Walter Barboza
Pasada la algarabía, y la euforia inicial, por la designación del Cardenal Jorge Bergoglio, como Sumo Pontífice de la Iglesia Católica, la tranquilidad deberá dejar paso al análisis político de lo que vendrá.
Se sabe, la Iglesia ha sido un factor de poder en la historia universal y, en ese marco, no son pocos los que saludan la designación de Bergoglio, como una figura acorde a los tiempos que corren en América Latina. Por lo menos eso fue lo que manifestaron los mandatarios de Ecuador, Venezuela y Brasil apenas se supo que el resultado de la elección había recaído sobre un Sacerdote de la Iglesia Católica Argentina.
Sin embargo al interior de nuestro país la noticia fue recibida con entusiasmo, frialdad o crítica, según el sector que la interpretara.
Para los más optimistas la elección de Bergoglio, señala el inicio de una nueva etapa en el mundo en el que la mirada de la Iglesia estará puesta en los problemas sociales de la gente, según el perfil y la orientación que le confieren a este Papa de la Orden de los Jesuitas.
Para los más fríos desde que la Iglesia fuera separada del Estado en las reformas políticas acontecidas en Europa en el siglo XVIII, la educación laica y la posibilidad de transformar los estados nacionales en función de los cambios experimentados por la sociedad, la noticia poco importa. Opinan, los que así piensan, que esa separación permitió que hoy sociedades como la Argentina pudieran avanzar en leyes como las de divorcio, matrimonio igualitario e identidad de género. Iniciativas que, a ojos vista y en la línea del tiempo, fueron fuertemente resistidas por distintos sectores de la iglesia, entre ellos Bergoglio.
Para los críticos, la designación del Cardenal argentino, debe ser entendida como la posibilidad de que el poder en el país comience a desbalancearse en favor de los sectores que más fuertemente resistieron el proceso de cambio iniciado en 2003. La ferviente tradición que la fe católica ha tenido en nuestra sociedad, su influencia en determinados períodos de la historia, son los elementos de juicio utilizados para objetar al nuevo Sumo Pontífice, pues entienden que la palabra de un Papa tiene un impacto mayor a nivel mundial y que sus pedidos llegan a tener una influencia poderosa en las decisiones de los estados nacionales.
Por ello hubo cuestionamientos a favor y en contra. Desde sus vinculaciones con la dictadura militar, a partir del secuestro de los sacerdotes Orlando Yorio y Francisco Jalics, hasta la defensa abierta que hizo uno de los máximos exponentes de los derechos humanos en la Argentina, Adolfo Pérez Esquivel, quien dijo que ¨Bergolgio no fue cómplice de la dictadura” y que “muchos obispos pedían por la libertad de prisioneros y sacerdotes y la dictadura no se las concedía”.
En ese marco, la ola de comentarios, críticas, dudas y análisis de todo tipo y tenor que circularon por la red merecen un apartado especial. Sobre todo porque algunos de esos comentarios pasaron de la crítica a la duda, luego de que el vicegobernador de la Provincia de Buenos Aires, Gabriel Mariotto, dijera que el “Papa Francisco es un hombre que tiene una gran militancia, una cosmovisión profundamente tercermundista. Creo que es un Papa peronista», o que Emilio Pérsico, máximo referente del Movimiento Evita, señalara: «Bergoglio es peronista, es un compañero».
Un amplio sector de la militancia, quedó expuesto en el apuro de sus opiniones. Más reflexivos en sus apreciaciones, los dirigentes kirchneristas de alcance nacional pararon la pelota y opinaron con mesura y benevolencia.
El caso Bergoglio tiene muchos ingredientes propios de la mixtura histórica. Durante las guerras civiles en la Argentina del siglo XIX, las posiciones de Unitarios y Federales muchas veces quedaban emparentadas.
A Rosas, en un momento de su mandato como gobernador, lo apoyó gran parte del interior hasta que los intereses económicos con las provincias colisionaron de frente. Ni Federales, ni Unitarios conformaban bloques homogéneos. Allí, al interior de esos espacios, había rupturas y discontinuidades. Luchas por la hegemonía que implicaban acuerdos, en los que unas veces Rosas, Quiroga o Urquiza, recibían el apoyo de sectores Unitarios y viceversa. Por ello hay que aprender de las lecciones de la historia, ver en la urdimbre de lo pasado para pensar el presente, porque en política no hay nada químicamente puro.