Si Dios fuera mujer, que lindo escándalo sería

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“Si Dios fuera mujer”, recordaba el título de un notable poema de Mario Benedetti, “…que lindo escándalo sería, que venturosa espléndida imposible prodigiosa blasfemia” cierra el verso. Y es que a propósito del 8 de marzo, transcurridos más de cien años de celebraciones por el día internacional de la mujer, testimoniamos el androcentrismo que aún subyace en nuestras sociedades como un fantasma que las sigue socavando, resistiendo y persistiendo en la arbitrariedad.
Debiéramos pues, como sugiere el poema de Benedetti, escandalizarnos y cambiar para desestructurar el inconsciente androcentrista de nuestro imaginario social, rompiendo con esa preeminencia de pensamiento retrógrado, de que la dominación masculina se trata de un hecho natural e inmanente a nuestra sociedad y a sus instituciones: familia, iglesia, escuela y Estado.
Persistir en el desafío de reconstruir una sociedad plural, democrática e inclusiva, a partir de nuestra propia realidad y desde un enfoque de género, viene posibilitando nuevas formas de entendimiento y relacionamiento de mujeres y hombres, en sus roles y funciones específicas, en sus diferencias y complementariedades, apostando a favor de una nueva perspectiva histórica, política, cultural y de desarrollo armónico a nivel económico, social y ambiental de nuestras sociedades.
“Las mujeres no nacen, se hacen”, decía Simone de Beauvoir,en tanto logren en efecto liberarse de la esfera de la dominación masculina para finalmente existir y ser sujetas de su propio destino e historia. Pensamiento feminista que ciertamente perfiló una nueva dimensión política del rol y participación de las mujeres en la sociedad mundial. Desde entonces avances hay en torno a un mayor reconocimiento de su rol decisivo en los diferentes campos del quehacer humano, y en diversas y complejas sociedades y culturas, aún en las más retrógradas, y en su permanente lucha por lograr cambios sustantivos en torno a una sociedad más justa e igualitaria.
La cuestión es que el cambio de paradigma implicará un desafío permanente, un punto de quiebre sobre la percepción tradicional y conservadora que hombres y mujeres tenemos –en mayor o menor medida- sobre nuestro rol y función en la sociedad. Implicará revisar nuestro pensamiento político, nuestra creencia religiosa, en síntesis, implicará revisar nuestra propia filosofía de la vida y existencia como tales.
Así pues, creer que es posible acabar con la eternización de lo arbitrario y aligerarnos del lastre de pensamiento androcentrista, que por siglos ha postrado la condición y posición de las mujeres en disímiles sociedades y culturas, es hoy de hecho un imperativo moral que todas y todos debemos reconocer. Y más aún, que nos exige de mayor coherencia y compromiso por cambiar en nuestros actos y quehacer cotidiano.

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