Osvaldo Drozd
Ante el masivo acto de ayer realizado por la CGT, que núcleo a más de 400 mil personas en el centro porteño, algunas voces comenzaron a alzarse. Los medios hegemónicos no escatimaron todas esas vacuas especulaciones sobre una confrontación entre la presidenta y el líder sindical, una puja de poder, una demostración de fuerzas del “piantavotos” para presionar por candidaturas y asegurarse “impunidad”.
Clarín y La Nación no hacen más que contrastar dos fuerzas que chocan entre sí, casi unidas por el espanto, mientras Cristina huye hacia el sur para no compartir el escenario con el dirigente camionero. Todas especulaciones triviales que no hacen más que desconocer la historia del movimiento político más trascendente de nuestro país. El peronismo siempre fue y es una fuerza heterogénea con una gran capacidad para contener contradicciones, y éstas no los ahuyentan a sus adherentes sino que son parte del mismo folklore y de la mística militante: “El que gana conduce y el que pierde acompaña”.
El peronismo nació como una convergencia entre militares nacionalistas, radicales y laboristas. Estos últimos como fuerza política genuina de los trabajadores organizados que pasaron a constituir la columna vertebral del movimiento, al cual no es posible considerarlo como una ideal conciliación de clases (en el sentido hegeliano de la síntesis), sino como un equilibrio relativamente estable de fuerzas por obra de una conducción política que supo armonizar sus propias contradicciones. Esto obviamente no significa que ello sea inmutable en un proceso histórico de largo alcance, y de muestra está el peronismo de los setenta profundamente enfrentado, tal vez el menos peronista en el sentido expuesto, de todos los que hubieron en su historia.
Con el surgimiento del movimiento nacional y popular en el 45, los trabajadores realizaron una opción política y obtuvieron por primera vez en la historia del país, su ciudadanía política. Es por esto que a partir de aquel momento las masas obreras en su espontaneidad nunca más fueron trade- unionistas ni sindicalistas, sino que adhirieron a un movimiento que largamente excedía lo contractual corporativo, y alcanzaba cierta estatalidad.
Otras voces siempre fueron críticas de una supuesta heteronomía de la clase obrera con respecto al peronismo, casi como concibiendo a su autonomía como un vacío a llenar por otros contenidos, más acordes a su esencia, sin entender que la emancipación no es un proceso que parte de la virginidad sino de una condición ya inscripta en la realidad y a la cual sólo es posible transformar a partir de entender como punto de partida, a una clase políticamente ya situada, y que a la vez no reniega de luchar por mejores condiciones de vida.
A las especulaciones de los medios acerca de las contradicciones entre Cristina y la CGT se sumaron también críticas de la oposición al acto de ayer. El candidato presidencial por el radicalismo Ricardo Alfonsín saliendo a decir que es «una vergüenza» que «una organización de trabajadores se manifieste como si se tratara de una organización dependiente del PJ», o el diputado nacional del GEN Gerardo Milman al asegurar que “Moyano en vez de discutir demandas de los trabajadores llama a votar a Cristina” o que “más que secretario de la CGT es el jefe de campaña” de la presidenta. Lo que sorprende de estas afirmaciones es la liviandad, ya que pareciera que esto fuera totalmente nuevo cuando hay toda una historia del movimiento de los trabajadores la cual parecieran obviar, y en la cual los radicales nunca lograron incidir a pesar de su historia centenaria, incluso antes de que existiera el peronismo.