de políticas, como de igual forma, siempre existen límites propios a la falta de experiencia. Estos factores condicionan obviamente la labor gremial, y hacen que la gran masa obrera se incline a cambiar de opciones. Concretamente lo que habría que desarrollar es el porqué de abandonar ciertas conducciones clásicas e inclinarse hacia nuevas propuestas, tal como fueron las diferentes tendencias sindicales que luego confluirían en el partido laborista, para apoyar desde ahí al por entonces Coronel Perón, que emergía como un referente de importancia, por su labor en la Secretaría de Trabajo y Previsión, la cual le dio una gran visibilidad.
A partir de fines de la década del ’30 y comienzos de la de los ’40 es cuando comienzan a desarrollarse con bastante fuerza las tendencias que confluirían en el laborismo. Esto se enmarcaba en el período de la segunda gran guerra. Fue en ese momento preciso cuando las direcciones sindicales comunistas y socialistas comenzaron a perder peso en los sindicatos.
Durante gran parte de la década del ’30 los comunistas lograron sostener un gran prestigio en el seno de las bases obreras teniendo como punto de mayor encumbramiento, la gran huelga de la Construcción del ’36. Luego comenzaría su declive y el surgimiento de esas nuevas tendencias señaladas más arriba, que provenían principalmente del anarquismo y el sindicalismo revolucionario. Muchos obreros de base, con militancia comunista o socialista también en el inicio de los ’40 se comenzaron a sumar a las tendencias laboristas. En los frigoríficos Swift y Armour de Berisso, esto fue bastante elocuente. Cuando se señala en estas letras que hubo un pasaje de un lugar a otro, en lo que no hay que caer es un simplismo reduccionista, y por tanto indagar sobre las causas de ese pasaje, ya que ésa sería la única forma posible para entender ciertos movimientos de la sociedad, no cayendo en adhesiones que dejan de lado los causales y que reducen todo a filiaciones sentimentales o románticas.
Si los comunistas comenzaron a perder privilegio e influencia entre los trabajadores eso se debió principalmente a que equivocaron el rumbo. En lugar de someterse a las demandas de la base, su política se inclinó hacia una posición que hoy se podría denominar geopolítica. La existencia por entonces de una gran nación proletaria, en lugar de favorecer las luchas de los trabajadores del mundo lograba que las mismas fueran condicionadas, por los intereses particulares de la Unión Soviética, cosa que se acentuaba mucho más, en una coyuntura caracterizada por el belicismo mundial.
Entre 1928 y 1935 se dio en el seno de la Comintern (Internacional Comunista) lo que se denominó “Tercer período” o de lucha de “clase contra clase”. En un artículo muy interesante escrito por Ben Brewster que fuera publicado en 1973 por la revista Pasado y Presente, y que llevaba el título de Insurrección y poder dual, este autor sostenía que en ese período de 7 años se dio una fuerte ofensiva de los diferentes partidos comunistas del mundo para derrocar a los Estados burgueses, pero que esa política eclosionaría a mediados de la década con el surgimiento de políticas defensivas como son la de frente popular, unidad antifascista y otras. Ante la irrupción de la 2da gran guerra, indudablemente la Unión Soviética tuvo que preservar su integridad, pero esto no podía nunca implicar, que los trabajadores del mundo tuvieran que ser tibios con sus amos británicos o estadounidenses, porque estos fueran por ese entonces aliados tácticos de la URSS. De todas formas habría que ver si ésa era una política que emergía desde la URSS o era patrocinada por algunos referentes de la Comintern que tenían influencia en el mundo occidental. La política del PC argentino, más precisamente la de su dirigente Victorio Codovilla, más que ampararse en la estrategia estaliniana, era una semblanza del por ese entonces dominante browderismo, que llevaba ese nombre por Earl Russell Browder, dirigente del PC de los EEUU, quien ya adelantaba algunas de las premisas de la política postestaliniana consistente en la coexistencia pacífica, entre la URSS y las otras potencias occidentales, principalmente los EEUU. Lo cierto es que el proceso de la guerra popular prolongada en la China de entonces no se detuvo, e hizo que la coyuntura fuera mucho más que propicia para que la revolución encabezada por el PC Chino de Mao Tse tung triunfara en 1949. La posición defensiva de los partidos de la Comintern restauraban subrepticiamente en la segunda gran guerra, la política de la internacional socialista durante la primera gran guerra, que indicaba que los trabajadores debían sumarse a las burguesías de sus países para defenderlas, promoviendo así la política del social chauvinismo.
La gran claridad conceptual de Lenin fue justamente interpretar que la coyuntura bélica se transformaba en la más precisa oportunidad para llevar adelante la revolución. El estallido de las contradicciones interburguesas, abría una grieta por donde se podía colar el proletariado. Mao advirtió en la segunda guerra lo que Lenin había visto en la primera pero no lo explicitó, tal vez su percepción fue mucho más cercana a la práctica que encabezaba. Pero el resultado fue equivalente. Lo cierto es que los trabajadores que buscaban conducciones gremiales y políticas para enfrentar a sus patrones, en ese período tuvieron la deserción de los comunistas.
El prestigio que había ganado el PC en sus luchas gremiales realizadas durante gran parte de la década del ’30, se fue eclipsando, y la conducción del comunista José Peter , gran líder de los trabajadores de la carne, fue puesta en dudas por el emergente Cipriano Reyes, quien le arrebataría a fuerza de luchas muy concretas del sector, la conducción gremial. Concretamente, los comunistas se negaron a llevar a fondo la lucha contra las patronales de los frigoríficos, porque éstas eran inglesas y el Reino Unido estaba en ese entonces aliado a la URSS por la coyuntura bélica.
La clase obrera argentina no llegó al peronismo, porque fuera embaucada por posturas populistas o nacionalistas, llegó al peronismo porque las conducciones sindicales que mejor la interpretaban, adhirieron en términos generales ya desde el ‘43 a las posiciones de un grupo de militares que objetivamente estaban en contradicción con las clases dominantes tradicionales y hegemónicas. También por la deserción de las direcciones anteriores
Esto es una breve descripción de un trabajo que estamos realizando sobre la participación obrera en la emergencia del peronismo.