Fiodor Lukiánov*, RIA Novosti
La ministra de Asuntos Exteriores de Pakistán, Hina Rabbani Khar, comentó en su reciente entrevista a la cadena estadounidense CNN un problema que se está volviendo en los últimos años cada vez más grave.
“Es insuficiente decir ‘tenemos libertad de palabra y por eso hay que permitir una u otra cosa’. Si algunas acciones provocan protestas contra los estadounidenses por todo el mundo, posiblemente, habría que plantearse los límites de la libertad”, señaló.
La diplomática, dicho sea de paso, desmiente por completo la imagen de los musulmanes como gente que se aferra únicamente a los valores tradicionales del Islam: es una mujer de unos 37 años, muy guapa y vestida con exquisito gusto que se convirtió el año pasado en la primera titular de la cartera de Exteriores del país.
La película anti islámica ‘La inocencia de los musulmanes’, que debería haberse considerado como una parodia de un vídeo de aficionados de pésima calidad, ha tenido consecuencias religiosas y políticas de gran envergadura.
Dejemos aparte a las figuras que se han preocupado de traducir dicha “creación” al árabe y les insinuaron a los musulmanes que lo vieran en vísperas del 11 de septiembre, aniversario de los monstruosos atentados terroristas contra las Torres Gemelas de Nueva York. Es más preocupante el hecho de que el vídeo, precisamente por su pésima calidad, haya planteado la necesidad de marcar los límites de lo permitido y del grado de la responsabilidad de los autores en el mundo actual, donde cualquier basura cargada en Internet no tarda en recibir la más amplia divulgación.
Los ideales liberados llevados al absurdo
No es la primera vez que los creyentes demuestran una reacción violenta a determinadas obras. En su momento la película de Martin Scorsese ‘La última tentación de Cristo’ que representa al profeta como una persona corriente, presa de sus pasiones y sufrimientos, provocó intensas protestas de los cristianos por todo el mundo, que en algunos casos llegaron a prender fuego a los cines. El escritor hindú Salmán Rushdie recibió una maldición del líder de la Revolución Islámica de Irán, el ayatolá Jomeiní, por su libro ‘Los versos satánicos’, en el cual le faltó el respeto al profeta.
El director de cine holandés, Theo Van Gogh, descendiente del famoso pintor, fue asesinado en las calles de Ámsterdam por un fanático islámico por su película ‘Sumisión’, en la cual se abordó el tema de la violencia contra las mujeres en las sociedades musulmanas.
La editora del periódico ‘Jyllands-Posten’, que permitió la publicación de las caricaturas del profeta Mahoma, recibió amenazas de muerte. Una serie de embajadas danesas sufrió ataques y en Europa algunos diarios publicaron por solidaridad las caricaturas.
Sea cual sea la actitud hacia estas creaciones y las reacciones que provocaron, lo cierto es que tenían, cada una en grado diferente, valor artístico. O por lo menos, periodístico. Por esta razón las protestas de los fundamentalistas se topaban con una postura implacable de los Gobiernos occidentales, que se empeñaban no en compartir las opiniones expuestas sino en defender uno de los valores fundamentales de sus sociedades, la libertad de expresión.
Sin embargo, en el caso de ‘La inocencia de los musulmanes’ sería un disparate asegurar que en la película se ha plasmado el genio artístico, pues es una abierta y primitiva provocación dirigida inequívocamente a sembrar odio entre religiones. Los autores se plantearon el objetivo con claridad, dándose perfecta cuenta de las consecuencias que tendría. De la misma forma que el pastor fundamentalista de Florida Terry Jones, que insiste en su derecho de quemar en público ejemplares del Corán, se está dando cuenta de lo que le podría esperar por sus acciones pública
Los ideales liberales se llevan al absurdo con suma facilidad. Es bien conocida la frase de Voltaire, la fórmula de los principios de libertad de pensamiento y de expresión ya clásica: “Puedo no estar de acuerdo con lo que dice, pero moriría por el derecho que tiene a decirlo”.
En nuestros días por el derecho de unos imbéciles de expresar su opinión les toca sacrificar la vida a personas que no tienen nada que ver o simplemente están cumpliendo con su trabajo, como por ejemplo el Embajador de Estados Unidos en Libia, Chris Stevens, o los soldados estadounidenses enviados a Afganistán.
Y los Gobiernos siguen sin poder proteger a las personas inocentes ni garantizar su seguridad, dado que tanto Terry Jones como los autores de la película y otros tipos como él están amparados por la Constitución y el derecho de la libertad de expresión.
¿Qué es lo que se contrapone al Islam radical?
Hace casi 20 años el científico estadounidense Samuel Huntington en su famoso artículo ‘El choque de las civilizaciones’, que más tarde se convertiría en un libro, predijo el futuro enfrentamiento entre pueblos. En aquellos momentos en Occidente reinaba la euforia por la victoria en la Guerra Fría y todo parecía indicar que los peligros habían quedado en el pasado y el futuro no sería más que un ya transitado camino liberal. A Huntington se le tildó de alarmista y se le acusó de un excesivo pesimismo, aunque su trabajo fue uno de las más leídas en su género.
No todo de lo pronosticado por Huntington se ha hecho realidad, pero la propia noción del choque de civilizaciones, lejos de perder su actualidad, se deja sentir cada vez más. Sin embargo, no existe en la forma esperada por el científico: no es la religión cristiana la que se está enfrentando a un Islam radical y cada vez más activo, sino una especie de religión liberal, laica, pero no por ello menos dogmática y radical en el empeño de preservar sus principios.
Por supuesto, sería prematuro hablar de una guerra religiosa, pero el sendero hacia ella ya se ha abierto. Si no se frena a los que lanzan provocaciones descaradas, los que se consideren ultrajados desatarán una caza contra sus ofensores. Ello no tardará en provocar la radicalización de los “guerreros de la libertad” que adoptarán unos lemas abiertamente anti islámicos: será una reacción en cadena.
En un mundo transparente, donde incluso en las más pobres aldeas africanas hay conexión a Internet, el nivel de responsabilidad tanto por las acciones como por las declaraciones ha de ser todavía más alto. Porque el asunto del equilibrio entre la libertad y la responsabilidad se transforma en crucial para un desarrollo sostenible y pacífico.
El fundamentalismo siempre encontrará respuesta, sea religiosa o laica, y la obligación de los Gobiernos es controlar todas sus manifestaciones.
Precisamente de ello habla la ministra Rabbani Khar, que no apela a los sentimientos sino a la razón. La impresión causada por su sopesada postura quedó deslucida por la declaración de su colega el ministro de Transporte Ferroviario de Pakistán, Ghulam Ahmad Bilour, quien prometió 100.000 dólares a modo de recompensa por la cabeza del autor de ‘La inocencia de los musulmanes’.
La política es así, sobre todo allí donde se aplican los procedimientos democráticos y está extendido el populismo, la manera universal de asegurarse los votos. La responsabilidad tendrá que esperar.
* Fiodor Lukiánov es director de la revista Rusia en la Política Global.