Walter Barboza
Se fue. A las 16:45 horas el comandante Hugo Chávez Frías, Presidente de la República Bolivariana de Venezuela, murió tras el tratamiento médico al cual se había sometido y que lo tuvo alejado de la jefatura de estado durante varios meses. Tardará el pueblo venezolano en asumir el trago amargo que significa perder la vida del líder de la revolución bolivariana.
Fue, parafraseando a Rodolfo Walsh, una “figura central de la política” latinoamericana durante los últimos 20 años. Un militar entre obreros, un hombre que supo torcer los destinos del pueblo latinoamericano a partir del desarrollo de una política de carácter popular, que le valió que cierta corriente sociológica, e historiográfica, lo definiera despectivamente con el mote de “populismo”.
No las tuvo todas consigo. Debió soportar intentos de desestabilización, operaciones de prensa, campañas de desprestigios e, incluso, que una porción para nada despreciable de la prensa internacional deseara su derrota. En el caso argentino bastará con recordar los papelones de Jorge Lanata mascullando bronca por el último triunfo electoral o el reto que le propinara el Rey de España en uno de los tantos encuentros internacionales.
Generó amores y odios. En el pago chico, Ensenada lo recordará como el único jefe de un estado latinoamericano que visitó la empresa para anunciar importantes contratos para la construcción de buques petroleros. En el orden nacional: el acto en el que literalmente los mandatarios de los estados comprometidos con el campo nacional y popular decidieron enterrar el ALCA en la ciudad de Mar del Plata. En lo económico la posibilidad de que la Argentina pudiera generar un ámbito de discusión con los países hermanos y así profundizar el camino iniciado con el fin del paradigma neoliberal y el empuje hacia la conformación de una nueva matriz distributiva.
Al odio, basta con verlo en las repercusiones que generó el anuncio de su muerte en los foros virtuales. Pero el regocijo y la felicidad de quienes veían en el comandante Chávez un dictador, se hace sentir en la misma magnitud que el dolor y el desasosiego que causa su muerte. Extraño caso el de Chávez: un dictador que ganó en las elecciones en las cuales participó con el apoyo del pueblo venezolano. Extraño caso el de este militar que se mantuvo en su cargo con el poder que le confirió el voto popular. Extraño caso el de este estadista que llevó a su pueblo por la senda de la democracia.
Cuadro político y cuadro militar, Chávez se va dejando un vació semejante al que dejaron líderes políticos del talante de Perón o Kirchner. No interesa aquí el efecto que intente generar esa prensa que desprecia a los hombres emanados del pueblo, a los mestizos, a los hijos de la América profunda, de la América morena. Ellos sólo dirán que “fue un caudillo populista que marcó la política de la región”, jamás que fue parte de una generación de hombres con convicciones que dejaron su vida por una patria justa, libre y soberana.
El pueblo venezolano llora con la misma intensidad que lo llora una parte de la Argentina. Para quienes hemos sido tan solo modestos testigos de la potencia de su figura, nos interesa rescatar su capacidad de liderazgo, su agudeza política, su coraje para desafiar a las grandes potencias, su voluntad transformadora, y fundamentalmente su percepción para interpretar las necesidades de su pueblo y del pueblo de América Latina.
Su fue. A las 16:45 del 5 de marzo de 2013, Hugo Chávez Frías murió. Con él, quizás, una porción significativa del cambio de época. Hasta siempre comandante…