Hay un lugar común en la historia criminal de la República Argentina en el que conviven delincuentes comunes, policías corruptos, policías exonerados de la fuerza y lúmpenes de toda estofa y pelaje. Está en la génesis del asunto y se fue fortaleciendo con el paso del tiempo, en la medida en que el estado en sus distintas formas no ha podido elaborar medidas políticas para la resolución del problema.
En ese sentido hay una amplia bibliografía, o materiales de otro tipo, que dan cuenta de ello. Rodolfo Walsh narra que en el asesinato del Dr. Marcos Satanowsky, intervino José Américo Pérez Griz, un sujeto nacido en la Provincia de Mendoza que era muy diestro en el manejo de armas, que había formado parte de la custodia del General Lonardi en 1956, que ingresó ese año a la Policía Federal y que fue exonerado de la fuerza por el robo de automotores.
Más atrás, en el film Asesinato en el Senado de la Nación, el actor Miguel Angel Solá encarna al ex policía Ramón Valdez Cora, un agente corrupto que es expulsado de la fuerza por varios delitos. Cora, en un intento por asesinar al Senador Nacional Lisandro de la Torre, cuando este denunciaba en plena sesión la corrupción imperante en el gobierno “infame” de Agustín P. Justo, cerraja un disparo que acabará con la vida del colaborador de de la Torre, Enzo Bordabhere.
El asesinato del reportero gráfico José Luis Cabezas (1997), la muerte de Maximilano Kosteki y Darío Santillán (2002) o de Mariano Ferreyra, acontecido apenas el año pasado, son sólo algunos de los casos de mayor resonancia.
En los mismos vuelve a aparecer ese lugar común. Sus rasgos destacan a ex agentes, o agentes en actividad, conectados con el mundo del delito y con organizaciones de la sociedad civil, dispuestos a actuar al margen de la ley.
En el caso de Candela Rodríguez las hipótesis indican que se trata de una disputa por territorios en el oeste de la provincia de Buenos Aires, en el que se mezclan negocios con el narcotráfico, secuestros extorsivos, piratería del asfalto, cuyo resultado muchas veces es el crimen por venganza y en el que se sospecha que existen conexiones con policías corruptos.
Vuelta al lugar común, se trata del crimen organizado que, al igual que en la película El Padrino, se estructura en función de jerarquías piramidales en el que unos ganan más dinero que otros y en el cual el avance en determinadas fronteras concluye como en este caso: la base de esa pirámide es la que paga el pato de la boda. Una madre desesperada que acude a los medios dejando la sospecha de que su actitud frente a cámara es parte de una escena, unas declaraciones que animan la teoría de que sabe más de lo que cuenta y la aparición del cadáver de una inocente de apenas 11 años.
Y en el medio varias cuestiones para contemplar: la inmediatez con la que los medios de información logran instalar una noticia como causa nacional, dejando que los opinólogos de turno acudan a su mejor repertorio que es el de la mano dura, las declaraciones para sacar ventaja que hacen algunos sectores políticos que intenta echar la responsabilidad al gobierno nacional o provincial, la inmadurez de algunos artistas que como artistas son muy buenos pero que pecan de ingenuos cuando quieren transitar por el campo popular, sin que nadie, un amigo, colega o familiar le diga: “espera un poco para ver cómo evoluciona el caso”. A veces la rapidez de reflejos no es buena consejera. Conviene actuar con cautela para no propiciar efectos masivos de los cuales después no pueden dar una respuesta.
Por otra parte el comportamiento de la prensa. Un ignoto cronista del Canal América, José Hernández, casi hace una casa de brujas con el caso. Intentando ser el protagonista de la jornada preguntó a la madre de Candela, la que enojada le recriminaba a la prensa el estar diciendo “pavadas” en el tratamiento del tema, que explicará entonces “por qué mataron a su hija”. Este cronista en sus veinte años de trabajo se ha encontrado en la región de La Plata, Berisso y Ensenada, con casos de mayor o menor resonancia, con mayores o menores cruces con los códigos de la mafia, pero que resultaban ser casos similares. Sin embargo siempre creyó que todos los hombres tienen derecho a llorar en la privacidad y en la intimidad a sus muertos. La recriminación de Hernández, se asemeja a las lecciones de moral que ciertos sectores de la sociedad civil dieron a los familiares de las víctimas del terrorismo de estado, cuando recriminaban a los padres de los desaparecidos el no haberlos cuidado para evitar que se los llevaran detenidos. Comparaciones aparte, la prensa no está para dar lecciones de moral, sobre todo teniendo en cuenta que amplios sectores que la componen todavía no han rendido cuenta de su accionar en ese período de la historia argentina.
Fogonearon la movilización de la gente, hicieron pisar el palo a actores sociales de buena voluntad y después se hicieron los distraídos con la vieja excusa de que sólo reflejan lo que acontece en la realidad. Las cosas quizás comiencen a cambiar, cuando en un acto de sinceramiento aquellos colegas que posan de justicieros o poseedores de la verdad, reconozcan que la realidad se construye y se reconstruye con retazos, con los retazos que el interés de convertir a la información en una mercancía exige, perdiendo de vista el objetivo final que es la búsqueda de la verdad. En este caso hubo, incluso, una pérdida de registro pues nadie reparó en otras posibilidades o líneas de investigación, sobre todo teniendo en cuenta que a este país comúnmente le tiran un muerto para ver como se construyen escenarios políticos.