Subí al auto prendí la radio y no podía creer lo que escuchaba: una columnista de un programa de radio dominguero de esos que, se supone, fueron diseñados para analizar la complejidad de la realidad cotidiana, elucubraba diferentes hipótesis sobre el escenario electoral con o sin Cristina. Ello no hubiera llamado la atención de este cronista si alguno de esos razonamientos acrobáticos, hubieran tenido un sustento político-económico, una perspectiva ideológica clara o una elaboración determinista sobre la conducta posible de la presidenta. Sin embargo, lejos de sorprenderme por la falta de solidez de sus planteos, me llamaron poderosamente la atención las especulaciones en torno a los motivos de su viaje al sur. Esos argumentos presentaban a una Cristina compungida por la situación, dubitativa ante el marco del proceso político, y condicionada por cuestiones personales. Es decir una persona diametralmente opuesta a la que se puede ver en los actos de gobierno: una mujer entera, firme en sus decisiones, con claridad política y creatividad discursiva para interpelar al conjunto de la población.
Es un ruido imposible de acallar. Es tan distinta la realidad, a la realidad que construyen los medios, que sólo un lector, televidente o radioescucha distraído, podría quedar encorsetado frente a ese discurso.
Ello no me hace pensar más que en los límites que encuentra la oposición, incluidos los candidatos que construyen los propios medios, para poder entrarle por algún lado al gobierno. Pues no existe un proyecto alternativo en términos políticos, económicos y culturales, sólo una interminable catarata de definiciones que caracterizan al gobierno de poco menos que absolutista en su constitución, concentrador de poder, autoritario en sus formas, corrupto y obsoleto en su tejido de alianzas.
Carrio blasfema, Stolbizer ningunea, Duhalde posa de estadista, de Narváez florea sus tatuajes juveniles en TV, cada vez que Cristina juega en el ruedo. Y así lo volvió a demostrar sorprendiendo a sus adversarios.
Manual de Sun Tzu sobre “El Arte de la Guerra”: “El arte de la guerra se basa en el engaño. Por lo tanto, cuando es capaz de atacar, ha de aparentar incapacidad; cuando las tropas se mueven, aparentar inactividad (…) Golpear al enemigo cuando está desordenado”. Lo que en la jerga común y corriente se llama sorpresa.
Así actuó Cristina para poner punto final a las especulaciones de sus adversarios y de los medios de información que reniegan del proceso político. Lo hizo cuando todos menos lo esperaban y en el marco de la presentación de dos nuevas torres para la TV Digital que beneficiarán a las provincias de Jujuy y Entre Ríos. Lo cual explica dos cuestiones: la idea de avanzar con la implementación de la nueva Ley de Servicios Audiovisuales y la necesidad de poner un corte a las críticas respecto de la utilización de la cadena nacional para la naturaleza del anuncio; cuestión, esta última, que sirvió para que Stolbizer criticara fuertemente esta medida, en un contexto en el que a ya nadie parece preocuparle el asunto.
Cosa rara. Hacía años que no me sentía tan desinteresado en elaborar hipótesis, evaluar posibles escenarios, realizar consideraciones políticas de toda índole para dar cuenta de que mis previsiones eran lo más cercanas a la realidad. No se trata de un desinterés por el futuro, sino de la plena convicción de que Cristina Fernández, se caía de maduro, no estaba dispuesta a dejar de ser la conductora natural de la etapa política que fuera inaugurada por Néstor Kichner.
Lo que viene ahora serán más especulaciones sobre el caso Shocklender y su comparación con Milagro Sala y la guerra de encuestas para ver si Cristina gana en primera o segunda vuelta. Cristina, en eso coinciden todas las consultaras, gana. Lo demás es esperar su segundo mandato, una profundización del proceso político y la construcción de un escenario que permita vislumbrar quién será en 2015 el heredero del período histórico iniciado en el año 2003 por Néstor Kichner.