Como era previsible, la contundente movilización desarrollada para celebrar los diez años del gobierno nacional, recordar la emblemática figura de Héctor Cámpora y celebrar un nuevo aniversario de la Revolución de Mayo, han dado cuenta de la fuerte raigambre popular que signa al proceso político iniciado con la asunción de Néstor Kirchner en mayo de 2003.
Y ello no es casual, porque la enumeración de medidas que contribuyeron a ir moldeando el proyecto político en curso son innumerables y conocidas por los lectores. Ello indica que la movilización fue sustentada a partir de la existencia de una “política” y que si ella se traduce en hecho material y concreto, ni siquiera las operaciones de prensa que intentan esmerilar el poder del gobierno nacional le hacen mella.
Seguramente en el medio de la movilización, fuertemente marcada por la presencia de organizaciones políticas de carácter territorial, organismos de derechos humanos y sindicatos que acompañan la orientación del proceso político, estuvieron los campeones del oportunismo que nunca faltan, pero no es menos cierto que se trata de una minoría que a estas horas debería ver con preocupación que hay una generación ávida de pujar para ganar espacio en una futura renovación.
Y ello no es paradójico sino una recurrencia de la historia, intencionalmente sintetizada en los tres acontecimientos que fueron motivo de la convocatoria, pues la generación de Mayo, la militancia que llevó a Cámpora al poder y logró el objetivo político del regreso de Perón, y la estructura que hoy sostiene el proyecto político del gobierno nacional, promedia los 28 años. Es decir el segmento de la población más dinámico por la propia vitalidad de su energía. ¿Entonces por qué cuestionar el grado de participación de la juventud, si es la que tiene la posibilidad real de ser parte del trasvasamiento político de los próximos diez años?
Parte del problema de la derecha en la Argentina, es que no alcanza a comprender que hay una generación que ha entendido a la política como la herramienta más eficaz para llevar adelante las grandes transformaciones que necesita la sociedad. En esa generación no hay lugar para matrices culturales ancladas en la idea de que la dependencia económica, por ejemplo, es un destino imposible de modificar. Quien pensó ello, y fue un instrumento de esa política, murió encarcelado hace unos días en el penal de Marcos Paz.
Este cronista en una lectura rápida de los medios de información de alcance nacional, leyó en La Nación una columna del periodista Carlos Pagni en la que señala el aislamiento en el que va a ingresar la Argentina a partir de los desaires con los que el gobierno nacional ha tratado en los últimos años a las distintas administraciones de los Estados Unidos. Dice Pagni, en alusión a un supuesto relanzamiento de las relaciones de los Estados Unidos con América Latina, que Argentina no estaría en esos planes por las siguientes razones: “La memoria del Departamento de Estado está marcada por tres traumas recientes: los malos tratos de Néstor Kirchner a George W. Bush en la Cumbre de las Américas de Mar del Plata, en 2005; los insultantes reproches de Cristina Kirchner en diciembre de 2007, a raíz de las investigaciones sobre Guido Antonini Wilson y su valija precursora, con 800.000 dólares, y la irrupción de Héctor Timerman en un avión de la fuerza aérea norteamericana, para incautar material sensible con el pretexto de prevenir un eventual atentado terrorista. Nadie puede asegurar al gobierno de los Estados Unidos que las autoridades argentinas no agriarán una visita con algún exabrupto irreparable”.
El problema de la dependencia, a esta altura de los acontecimientos, es sólo una preocupación para quienes históricamente sostuvieron una política de alineamiento automático con los Estados Unidos. Definiciones en torno a ella resultan extemporáneas en esta etapa del país, máxime si se tiene en cuenta que fue el propio Néstor Kirchner el que rechazó esa posibilidad cuando José Escribano, uno de los responsables editoriales del diario, le había reclamado esa posición a mediados de 2003. Si Kirchner fue el conductor estratégico del cambio de época, por qué razón las organizaciones políticas y sociales que fueron conformadas al calor de su figura habrían de claudicar ante el desafío de seguir profundizando esa línea de acción política.
En Mayo de 1810 Monteagudo, Moreno, Castelli, entro otros, planteaban una ruptura de carácter radical de las cadenas que ataban a la región con España. Los primeros años de la década del setenta, son la máxima expresión de la lucha contra el imperialismo yanqui y la dominación cultural en la Argentina. De 2003 a esta parte, ya nadie duda que el fortalecimiento de los acuerdos con el resto de los países que integran la UNASUR son el camino a seguir para avanzar hacia la autonomía política y la independencia económica.