Mónica Sladogna
El tema del relato está muy de moda, creo que viene de la filosofía y es retomado desde la ciencia política, pero me parece que la cosa es más sencilla. A ver si me explico.
Yo no conocí a mis abuelos así que no pude tener la posibilidad de que me cuenten un cuento de niña, a mis viejos ni se les ocurría hacerlo, había que irse a dormir y chau. Sin embargo, en mi familia circulan ciertos relatos, por ejemplo que mi papá estuvo el 17 de octubre, que fue a la Plaza de Mayo a defender al gobierno de Perón mientras lo bombardeaban, eso significó que mi hermano ya no pudo festejar su cumpleaños el 16 de junio como lo venía haciendo. Tengo las fotos de mi mamá que salieron en tapas de todos los diarios en una de las movilizaciones de Alfonsín, que mi hermana y su familia se volvieron K cuando vieron que volvían a vivir bien luego de años de penurias. Mi hijo, que nació en el 91, fue el primero en decir que Néstor fue el mejor presidente desde que nació y él nos fue enseñando, a nosotros que somos de una generación desgastada y a veces ganada por el mercado, que otro país se estaba construyendo y se construía con todos y todas. Mi marido que no puede creer el nivel de ataque contra Cristina y me cuenta a la noche todo lo que escucha o lee al respecto y la indignación que le genera. Es decir, en mi familia hay un relato que por supuesto no es el de los grandes hombres y mujeres de la historia, pero es el relato de nuestra contribución a la historia moderna de nuestro país.
Ayer volvía en un taxi con mi hermano y mi cuñada hablando del 8N y del 20N, les daba mi opinión sobre esta cultura que tenemos los argentinos de no querer pagar impuestos, el tema de ganancias sobredimensionado por los sindicatos sin mencionar el subsidio a los servicios incluido el transporte, el odio de una clase media que sin embargo se va de fin de semana largo, todo lo que podemos hacer en temas de formar trabajadores cuando el país apunta al desarrollo de una matriz industrial diversificada, al compre nacional, a la estatización de YPF, etc. Mientras hablábamos noté que el taxista aceleraba y supuse que era porque no le gustaba nuestra conversación. Así que al final dijo, en voz baja pero con bronca «a mi nunca ningún gobierno me regalo nada… yo siempre laburé»…
Y ahí sí que se puso divertido el viaje, porque estábamos todos en el mismo taxi, con el riesgo de que la bronca del que manejaba nos incrustase contra un colectivo o un semáforo… Y pensando eso me pareció que hay un relato, un cuento, una experiencia que debemos transmitir de manera sencilla, casi anecdótica y por eso quiero contarles un cuento:
Había una vez un Presidente que prometió no dejar sus principios en la puerta de la Casa Rosada y lo cumplió, era un tipo bárbaro, usaba mocasines y birome Bic, tenía un gran corazón y la tenía clara, más que muchos de nosotros. Tenía un gran corazón y no paraba. Su muerte nos sorprendió a todos y a partir de ahí empezamos a cantar que Néstor no se murió… Ya Néstor no era presidente, estaba Cristina y me parece que es hora de hacer un relato de esta mujer, de nuestra Presidenta. Cristina afrontó la muerte de su compañero de vida y de lucha, la crisis internacional, la traición de su vice, la derrota electoral, la mayoría legislativa en contra, las tapas de Clarín, el congelamiento del Presupuesto, el ataque permanente contra su persona por ser Presidenta en serio, por ser mujer y por estar a favor de quienes más lo necesitan. Ahora afronta el ataque del capital financiero internacional de la mano de Griesa.
Ante cada uno de los ataques ella responde con más derechos, lleva las banderas de Justicia Social, Soberanía Política e Independencia Económica con unas garras, con un fervor y convencimiento que dan muestras una y mil veces que las promesas de Néstor ella las honra, no las olvida. Me pregunto, qué hace que esta mujer no deje sus principios y se le haga más fácil. Cuando el pensamiento hegemónico, que se expresa masivamente por un sentido común banal le dice: “eso no se hace, eso no se dice, eso no se toca”, cuando se la insulta. Porque se enfrenta a todas las corporaciones: las mediáticas, las financieras, las empresariales, las sindicales para que los trabajadores y trabajadoras de nuestros país tengan más derechos, para que todos y todas tengamos más derechos: nuestros mayores, nosotros, nuestros hijos y nuestros nietos. A ver… en qué momento de los 90 pensamos que íbamos a volver a tener a Aerolíneas Argentinas, a YPF, a un Banco Central al servicio del pueblo, a AYSA, en qué momento pensamos que íbamos a volver a tener un sistema jubilatorio de reparto para millones de jubilados y jubiladas que incrementen sus ingresos año a año. En qué momento de los ‘90 y del 2001 pensamos que íbamos a volver a abrir fábricas, que volvíamos a tener obreros y obreras que vuelvan a luchar por el incremento salarial y no por el nivel de desempleo.
¿Y en qué momento nos olvidamos que nuestros salarios están compuestos por el salario indirecto devenido del subsidio a los servicios?
Sin embargo, algunos aún creen que su situación económica depende de su esfuerzo personal -como el taxista- y no se dan cuenta de que el esfuerzo personal se volatiliza en un país en crisis (o acaso no hay buenos taxistas en Grecia, en España, en Portugal). Las políticas que impulsa este Estado Nacional deben ser comprendidas en un contexto de reivindicación colectiva, solidaria. Y la solidaridad es un bien caro, ya que requiere de sacrificios, requiere del pago de impuestos, requiere de comprender un contexto más amplio que el horizonte individual, requiere no dejarse llevar por el canto de sirenas mediáticos, requiere de cumplir la ley, requiere de mirar a quienes aún están postergados.
Y sí, también requiere que nosotros empecemos a contar este relato, el cuento de una Argentina Feliz, donde todos y todas puedan comer, estudiar, sanar, viajar, vacacionar, disfrutar de tiempo libre, de la cultura, de lo propio… Yo no quiero que el único relato que se escuche sea el de Griesa, el de los multimedios, el del individualismo tonto y exacerbado. Quiero acostarme y no tener pesadillas, quiero acostarme y soñar el sueño de Néstor y de tantos otros, entre ellos el de mi familia.