Seis meses del Proceso de Paz en Colombia

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El primer punto de la agenda de negociaciones entre el gobierno y la guerrilla no podía ser otro que el tema rural. Y a seis meses de iniciado el proceso, si bien aún hoy no hay acuerdos plenos, ninguna de las dos partes siente inconformidad por lo alcanzado, y existe en ambas la predisposición a proseguir.

Osvaldo Drozd

(AFP)  Delegación de las FARC llega al hotel donde se realizan las conversaciones

(AFP) Delegación de las FARC llega al hotel donde se realizan las conversaciones

Durante la semana pasada se cumplieron seis meses del inicio formal del proceso de paz en Colombia, que viene sosteniendo el gobierno del presidente Juan Manuel Santos con la guerrilla de las FARC en la mesa de negociaciones establecida en La Habana. El mismo genera entusiasmo desde ambas partes a pesar de cierta lentitud, lo que debiera considerarse natural y verosímil, ya que se trata de resolver un problema que data de varias décadas. Y si bien este proceso despierta simpatías en las diferentes naciones suramericanas, e inclusive recibió la bendición del Papa Francisco, cuando éste recibió a Santos en el Vaticano, pareciera que su futuro dependiera más de las contiendas sectoriales al interior de Colombia, que es donde se viene dando una difícil y entramada partida de ajedrez político que podría hacer tanto fracasar el proceso como llevarlo a buen término.

Si se pensara que un conflicto armado que data de sesenta y cinco años fuera el resultado de la malicia y del capricho de quienes se enfrentan, entonces la solución al mismo indudablemente tendría que ser el aniquilamiento de una de las partes por parte de la otra o, en todo caso, que uno de los contendores se arrepienta arrodillándose ante su enemigo y que, a pesar del gesto, sea pasado igualmente por la guillotina, tras firmar previamente que acepta que su destino será el Averno. Sin dudas un conflicto no es parte de pensamientos mágicos ni hechos fantásticos, aunque una de las partes para legitimarlo, intente hacerlo pasar por eso. El conflicto armado colombiano tiene importantes sellos tanto geopolíticos como geoestratégicos, y es por esta misma razón que no debiera ser un tema menor en la agenda suramericana, en un tiempo donde el continente intenta plantarse ante el tablero global de una forma que nunca antes pudo hacerlo.

Por su situación geográfica, Colombia es la entrada por tierra al continente, y en un abanico que va desde el Atlántico al Pacífico, incluyendo a Venezuela, forman el límite sur de lo que para la geopolítica de los Estados Unidos resultaba su primer radio de influencia en el patio trasero, teniendo como límite norte al Río Bravo. Pero también por sus condiciones orográficas, la presencia de una cordillera duplicada que dificulta la comunicación entre regiones, más una extensa y frondosa selva en la región amazónica, todo eso ha exacerbado la diferencia entre lo urbano y lo rural, haciendo del último el sitio donde se diriman las principales contradicciones del espacio privado, convirtiendo a la ciudad en una simple caja de resonancia en donde el espacio público, como siempre, fuera algo completamente reducido y sujeto a la supremacía de los grandes intereses corporativos tanto nacionales como de los que responden a la rapiña imperial. En esas desigualdades sociales y geográficas es donde se desarrolló el conflicto armado, dando lugar a enclaves de la guerrilla, al igual que de diferentes grupos irregulares como paramilitares y narcotraficantes. Y es, a su vez, donde una oligarquía de estilo casi mafioso se enriqueció, tanto con el desplazamiento de campesinos e indígenas como formando parte de negocios ilegales.

El primer punto de la agenda de negociaciones entre el gobierno y la guerrilla no podía ser otro que el tema rural. Y a seis meses de iniciado el proceso, si bien aún hoy no hay acuerdos plenos, ninguna de las dos partes siente inconformidad por lo alcanzado, y existe en ambas la predisposición a proseguir. Es la derecha más retardataria, encarnada principalmente en el ex presidente Álvaro Uribe Vélez, la que intenta sabotear por diferentes formas el proceso de paz para que nada cambie en Colombia y que los sectores corporativos a los cuales representa mantengan sus antiguos privilegios e incluso ciertas cuotas de impunidad. Por su lado, tanto el sector político en el que se apoya el presidente Santos como las diferentes alas del progresismo y de la izquierda, ya vienen tejiendo diversas estrategias para que el proceso no se detenga, intentando neutralizar a la ultraderecha, y teniendo en cuenta que el año entrante serán las próximas elecciones presidenciales, y donde a su vez se renovarán mayorías legislativas.

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