Walter Barboza
Sandalio Almirón nunca necesitó un verde. En el lugar en el que él vivía, en la pobreza más extrema del interior profundo de la Provincia de Santiago del Estero, esas cosas no hacían falta. Solo bastaba que su viejo alazán, llamado Pica, estuviera siempre listo para llevarlo de un pueblo a otro a comprar lo que su familia necesitaba para la semana. Y eso cuando no lo sorprendía el tiempo de la cosecha en alguna estancia de la provincia de Santa Fe, a la que viajaba con todo sus críos para instalarse en algún galpón derruido y trabajar en la cosecha de maíz, o bien en la provincia de Tucumán a donde se trasladaba para cortar cañas en los ingenios azucareros.
¡Dólar, qué carajo era eso para los habitantes del Departamento de Loreto, donde el quechua irremediablemente se mezclaba con el castellano y las casas de adobe y paja construían un paisaje propio de los cuadros de Molina Campos! Si apenas veían unos pocos pesos para vivir con menos de lo justo. Si después de las largas jornadas de trabajo, siempre le quedaba la sensación de que además de la plusvalía, le habían sacado una parte importante de su vida. Algo de Sandalio se quedaba ahí, algo que las patronales del campo le confiscaban en lo rudimentario del trabajo.
¡Dólar! Nada más alejado de la realidad para Sandalio. Nada más extemporáneo para un hombre que calzaba alpargatas de suela de yute para caminar en las heladas de la zafra tucumana. Nada más alejado de su vida diaria, que las discusiones de los grandes centros financieros que expoliaron a más no poder a las tierras latinoamericanas. En centro América fue la United Fruit Company, la que se llevó el potasio en estado puro y nos dejó el mote de “repúblicas bananeras”. Así pasó con el café, el cacao, el tabaco, la sal, la plata, el cobre y otras riquezas que ofrecían estas tierras desde tiempos inmemoriales.
Lo pudieron hacer porque hubo clases dominantes que hicieron posible que ello ocurriera. Generaron las condiciones para la dependencia económica, pero también para la dependencia cultural. Esos nombres están detallados en la historia. Hoy Argentina, como otros estados nacionales de la América Morena, trata de romper con aquello que explicaba claramente la teoría de la dependencia: el subdesarrollo no es una etapa del desarrollo, sino la consecuencia del desarrollo de los demás. Romper con esa lógica, implica romper con cierto sentido común que ha logrado que una porción considerable de la población haya hecho del dólar un culto. Su vida.
Ni Sandalio Almirón, ni sus descendientes necesitaron de la moneda verde, aunque ella haya condicionado sus vidas. Pero es bueno entender que ese condicionamiento depende en gran medida de una mirada a-crítica de la realidad. Fundamentalmente de quienes se interesan por la moneda extranjera, no de los hijos de los hijos de Sandalio que a tantos años de la experiencia paterna, se trasladaron a los centros urbanos para trabajar como albañiles. Hoy montados en el Sarmiento, el caballo de hierro que sustituye al alazán, marchan al trabajo con sus auriculares puestos. Sin atender demasiado a los pronósticos agoreros, buscando en la dulce melodía que llega a sus oídos hacer de esos viajes algo más placentero.