Paulina Juszko: “Soy una marginal que no logró salir de la edad de los porqué”

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Entrevista realizada por Rolando Revagliatti

Paulina Juszko nació el 18 de febrero de 1938 en La Plata, capital de la provincia de Buenos Aires, y reside en Villa Elisa, localidad del aglomerado urbano Gran La Plata. Cursó los profesorados de Letras y de Francés en la Universidad Nacional de La Plata, sin completarlos. Se desempeñó en tareas docentes: asistente social (Dirección de Psicología y Asistencia Social Escolar), profesora de francés (Alianza Francesa de La Plata) y traductora. Colaboró en diarios y revistas de su provincia, ha sido incluida en antologías e incursionó en radio como columnista o co-conduciendo en varios programas. En francés y en castellano dictó conferencias y participó como ponente en Encuentros y Jornadas de Escritores. Coordinó talleres y mesas de debates, integró jurados en diversos concursos y ha sido traducida al italiano y al ruso. En 2006 recibió el Premio Virtud a la Ética, el Trabajo y la Solidaridad (Ministerio de Desarrollo Social de la Nación – Fundación “Principios”) y en 2009, en ocasión del Día Internacional de la Mujer, la distinción Mujer Destacada de Villa Elisa (Delegación Municipal). Publicó dos poemarios: “Poemas del Yo dios” (1957) y “Chant posmoderne” (1990, en francés); tres novelas: “Te quiero solamente pa bailar la cumbia”(Ediciones de la Flor, 1995), “Esplendores y miserias de Villa Teo” (Ediciones Simurg, 1999; Tercer Premio de Novela 1998 del Fondo Nacional de las Artes) y “El año del bicho bolita” (Editorial Dunken, 2008); un volumen de ensayo: “El humor de las argentinas” (Editorial Biblos, 2000); y una obra de carácter testimonial: “Vivir en Villa Elisa” (Libros de la Talita Dorada, 2005; declarada de Interés Cultural por la Municipalidad de La Plata).

Paulina Juszko en Gizeh, Egipto.

 1 — Ciudades rioplatenses, las tuyas.

PJ — Infancia en Berisso, juventud en La Plata y madurez en Villa Elisa. Soy hija de inmigrantes procedentes de la aldea de Zuchowicze (en la actual Bielorús). Fallecieron poco después de llegar a Berisso. “Mis orígenes se remontan a la sal:

saladeros de don Juan Berisso y lágrimas. La sal conserva, saboriza, alivia y desinflama; pero también corroe, esteriliza y mata. Lágrimas de desarraigo de nuestros padres, lágrimas que aumentaron la salinidad del mar para convertirse en nostalgia al desembarcar. Disueltas en el río de orilla fangosa y llena de cangrejales… Fue cuando empezó a manar, dulce y salobre a la vez, el silencioso canto del trabajo.” En un texto titulado “Beribel” —que se publicó en la revista de la Asociación de Entidades Extranjeras en ocasión de la 23ª Fiesta Provincial del Inmigrante (octubre/2000)— yo comparaba a Berisso con la torre de Babel: “También fue un intento de tocar el cielo con las manos. También fue abatido al cerrar los frigoríficos Swift y Armour. Pero ellos sobrevivieron, agarrados con uñas y dientes a las ruinas. Habían aprendido a entenderse pese a la multiplicidad de lenguas. Eso y una extraña pertinacia, aunada a un extraño amor, les permitió reconstruir y reconstruirse. Entonces Él —que es versátil—  los premió con nietos que hablaron todos el mismo idioma.”

En cuanto al lugar donde ahora habito, mi “petite patrie” de adopción, alguna vez lo describí así:

“Villa Elisa agreste, desprolija, barrosa. Te salvan
tanto cielo magrittiano
tantos trinos
tanto susurrar de frondas
tantos zumbidos en el aire de verano
tanta frescura de brisa en la piel recalentada
tantos perfumes en las noches quietas
tanta densidad de silencio en las mañanas.”

La Plata, esa ciudad geométrica, nunca me inspiró un sentimiento profundo. A Berisso de chica lo odiaba porque me parecía feo, a Villa Elisa aprendí a quererla con el tiempo, pero La Plata me parece una ciudad muy “careta”. Aunque se me identifica sobre todo como escritora platense.

Me considero un producto de esa inmigración que no consiguió hacerse la América y ni siquiera vivió lo suficiente para contarlo, una self made woman en todo sentido —material y espiritual—, y un exponente acabado de la decadencia finisecular.

