Nació en Buenos Aires, el 31 de octubre de 1940, de modo que fue uno de los miles de privilegiados de la época de Perón y Evita. Pero, apenas se había puesto los largos, lo sorprendió el bombardeo a Plaza de Mayo de una oligarquía que se empecinaba en volver al país de antes del 45. Vivía entonces en San Telmo y se fue a la Plaza a ver qué podía hacer para defender a Perón. Con un grupo de trabajadores trató de violentar las cortinas de una armería que estaba en el Bajo, después ayudó a los soldados a empujar los cañones y, cuando el mayor Vicente avanzó hacia el edificio del Ministerio de Marina, se metió con la manifestación que lo acompañaba. «En un día aprendí más de política que en cien manuales», solía decir.
Integró los primeros cuadros de la Juventud Peronista y anduvo entreverado en atentados y golpes, como el del 30 de noviembre de 1960, cuando Iñiguez ocupó el Regimiento 11 de Rosario. En 1962 la Juventud Peronista realizó un acto en la Facultad de Derecho en homenaje a los fusilados del 9 de junio. Como en aquella época todos, especialmente los estudiantes, estaban en contra de los peronistas, el acto fue roto por los muchachos de la FUBA a cachiporrazos y tiros. Una estudiante, Beatriz Malena, que estaba detrás de los peronistas, resultó muerta de un tiro. Era evidente que su matador era del otro lado, pero detuvieron a Carlitos y a Polidoro y los condenaron por «homicidio en riña”. Para esa misma época, secuestraron y desaparecieron a su amigo Felipe Vallese.
Caride estuvo preso casi seis años, y apenas salió, en 1967, participó en la formación de las Fuerzas Armadas Peronistas (FAP). Después de Taco Ralo anduvo prófugo hasta que lo detuvieron luego de un tiroteo, en abril del 69, en la calle Paraguay, junto a Aída Filippini y Miguel Zavala Rodríguez. Comenzó entonces otro período carcelario qué, como él decía, «me permite conocer todo el país, pero por dentro».
Después de su liberación el 25 de mayo de 1973, fue nombrado en Defensa Civil de la provincia de Buenos Aires. Pero los perejiles cuestionaban que un organismo clave no estuviera en sus manos y Caride terminó trabajando como inspector de turismo en Mar del Plata, donde la mano venía pesada con la concesión de las playas. Allí conoció a la que sería su compañera, Norma Burgos, con la que en febrero de 1974 volvió a la Capital.
Pero los servicios acechaban. Apareció un radiograma que acusaba a Caride, Envar El Kadri y Julio Troxler de preparar un atentado contra Perón. Poco después quisieron secuestrar a Caride, pero la gente del barrio lo defendió y tuvieron que legalizar su detención. La acusación era tan ridícula que hasta el propio Perón la minimizó: «Todos los días me venden un atentado», se burló. Caride permaneció casi tres meses preso, y ya en libertad, cuestionó la línea política de su antigua organización, las FAP-17 de Octubre, y poco después se integró a Montoneros. «No comparto todo lo que hacen, pero desde adentro los podemos cambiar», dijo, tratando de convencer a otros compañeros para que lo siguieran. El 1° de Mayo de 1974 fue uno de los que encabezaron a miles de jóvenes que se retiraban de la Plaza de Mayo. El 21 de septiembre habló en el entierro de Julio Troxler, pero ya la situación no daba para más y pasó a la clandestinidad.
El 13 de abril de 1976 se enteró del secuestro y desaparición de su cuñado Luis Sansoulet. Cada baja le quemaba el alma, y su objetivo de cambiar la organización por dentro se alejaba cada vez más, consumido por las urgencias del combate contra la dictadura. El 28 de mayo fue herido de muerte en un operativo; sus compañeros se lo llevaron porque no quisieron regalarle al enemigo su cuerpo, y lo enterraron en un jardín. Su compañera estuvo detenida en la ESMA, donde dio a luz a Ana Soledad, hermosa veinteañera que hoy guarda la vivacidad de los ojos de su legendario padre.