Científicos asesoran a las comunidades más afectadas en la provincia por la invasión de jejenes

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Desde el CEPAVE estudian estrategias para erradicar a este insecto que colonizó la cuenca del Río Salado hace más de veinte años.

Jején, barigüí, paquita, simúlido o mosca negra. No importa cómo se lo llame; si es en la Provincia de Buenos Aires, se está hablando de una sola especie, tan pequeña como problemática: Simulium chaquese.  Se trata de un insecto volador hematófago, es decir que se alimenta de sangre, y cuya picadura produce un corte en la piel doloroso y fácil de infectar con el rascado. Si bien podría decirse que se comporta similar a un mosquito durante la temporada estival, hay ciertas regiones en las que su presencia ha llegado a tornarse casi incontrolable, a lo que se suma el hecho de ser mucho más resistente a los repelentes químicos normalmente utilizados.

“Lejos de ser algo nuevo, este problema viene por lo menos desde el año 2000, cuando el insecto colonizó toda la cuenca del Río Salado, que en territorio bonaerense se extiende a lo largo de casi 700 kilómetros y atraviesa más de 15 municipios. Llegó desde las provincias del norte argentino a través de las sucesivas inundaciones. Si bien convive con otras tres especies, S. chaquese es la más agresiva con los seres humanos”, explica Juan José García, investigador de la Comisión de Investigaciones Científicas de la Provincia de Buenos Aires (CICPBA) en el Centro de Estudios Parasitológicos y de Vectores (CEPAVE, CONICET-UNLP-CICPBA) a cargo de un proyecto para colaborar con las autoridades de las comunidades afectadas en la erradicación de la plaga.

Para reproducirse, el bariguí necesita aguas correntosas y transparentes, con lo cual se asienta perfectamente a lo largo de ríos y arroyos. La primera ciudad bonaerense en padecer la invasión fue Junín, pero se fue extendiendo hacia otras como Alberti, Roque Pérez, Bragado, General Belgrano, etc. En todas ellas, la presencia del insecto afecta la calidad de vida de las personas pero también las economías locales, teniendo en cuenta que algunos sitios ofrecen atracciones turísticas como complejos termales y parques con lagunas que se tornan imposibles para los visitantes. “El mismo perjuicio alcanza a la producción agrícola ganadera, porque la mosquita devora a los animales y a los trabajadores del sector desde las siete de la mañana hasta que se va el sol”, agrega el científico.

Mundialmente, el insecticida utilizado para eliminar las larvas es una formulación biológica elaborada a partir de una bacteria denominada Bacillus thuringiensis israelensis, de ahí que el producto se llame Bti. “Se produce tanto en el exterior como en el país, pero los hay de distintas calidades y algunos no resultan efectivos. Los más óptimos garantizan el éxito incluso contra los mosquitos también. El problema es la falta de coordinación y sistematicidad: la fumigación tiene que ser ordenada y sostenida en el tiempo”, aduce García, quien junto a su equipo de trabajo ha recorrido varias veces las zonas afectadas en el marco de un proyecto en el que proponen “formar a los agentes municipales encargados de estas tareas y asesorarlos respecto de la fumigación y el tratamiento a realizar”, expresa.

Desde la Universidad Clemson en Carolina del Sur (EEUU), el profesor Peter Adler colabora con el proyecto a partir de su vasta experiencia en la implementación de programas de control del insecto en distintas áreas de Norteamérica, Turquía y otros países europeos.  “Los principios para desarrollar y sostener un plan efectivo son los mismos en cualquier parte del mundo”, asegura el especialista antes de enumerar: “Primero hay que identificar con precisión qué especie está causando la invasión; luego comprender su biología, porque por ejemplo el número de generaciones que tiene por año nos va a permitir determinar cuántas aplicaciones del insecticida serán necesarias; también conocer la ecología del lugar en que se utilizará el producto y al resto de los organismos que lo habitan”.



“Los otros puntos –continúa Adler– son: adquirir Bti de la mejor calidad posible; instituir un monitoreo exhaustivo de las poblaciones de la mosquita; educar y entrenar a las personas encargadas de fumigar; y mantener buena comunicación con las comunidades que habitan las zonas donde se va a trabajar”. El profesional enfatiza la importancia de que haya “continuidad en el tiempo”, ya que abandonar el programa repercute en una segura reaparición de la plaga. “Y la evaluación del producto es fundamental, porque no todas las partidas son buenas, y si lo aplicás pero después no controlás si funcionó, no sirve”, agrega García.

Aunque por el momento no se conoce que S. chaquese transmita enfermedades, algunas especies presentes en otras partes del mundo sí lo hacen, y muy graves. Es el caso de la oncocercosis, una infección del nervio óptico provocada por un parásito llamado Onchocerca volvulus, que se contagia por la picadura de la mosca negra que predomina en África subsahariana. Actualmente, más de treinta países de ese continente sufren los estragos de este agente que ya ha provocado ceguera total en cientos de pacientes. Cabe recalcar que naciones latinoamericanas como México, Ecuador o Guatemala llegaron a conocer de cerca las consecuencias de esta afección, pero las tareas de eliminación sostenidas durante décadas lograron declararla erradicada en los últimos años.

Además de las particularidades que lo caracterizan, el bariguí o jején tiene una diferencia sustancial con los mosquitos que normalmente acechan durante el verano: los repelentes comunes no hacen efecto. Las comunidades que lo están padeciendo aseguran, incluso, que ni siquiera las fórmulas más puras resisten luego de dos horas de aplicación. Desde Junín, la Coordinadora de Medio Ambiente de la municipalidad Cecilia Lafaye afirma que en este momento “se puede decir que la situación está controlada”, en gran parte debido a una variable muy importante: las precipitaciones. “Si bien hubo algunas lluvias, la realidad es que estamos en sequía y el río Salado está bajo. Lo que monitoreamos todas las semanas son los canales aledaños: el producto se aplica cada quince días y también tomamos muestras posteriores”, relata la funcionaria.

“La situación en cada municipio es dispar debido a varias cuestiones, entre ellas la económica, ya que muchas comunas no tienen los fondos suficientes para comprar el producto sistemáticamente. Si el problema se abordara a nivel provincial, las posibilidades serían mayores. La realidad es que hay casi dos millones de bonaerenses que sufren este problema, y pertenecen a regiones muy productivas”, considera García al tiempo que concluye: “Nosotros como científicos queremos aportar para resolverlo, porque si no atendemos los problemas del pueblo, sinceramente no sé para qué estamos”.


(Publicado el 15/01/2020)

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