Cuanto más trabajo, más productividad. Cuanto más productividad, más rentabilidad. Cuanto más rentabilidad, mayor debería ser el nivel de ingresos. Cuánto mayor es el nivel de ingresos, mayor debería ser el consumo. Cuanto mayor es el consumo, mayor es la inflación. Cuanto mayor es la inflación, mayores son las posibilidades de especulación. Enumeración lógica que ha marcado fuertemente la vida política, económica y cultural del país, desde que la clase trabajadora como tal se constituyera como uno de los factores más gravitantes de la historia.
Y este año, que distintos sectores del sindicalismo opositor señalan como de alto nivel de conflictividad, no será la excepción. Sin embargo, de allí a señalar que las condiciones se asemejan al “Rodrigazo”, como lo indica el titular de la Unión Industrial Argentina (UIA) Ignacio de Mendiguren, hay un abismo.
En efecto el “Rodrigazo”, para los memoriosos y no tanto, fue la denominación que los argentinos dieron a la medidas que el Ministro de Economía del Gobierno de Isabel Perón, Celestino Rodrigo, tomó en junio de 1975. Las mismas consistieron en una devaluación de más de un 150% del peso en relación al dólar comercial, una suba promedio de un 100% de todos los servicios públicos y el transporte, y un incremento de los combustibles de un 180%. Mientras el salario se deterioraba automáticamente, producto del proceso inflacionario (para mayo de ese año había llegado a un 80%), el conjunto de la clase trabajadora, sin distinción de origen, reclamó un incremento salarial que superó el 70% promedio.
Ese fue el año en que la sociedad, aquí no interesa extender el tema, transitó por uno de los periodos de violencia política más significativos y profundos. Es decir que al caos económico originado por las medidas de Rodrigo, se sumo el alto nivel de conflictividad que emergía de la sociedad como consecuencia de la puja distributiva. Paros, marchas, ocupaciones y actos de sabotaje, sumado a la fuerte presencia y acciones de las organizaciones armadas, caracterizaron el período y dieron paso al fin de la primera fase de desarrollo por sustitución de importaciones y del estado de bienestar.
A simple vista las medidas económicas de Celestino Rodrigo, con sus porcentajes y efectos sobre determinados sectores de la economía, distan notablemente del período. Por el contrario el Estado ha avanzado sobre el control de cambio para evitar un incremento del dólar oficial y ha promovido, aunque con resultados escasos, cierto tipo de control de precios sobre algunos de los productos que componen la canasta básica. Cuestiones aparte son las presiones sobre el dólar libre, que ha quedado presa de consumidores estacionales y de los especuladores que aspiran a una devaluación, quizás, semejante a la de Rodrigo.
Por eso el escenario para la discusión salarial no será muy distinto al de los últimos años. Con razón, y atento a las dudas sobre el verdadero índice inflacionario, los sindicatos intentarán posicionarse a partir de un piso del 25%. Y ello es lógico por la sencilla razón de que un clase trabajadora cuanto más avanzada es, más dispuesta está a luchar por sus reivindicaciones y discutir el rumbo del país y de la historia. Esta revista ya ha dado cuenta del papel del sindicalismo clasista y combativo de los años ´60 y ‘70; su capacidad de organización, movilización y autonomía y las experiencias que lograron desarrollar por ejemplo durante los episodios del “Cordobazo”. Pues no es cierto que la marginalidad y la pobreza generen las condiciones para la revolución. La pobreza y la marginalidad generan el embrutecimiento y la alienación de la sociedad. Por el contrario cuanto más sólida es en su formación y en su grado de organización, más preparada está para aportar a las transformaciones profundas que necesita una sociedad.
Es por ello que discutir salarios, sobre la base propuesta por las organizaciones sindicales no es una falta de responsabilidad en el planteo, por el contrario es el síntoma beneficioso de que algo está cambiando en la sociedad.