Dmitri Kósirev, RIA Novosti
Las elecciones han vuelto a mostrar su ineficacia: los comicios de Venezuela concluyeron con un reparto de votos de casi 50/50, ganando el sucesor de Hugo Chávez, Nicolás Maduro, con una mayoría apenas perceptible, tan sólo un 1,5%.
Algo parecido vimos reiteradas veces en las elecciones presidenciales de EEUU. Y como era de esperar, el perdedor, Henrique Capriles, no tardó en declarar que los resultados son fruto de una falsificación.
Una nación escindida
Desde mediados de los años 80 del siglo pasado existe un procedimiento de cambio de los mandos del poder vía elecciones, en la que éstas se utilizan como pretexto para el derrocamiento ilegal del régimen existente (que puede ser tanto «bueno» como «malo»). No requiere tener una mayoría de electores, basta con una cantidad suficiente de vecinos de la capital capaces de paralizar de manera relativamente pacífica todas las actividades del gobierno y hacerlo dimitir bajo el pretexto de unas elecciones falsificadas.
Los manifestantes provocan a las autoridades para que apliquen la fuerza y luego pierdan en el choque. Esta tecnología implica el uso de tecnologías de comunicación (en los años 80 fue la radio, hoy en día es Internet) y una presión extranjera. Así, el resultado real de las elecciones no le interesa a nadie.
En el caso de Venezuela, la oposición -encabezada por Capriles- no parece haber preparado este escenario. Y tanto la declaración de los perdedores de que las elecciones han sido un fraude como la demanda de hacer un recuento de los votos es algo tan común que parece ya aburrido. En todo el mundo la oposición gasta más esfuerzos en declarar las elecciones fraudulentas que en ganar más votos. En todo caso, los resultados de las elecciones venezolanas confirman los pronósticos de las encuestas y coinciden con los de las elecciones anteriores de octubre del año pasado, en las que ganó el ya muy enfermo Hugo Chávez con la misma proporción de votos: casi 50/50.
La situación actual en Venezuela es de gran interés para los especialistas en América Latina, ya que se trata de un modelo social y político raro: una nación escindida con una política de izquierdas. El poder se apoya en los pobres (en la época de Hugo Chávez, se repartían gratis entre la población pobre los libros de ‘Don Quijote’, fueron suprimidos los exámenes de ingreso en las universidades y hubo una redistribución de la riqueza nacional). La clase media, por su parte, se opone a las autoridades.
¿Qué le espera a un país que intente realizar una política social sin tener su Karl Marx? Y sobre todo, en una situación como la de Venezuela. La respuesta más común es: el poder será minado por la inflación y el crimen creciente. Eso es lo que vemos en este país. ¿Y qué pasará con otros países parecidos de la región, como Bolivia y Cuba? Es una pregunta difícil de responder.
Maduro no es un Chávez
Otro aspecto importante es el efecto de los acontecimientos venezolanos sobre las relaciones internacionales. Para EEUU, por ejemplo, todo ello es muy importante, ya que la Venezuela de Hugo Chávez fue un icono del movimiento anti EEUU en una región, algo que es de suma importancia para los norteamericanos. Si Capriles hubiera llegado al poder, esta visión habría desaparecido muy rápido. Pero en vísperas de las elecciones los expertos de todo el mundo, incluidos los estadounidenses, estaban más que seguros de la victoria de Maduro.
En el sitio web del Consejo estadounidense para la Política Exterior hay un dossier muy completo de Venezuela. Un organismo homólogo de Rusia dispone de un pronóstico para el desarrollo de América Latina y de la región del Caribe hasta 2020. Este paralelismo resulta muy significativo.
El famoso resquemor de Hugo Chávez contra EEUU no fue porque sí. Chávez no sólo organizó un golpe de Estado en 1992, también fue víctima del otro en 2002, una intentona aplaudida por EEUU. Aquello fue una verdadera ofensa para Chávez. Por eso, hablando en la ONU justo después de George W. Bush, dijo que allí olía «a azufre». Fue la única persona que se atrevió a tachar a Bush de diablo.
Se puede decir que los EEUU de Bush hicieron a Chávez con sus propias manos, criando a un oponente fuerte. Además el papel de luchador contra EEUU es bastante demandado en la política internacional. Chávez cumplió con dicho papel de maravilla, haciéndose amigo de Irán, Cuba, China, Rusia, Argentina y muchos otros países.
Y la amistad ruso-venezolana, recuperada en los primeros años de este milenio, también se debe a las actuaciones de George W. Bush. Pero Bush ya no está en el poder, y las relaciones entre Moscú y Caracas son cada vez más profundas y complejas. Hay muchos intereses comunes en los sectores de petróleo y la cooperación técnica y militar que no se basan en la necesidad de hacerse enemigos de EEUU. Así que Rusia hoy necesita una Venezuela fuerte y estable, y no obligatoriamente izquierdista y anti EEUU. Además hay que tener claro que países como Brasil seguirán siendo más importantes para Moscú en la región, así que mucho depende de la situación general.
Entonces, ¿qué podemos esperar del presidente Maduro? Primero, no es un Chávez, es más débil. Chávez fue militar, paracaidista, y el Ejército le amaba. Maduro trabajó en el metro, tiene sólo formación secundaria y poca experiencia. La inflación y el crimen son unos problemas de importancia. Lo han sido para Chávez y ahora irán de mal a peor. Además, Maduro no necesita recurrir al ir contra Washington, ya que los EEUU de Obama pretenden no hacer caso de las declaraciones de los líderes del país que suministra un 13% del petróleo importado por EEUU.