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Ana Lacunza

El próximo domingo se realizarán elecciones presidenciales en la hermana República de Perú y el candidato Ollanta Humala, nacionalista de izquierda, ha subido en las encuestas pasando en pocos días del cuarto al primer puesto en la intención de voto, razón por la cual los otros cuatro candidatos con chances, todos de derecha, se han unido para atacarlo con una arremetida mediática feroz.
La estrategia que han elegido para atacarlo es agitar el fantasma de Chávez y, como no podía ser de otra manera, la derecha recibió el incondicional apoyo de la prensa hegemónica representante de los sectores oligárquicos. Esta estrategia no es nueva, ya que en las elecciones del año 2006, en las cuales el mismo Humala se enfrentaba a Alan García, lograron instalar mediáticamente el temor de los electores por la posible alianza Humala-Chávez repitiendo las mismas mentiras instaladas por la casa blanca, insistiendo en que se ponía en peligro el sistema democrático y las libertades. En el año 2006, esta estrategia dio resultado y el candidato Humala perdió las elecciones.
La utilización de la demonización de Chávez como estrategia de temor ha sido esgrimida por la derecha en casi todas las elecciones de América latina. Basta con que algún candidato hable de justicia social, reparto de ganancias o de poner límites a la hegemonía mediática para que inmediatamente se transforme en parte del eje del mal representado por Chávez. Así sucedió en Colombia, El Salvador, Nicaragua, México, el mismo Perú y tantos otros.
La arremetida de la prensa contra el candidato Humala en estos días, es feroz; Alcanza con echar un vistazo a los diarios de Perú para comprobar cómo le dedican varias páginas a acusarlo de querer subvertir el orden, y de que se convertirá en una amenaza para la economía y la estabilidad del Perú.
Si bien la economía peruana ha crecido sostenidamente en los últimos años, el presidente Alan García no ha tenido políticas de inclusión y toda esa riqueza se sigue acumulando en las mismas manos. La inmensa brecha entre los más ricos y los más pobres apenas se ha movido. Es por esta razón que la posibilidad de que acceda al gobierno un candidato con verdadera voluntad de transformación otorgaría al pueblo peruano la esperanza de que definitivamente se restituya la justicia social.
De más está decir que para el resto los países de América latina que están fortaleciendo sus vínculos a través de la UNASUR y avanzando progresivamente en la construcción del ALBA, el triunfo del nacionalismo de izquierda en Perú, sería de suma importancia, ya que se convertiría en un socio estratégico por su potencial económico, y por su privilegiada ubicación en la costa del pacífico, donde salvo la excepción de Ecuador prevalecen gobiernos inclinados a la derecha, o a firmar tratados de libre comercio con los EEUU.
De todos modos, si ningún candidato supera el 50 por ciento de los votos, el pueblo peruano tendrá que votar en segunda vuelta en junio, y seguramente los ataques mediáticos se multiplicarán tratando de instalar esta política de miedo al cambio, que se encuentra inoculada en la conciencia después de tantos años de propaganda «anticomunista» del gobierno de los Estados Unidos.
El desafío del pueblo peruano es vacunarse contra estas estrategias, dejar de mirar para el norte y compararse con los pueblos hermanos que hemos tomado un rumbo hacia el cambio de políticas de estado. El pueblo venezolano es feliz, han bajado los índices pobreza e indigencia, se está industrializando y ha bajado las tasas de analfabetismo y mortalidad infantil. La Argentina avanza hacia un modelo más inclusivo, el pueblo ecuatoriano salió a defender a su presidente en las calles…y así podríamos seguir; el tren se puso en marcha y Perú tiene la oportunidad de subirse.
Los argentinos estamos especialmente hermanados con el pueblo peruano por haber sido libertados por el General Don José de San Martín, que seguramente les diría «Hermanos, seamos libres, lo demás no importa nada”.

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