La técnica desatada por la modernidad ha generado en nuestro pensamiento una necesidad de generar posesiones en lugar de fundamentar la propiedad de las mismas o en otras palabras un ejercicio o necesidad de dominio de las cosas si analizar y ser consecuentes con su legitimidad o no.
En estos lides, y dado que es 9 de Julio les acerco un texto que me impresionó. No se si es para disfrutar, pero si es para pensar y eso es positivo, saber si esto algo tiene que ver con lo que hacemos o cómo lo hacemos dependerá de cada uno de nosotros.
«Quisiera mostrar con un ejemplo lo que ha sido visto y descubierto aquí efectivamente en la cosa misma. Elijo el ejemplo primitivo del timbre de una puerta. Están los viejos modelos mecánicos de los timbres de cadena o giratorios: cuando uno los acciona todavía tiene la sensación directa de generar el efecto deseado en su especificidad, porque entre la mano que actúa y el sonido que se produce existe un nexo adecuado, es decir que cuando estoy ante esta clase de dispositivo no sólo sé lo que tengo que hacer, sino además por qué lo tengo que hacer. No pasa lo mismo con el timbre eléctrico, que se acciona mediante un botón: la acción que ejecuta la mano se conecta con el efecto de manera muy inespecífica y heteromorfa. Ya no generamos el efecto, sólo lo desencadenamos. El efecto deseado nos aguarda ya listo en la forma de aparato, por decirlo de algún modo, nos oculta incluso cuidadosamente su condicionalidad y la complejidad de su generación, para sugerirse ante nosotros como lo que está disponible sin esfuerzo. Por esa sugerencia del estar siempre listo, el mundo técnico, con independencia de todos los requisitos funcionales, es una esfera de carcasas, cubiertas, fachadas inespecíficas y puertas ciegas. La parte humana del funcionamiento es homogeneizada y reducida al mínimo ideal de oprimir un botón. La tecnificación hace que las acciones humanas sean cada vez más inespecíficas. No diré nada aquí sobre el simple fenómeno físico de que la diferencia entre un timbre mecánico y uno eléctrico reside objetivamente en que en un caso somos nosotros los que debemos sumiistrar la energía necesaria para el proceso, mientras que en el otro tomamos energía externa ya disponible. En nuestro contexto es decisivo el criterio fenomenológico de cómo se ofrecen los datos de la experiencia inmediata. En el ideal que representa «oprimir un botón» hay un escamoteo de la inspección (en el sentido más literal de mirar al interior) que es autocelebratorio: orden y efecto, directiva y producto, volutad y obra han acortado su distancia al mínimo, se han acoplado con tanta facilidad como en el ideal secreto de toda productividad poscristiana, el «¡Hágase!» del comienzo de la Biblia. En un mundo que se caracteriza cada vez más por las funciones de desencadenamiento, las personas necesarias para las funciones inespecíficas son cada vez más intercambiables, pero también son cada vez más confundibles los desencadenantes. Para seguir con el botón del timbre: cuántas veces tocamos un timbre en un pasillo cuando en realidad lo que teníamos «en mente» era la luz. Detrás de cada uno de esos desencadenantes se esconde una larga historia previa de descubrimientos humanos, todo un complejo de invenciones; pero el desencadenante esta «presentado» de tal manera que en su uniformidad abstracta nos encubre y escamotea todo esto: mal «producto» el que permite mirar en sus entrañas. El modo en que se exhibe el objeto técnico no sólo rehusa toda pregunta curiosa en tanto posible inspección de quien no quiere pagar o quiere ganar él lo que vale el secreto del funcionamiento, sino que parece hacer todo lo posible por impedir incluso que surjan preguntas, y no sólo las que tienene que ver con el secreto de construcción y el principio de funcionamiento, sino sobre todo las que tienen que ver con el derecho de existencia. Lo siempre listo, lo que se puede poner en funcionamiento y está disponible con sólo oprimir un botón, no justifica su existencia, ni desde su orígen teórico ni desde las necesidades que doten de sentido, sino que requiere e impone por su parte necesidades y dotación de sentido. Para eso primero hay que generar, eventualmente, toda una capa artificial de motivos y ficciones de validez, fabricarla a su vez con despliegue técnico. El ideal de tal manipulación es revestir de sobreentendido el producto artificial; el sobreentendido hace enmudecer todas las preguntas sobre si algo es necesario, si tiene sentido, si es humano, si se justifica de alguna manera…» (las negritas son nuestras). En Blumenberg, Hans: «Teoría del Mundo de la Vida». ED. Fondo de Cultura Económica. Bs. As. 2013.
En fin la pregunta sobre la técnica y sus condicionantes, sus formas de legitimación abarca todas las esferas de la vida humana: biológica, social, política, económica y obviamente tecnológica. O como dicen los chinos el peor de los deseos es que se cumplan tus deseos: que todo se solucione apretando un botón..
Feliz Día de la Independencia!!!