Por Jorge Bernetti
No sé cuándo ni quién empezó a llamar al Día del Regreso (del general Perón a la Patria), el Día del Militante. Es mejor así, el anonimato es una condición del mito. Siempre habrá una militancia y, por lo tanto, alguien que la ejercite, por la Patria, el Pueblo y todas las minorías que lo requieran por la Justicia.
Pero aquél ya viejo día de 1972 fue para una generación de militancia peronista, la jornada en la que el general (del ejército paraguayo) Juan Domingo Perón Sosa, al bajar de un charter de Alitalia pusiera pie en el cemento de Ezeiza, desde que el día 23 de septiembre de 1955, hubiera abordado una cañonera, un pequeño buque militar (la “Humaitá”) para ingresar en el terreno amargo y peligroso del exilio.
Perón tuvo que irse en el parto de la revolución libertadora y volvió en la agonía de la revolución argentina, dos dictaduras militares oligárquicas que defendían al mismo bloque dominante que el peronismo nacional-popular había venido a desafiar, recortar y hacer retroceder, pero no vencer de manera definitiva.
El pueblo y la militancia peronistas oscilaron en aquellos años entre el deseo del regreso y la impotencia por su postergación permanente. Sus enemigos despreciaron aquella posibilidad y sus opositores menos fanáticos entendieron que era de justicia aquella travesía, a la que sin embargo, entendían como de difícil cumplimiento por las condiciones militares y la edad del caudillo.
Las pintadas “Perón Vuelve” y su abreviatura publicitaria de distintiva calidad política signaron los años de lucha y de indiferencia. Los duros, los combativos, en suma los que no negociaban se amparaban en el regreso sin condiciones del Jefe del Movimiento como condición de la lucha y como garantía de que la lucha era por cambios de fondo, revolucionarios, cuando la palabra significaba cambios en la propiedad de los medios de producción, comunicación y militares.
El que milita arrastra, como el vocablo latino lo marca, una condición militar. La abstinencia de toda concesión, la paciencia, la inteligencia en el combate y la alegría en las pequeñas victorias marcan el perfil de ese luchador que el lenguaje político popular calificó como militante. Fue la Juventud Peronista la que puso el mayor y más vanguardista esfuerzo para el regreso del Líder. Fue la rabia clasista del general Agustín Lanusse (del ejército argentino), la que estimó que era la ausencia de bravura la que impediría el regreso. Hay una generación que escucha resonar como canto de victoria el plañidero reconocimiento del Cano Lanusse en un mensaje de derrota por cadena nacional: “Yo me empecé a dar cuenta que Perón volvía cuando…”.
Caminar hacia Ezeiza fue entonces la consigna, en medio de los tanques y los carriers de la X Brigada de Infantería del Ejército sometido a consignas anti populares y pro-imperiales.
Fue difícil caminar hacia Ezeiza, hacia el encuentro con el viejo general proscripto, cifra de la democracia argentina y posibilidad de liberación. (Siempre hay que caminar hacia Ezeiza). Aquella mañana por el barrio Los Perales, los jóvenes veíamos a los viejos con apergaminados carteles del Perón de los ´50, cuidadosamente guardados en los años, desplegarlos con esperanza. Y todos armados de decisión. Como escribiera Borges para otra ocasión “siempre el coraje es mejor, la esperanza nunca es vana”.
Por ese largo camino, empeñosamente recorrido por mujeres y hombres, jóvenes y viejos, en tantos años y finalmente coronado en noviembre de 1972, es justo que ese día, la mejor jornada del peronismo desde el 17 de octubre de 1945, fuera llamado por algún anónimo talento, el Día de la Militancia.
*Periodista y Profesor Titular de la Facultad de Periodismo y Comunicación Social de la UNLP.