La reconstrucción salvaje ha transformado a la ciudad destruida por las guerras en una capital desfigurada en la que las mansiones que simbolizan las riquezas amasadas con el tráfico de drogas y la corrupción se mezclan con chozas de barro y montañas de escombros. Solo permanecen iguales las barracas trepadas en las colinas que circundan a la ciudad.
Pensé que no podría encontrar un lugar más terrible que la “Green Zone” de Bagdad, me equivocaba.
En Kabul la zona de las embajadas se ha convertido en un lugar infernal. Recorriendo los diferentes corredores armados con lajas de cemento que la globalización ha vuelto familiares en todos los sitios en conflicto uno parece encontrarse en el escenario de un filme de horror en el que los únicos signos reconocibles son las patentes de las embajadas. Algunas apenas están construidas, como la de India, laminada (así parece desde lejos) en gris plateado con cúpulas de vidrio, que muchos piensan que no durarán mucho (en el sentido de que pueden ser objeto fácil de un atentado).
Por otra parte esta “bunkerización” no garantiza la seguridad, a menudo se producen enfrentamientos en las zonas limítrofes. Una zona militar con muros recubiertos de rollos de alambre laminado se extiende a ambos lados de una de las calles que atraviesan la zona. Los automóviles no pueden entrar y los que lo hacen deben atravesar permanentemente retenes militares. En gran parte sin embargo la seguridad se ha confiado a empresas privadas que también emplean a afganos (como los que protegen la embajada italiana) además de contratistas extranjeros. Este es un lugar ideal para los negocios de los contratistas. Especialmente porque pocos se fían del ejército y de la policía afganos alimentados por las milicias de los señores de la guerra, traficantes de droga, más allá de los mismos exponentes del gobierno de Karzai.
Luego de cuatro años de ausencia Kabul está irreconocible. Y no por las nubes de polvo que se levantan en las calles de tierra. La reconstrucción salvaje ha transformado a una ciudad destruida por la guerra en una capital desfigurada en la que mansiones de una arquitectura discutible que hace gala de ventanas de colores y de columnas “romanas” -símbolo de la riqueza acumulada con el tráfico de droga y la corrupción- se mezclan con las chozas de barro y montones de basura. Solo permanecen las mismas las barracas implantadas en las colinas que rodean a la ciudad.
Riqueza (de pocos) y pobreza (de la mayor parte de la población) se han profundizado. Es para preguntarse adónde han ido a parar los dineros de los donantes. Es apenas un misterio aparente si se tiene en cuenta que Afganistán es uno de los países más corruptos del mundo, después de Somalia.
Y todavía es peor la suerte de las mujeres: la peor decisión ha sido la del Ulema a través de un documento que permite al marido castigar a la mujer si no respeta la Sharia y prohíbe a las mujeres acercarse a desconocidos y hablar con ellos. El documento ha sido avalado por Karzai para apoyar las negociaciones con los talibanes, que interrumpiron las conversaciones con los estadounidenses tras la masacre de Kandahar. Para evitar polémicas, el documento en su versión inglesa se ha retirado de la web del gobierno.
La contraofensiva del presidente Karzai ha sido una convocatoria a los funcionarios religiosos y a los jefes de las tribus para que alienten la educación de las chicas, considerada “vital” para Afganistán. Según datos difundidos por el Ministro de Educación, Ghulan Faruk Wardak, en 2010, había 8,4 millones de chicos que concurrían a la escuela, de los cuales un 30% eran mujeres. Pero hay aún 9,5 millones de chicos sin escolaridad. Si bien en la época de los talibanes las chicas no podían ir a la escuela, la discriminación es aún alta. Por otra parte se han vuelto a poner de moda los castigos como la lapidación y la flagelación, una mujer de 22 años ha sido ahorcada recientemente en la provincia de Ghur. Evidentemente el compromiso de Italia de reconstruir el sistema judicial no ha producido los efectos esperados.
Castigos y violencia: las mujeres desesperadas se suicidan inmolándose, víctimas de violaciones grupales (una pequeña de ocho años fue violada cuando regresaba de la escuela), muchachas desfiguradas con ácido. La violencia contra las mujeres sigue aumentando, según la Comisión Independiente por los Derechos Humanos. Son hechos terribles, pero las familias tienen miedo de denunciarlos. A menudo se castiga a las propias víctimas de la violencia. Como sucedió a Gulnaz, una muchacha de 21 años que había sido violada por el primo del marido, un hombre poderoso que además la había embarazado, fue condenada a 20 años de prisión por adulterio, condena reducida luego a 12 años y posteriormente a tres por la Corte de Justicia. Una condena que habría evitado casándose con el violador. Sin embargo en diciembre salió de la cárcel amnistiada por Karzai. Quien obtuvo la amnistía fue la abogada estadounidense Kimberley Motley que decidió asumir la defensa de Gulnaz. Kimberley Motley vive desde hace cuatro años en Kabul, donde ejerce su profesión de abogada y ha logrado (única extranjera) la posibilidad de defender a los afganos ante los tribunales.
Esto es Afganistán, luego de diez años de ocupación y ante la próxima retirada de las tropas internacionales deseada por la mayoría de los afganos: el 74% según el Washington Post, muchos más según las personas con quienes hablamos en Kabul. Aunque son muchos también los que dudan sobre la anunciada retirada de Afganistán porque quedarán sin embargo las bases militares.