Cuando el país estalló en el 2001, cuando la desesperación y la ira de aquel “que se vayan todos” cerraba una etapa de circo, de saqueo, de destrucción de empleos y de futuros, de banalización de la política, de represión de toda protesta, de pérdida de credibilidad de las instituciones, quedamos frente a un desafío crucial para nosotrxs y para quienes vendrían después: ¿qué haríamos?
Si la culpable era “la política”, ¿quiénes podrían dirigir el país?, ¿las asambleas barriales desarticuladas entre sí, donde además, se vivían las tensiones y las dificultades de organización de cualquier agrupamiento, fuese un consorcio, un club, una sociedad de fomento?, ¿los empresarios exitosos? Pero si justamente, ¡los empresarios exitosos habían colocado a sus hombres en los ministerios de economía de todos los gobiernos, de facto y democráticos, desde hacía décadas!
¿Cómo avanzar hacia una reconstrucción de la cultura del trabajo arrasada a fuerza de despidos masivos, desmantelamiento de ferrocarriles, industrias y cierre de comercios incapaces de competir con las grandes cadenas de supermercados o los shoppings, con millones de compatriotas para quienes nadie había ideado un “plan b”? Es decir, un plan por el cual pudiesen dedicarse a otra labor que suplantara aquel empleo destruido, como sí se había hecho con anticipación en otros países que calcularon los efectos de la globalización y reformularon su estructura productiva para no dejar el tendal de desempleados ni perder competitividad. Pero eso no nos lo contaban cuando compraban por centavos nuestras empresas estratégicas.
Y seguía la desazón pensando en el aumento de problemáticas terribles como el narcotráfico, el fenómeno del paco que fue liquidando a esxs chicxs que siempre recibían las balas del gatillo fácil, culpables de haber sido excluidos, de nacer en las villas, de no tener proyectos…. ¿cómo podrían heredar sueños cuando el presente de los mayores que debían guiarlos era una pesadilla?
También pasaron muchas otras cosas que nos han marcado y hasta hoy tendemos a naturalizar; la búsqueda de comida en los tachos de basura, la explotación sexual de niñxs, la violencia de género acentuada muchas veces por la crisis de las relaciones a partir de la frustración de modelos tradicionales (hombre proveedor, madre nutricia) y como reacción a nuevos roles que las mujeres, jefas de hogar muchísimas de ellas, asumían en la emergencia: salir a la calle, intentar redes de contención, labor incesante en comedores, en el trueque, en los barrios, inventando respuestas allí donde lo público hacía rato se había perdido.
Docentes en las escuelas ya no enseñaban sino que daban de comer y apenas podían contener los padecimientos nuevos que lxs chicxs traían al aula. Las escuelas fueron un ámbito de resistencia en muchos casos ante la embestida individualista neoliberal pero también se hizo eco de violencias nuevas con las que víctimas se revictimizaban. Y el bajar los brazos, por cansancio o por pavor defensivo, predispuso también a las instituciones en contra de quienes son el sujeto principal de su cuidado. Como si pensaran “qué se puede hacer con ellxs?”, desalentando los vínculos humanos y pedagógicos que nos enorgullecíamos de tener en la Argentina.
Desde el presente, tal vez no podamos aún valorar realmente cuánto fue el desastre que Néstor Kirchner se dispuso a reconstruir.
Un 25 de mayo de 2003 ese hombre de quien pocxs sabían quién era o a quien nulo margen de acción concedían los verdaderos poderes del país, llegó a la presidencia y, desde el inicio, mostró que no era alguien más resignado a administrar el desastre y a recibir instrucciones de quienes nunca dan la cara ni pagan costos políticos.
Néstor sabía que solamente la política era la salida. La política y el ejercicio del poder temporal que los votos conceden podían rendir frutos si se la concebía como herramienta transformadora y como arcilla para modelar colectivamente el sueño que recogía las banderas de lo colectivo, de la solidaridad, de la justicia social que tanto habían despreciado y creyeron ultimar a sangre, fuego, indulto y zoncera menemista.
Con la coincidencia extraordinaria en la región de otros líderes decididos, se fueron tendiendo redes para hacer de la América del Sur un bloque de cooperación en el cual ya no impusieran recetas agotadas.
Con la conmovedora valentía de darnos una Corte Suprema no adicta y respetable, derogó los instrumentos de la impunidad y se hizo posible no solamente juzgar los crímenes de lesa humanidad, sino procesar –no sin dificultades por cierto- el sentido del terrorismo de Estado y las complicidades del establishment y la jerarquía eclesiástica, el para qué de la perversa metodología empleada. Estamos resignificando la militancia y descubriendo verdades, recuperando a nuestrxs chicxs apropiados, trabajando día a día en la construcción de los anticuerpos necesarios para que nunca más se repitan las atrocidades.
Pudimos cuestionar la supuesta neutralidad de los medios concentrados y dar forma a la Ley de Servicios de Comunicación y la dimensión de la disputa revela hasta dónde la dirigencia política ha estado subordinada a los intereses de los monopolios cómplices de los despojos de la dictadura y el menemismo. La increíble suspensión de una ley aprobada en el Congreso por medidas judiciales que tienen velocidades diferenciales y semejanzas antidemocráticas con el poder mediático solapado, despertó conciencias, nos lanzó a la calle, nos animó al ejercicio crítico como televidentes, como lectores. Surgieron otros discursos y medios populares. Y lo que está vigente de la norma permite enriquecer las opciones y dar medios a lxs inaudibles, a universidades, a pueblos originarios. Falta aire para recuperar el aire, pero esta senda es la única que abre oportunidades y multiplica los mensajes y formatos.
El repudio y la condena social. El ejemplo de las Madres y las Abuelas. Instaladas para siempre, a pesar de tanto tiempo y tantos ataques, en un sitio fundamental de nuestro imaginario democrático.
Hace diez años nos proponía un sueño. No dependía de él, que dejó la vida en el camino que continúa su compañera de vida y Presidenta de la Nación, reelegida con porcentajes impensados, al mismo tiempo que era atacada y amada como nadie lo fue desde Evita… porque ese sueño es un sueño colectivo, de millones que recordamos de dónde venimos y hacia dónde queremos seguir yendo, paso a paso, con lo posible, pero segurxs de algo: no dar ni un paso atrás.