Este modesto observador ha leído en reiteradas oportunidades, que algunos “foristas” de internet suelen apelar al calificativo de “negro de mierda o negro mugriento” cuando quieren referirse despectivamente a un adversario político, rival deportivo, vecino de un barrio periférico o a la gente que integra algún tipo de concentración callejera. El concepto, conlleva una carga peyorativa cuyo origen suelen atribuir a lo malo, a lo feo, a lo turbio, cuando no a lo desviado, a lo irregular, a lo depravado o a cualquier característica que lleve consigo el estigma de lo negativo.
Cuando a estos foristas se los interroga acerca de su utilización como categoría para marcar lo diferente, lo distinto, argumentan razonamientos del tipo: “son negros de alma, cabecitas negras de alma, de cultura de estupidez, NO TIENE NADA QUE VER LA PIEL”. O explicaciones de este tenor: “Es porque tienen el cerebro negro… ¡pobre gente!”.
Como se podrá apreciar, nunca la traducción de ese concepto es clara y los justificativos terminan por basarse en los usos y costumbres del término: “es que la gente siempre se refiere a la gente desagradable de esa forma. No es porque sean negros de piel, sino negros por dentro”, arguyen de forma lábil.
Sin embargo, no es del todo claro este tipo prácticas, fundamentalmente porque “los negros”, junto a otras etnias, han sido la porción de la humanidad más maltratada en la historia universal. La esclavitud, y sus grandes matanzas, es su expresión más clara y precisa. Salvo que los que utilizan este tipo de enunciados -cuestión que pongo en duda- consideren positivamente el hecho de que “los negros” hayan sido víctimas de semejantes atrocidades.
Pero aquí, en la Argentina del siglo XXI, importantes segmentos de la población lo utilizan a diario para descalificar al otro, al que consideran ajeno, extraño o, simplemente, diferente.
De momento la expresión “negro de mierda”, ante la falta de explicaciones razonables por parte de quienes lo utilizan como un enunciado, viene a confirmar aquello que Foucault sostenía en “La arqueología del saber”: “…no se puede hablar en cualquier época de cualquier cosa. No es fácil decir algo nuevo…” Quizás porque cuando se intenta rastrear el origen del “objeto de un discurso, se intenta fijar el comienzo de las relaciones que caracterizan una práctica discursiva”, ello muchas veces conduce al fracaso del que lo usa e implementa en sus prácticas.
Ahora bien, ¿según qué reglas fue construido un enunciado del tipo “negro de mierda” y según qué reglas podrán construirse otros similares? El común de la gente lo usa, el común de la gente no lo sabe.
Interrogarnos, fundamentalmente sobre el uso de nuestra propia palabra, es una de las maneras más fabulosas que tiene el pensamiento para avanzar en la búsqueda de nuevos conocimientos o definiciones. En ocasiones, como consideraba P. Bourdieu, usamos un discurso prestado, que no nos pertenece, o que quizás pertenece a una clase social que no integramos. Una cuestión de códigos lingüísticos, o tal vez un ejercicio de articular “las palabras y las cosas (Foucault)”. La relación significante-significado.
Quedémonos con la siguiente idea: el análisis del pensamiento es siempre alegórico en relación con el discurso que utiliza. No vaya a ser cosa que asumamos un complejo de inferioridad que no nos pertenece, que es heredado.