Por Carlos Sberna
Sonaron pedruscos; traslúcidos, helados y mortíferos. Y un nuevo mar nació; fanfarrón y asesino.
No más diagonales, ni coches, ni seres; sólo fantasmas de hielo que bailaron su danza macabra.
Y yacían ahogados, por el vómito inmundo de un manojo de inútiles y bandidos.
Y un perro desconsolado y fiel se quitó la vida, donde sus amos flotaban moribundos.