Paulina Juszko: “Soy una marginal que no logró salir de la edad de los porqué”

2 — ¿Pecados, virtudes, adoraciones, odios…?

PJ — De los pecados capitales los tengo todos menos dos (les dejo la inquietud de adivinar cuáles me faltan). Me adornan pocas virtudes: lucidez, amor por la justicia, generosidad, valentía, fidelidad, perfeccionismo, puntualidad; en cambio, los defectos pululan en mí: soy colérica, gruñona, peleadora, impertinente, brusca, altanera, ambiciosa, eternamente insatisfecha… Alguien dijo (creo que fue Balzac) que el peor de todos los defectos es no tener ninguno.

Amo la belleza, la inteligencia, el humor, la elegancia, los viajes, las piscinas, la siesta, la lectura, los jardines, el buen vino, los perros… Adoro a mis mascotas, las dos perras Bubú y Nana y el gato Kuro. Odio la reiteración, los koinós topos, la parlalpedo, el lenguaje altisonante, el sentimentalismo barato, la moralina, la mentira, las películas de acción, el fútbol… Cultivo numerosas manías, como repetir hasta el cansancio alguna palabreja o nombre que se me ocurre al despertar o dar vuelta las galletitas para que presenten todas el anverso.

Soy un ser esencialmente solitario, pero no me disgusta socializar de cuando en cuando y alguna vez escribí al respecto: “A veces me canso de mi vida de loba y me pongo la piel de cordera para asistir a sus ágapes. Al principio sus balidos me resultan interesantes, armoniosos y tan correctos, nunca una nota más alta que la otra: las bondades del corral, los premios obtenidos en las exposiciones, la calidad de ciertas pasturas, las delicias ovinas del amor, de la procreación… Escucho pacientemente, pero no puedo balar. Mi desasosiego crece, me pregunto qué pasaría si de pronto lanzara un aullido, uno solo, largo y desesperado. Si abriera una boca llena de dientes carniceros para aullar mi soledad, mi rabia, mi dolor. Las imagino desertando la mesa, huyendo despavoridas, en desorden, con balidos horrorizados pero literarios al fin, siempre con altura, con elegancia. Con ese savoir faire que una loba sin manada nunca podrá tener.”

Descreo del amor de pareja, donde siempre hay uno que quiere fagocitar al otro. Suscribo a lo que piensa Susan Sontag: es una ficción esencial, una danza más del ego solitario. Sólo tocamos “la envoltura de un ser cuyo interior accede al infinito” (Proust, “La prisionera”). Amé a varios hombres —evidentemente nadie escapa a la ley natural—, pero si hago el balance, hubo más pena que gloria. Mi matrimonio con un pintor duró muy poco. Priorizo actualmente otros sentimientos que me parecen más humanos: la solidaridad, la estima, la amistad. El amor es exclusivo, totalitario, exigente, lleva a excesos que después lamentamos. Y es volátil porque no se basa en la estima.

No quise tener hijos porque, como dice un personaje de Balzac, “no aprecio lo suficiente la existencia para hacerle ese triste presente a un semejante” (“El cura de pueblo”). Soy atea y tengo una visión pesimista de la naturaleza humana; otro escritor francés que cultivaba el más negro pesimismo, Anatole France, aceptaba que pudieran existir en algún mundo desconocido seres más malvados que los humanos, pero eso le resultaba prácticamente inconcebible.

El momento más decisivo de mi vida fue aquel en que contemplé  —teniendo siete u ocho años— la tapa del “Billiken” donde una niña miraba la misma tapa: la noción del infinito, como un siniestro alfanje, me abrió la cabeza en dos; todo perdió brillo, mi cielo se nubló para siempre. Esto se agravó más tarde con la pérdida de la fe religiosa. Soy una marginal que no logró salir de la edad de los porqués y sabe que no hay ninguna respuesta.

Desde muy pequeña me fascinó la palabra escrita; comprender cómo se unen las letras para formar palabras fue un deslumbramiento, la adquisición de la lectoescritura un segundo nacimiento, el más importante. Desde entonces soy lectora compulsiva. Una de las cosas que contribuyeron a abrirme la cabeza fue un cuento cuyo título se me olvidó (¿“La princesa de los gansos”?) y donde una joven —por motivos que tampoco recuerdo— usaba una horrible máscara; un día, creyéndose sola, se la quita y, en lugar del rostro de la “zafia lugareña”, aparece el de una bellísima dama. Más allá de lo insólito que podía resultar ya a mi edad el hecho de afearse voluntariamente —sobre todo tratándose de una mujer— lo que quedó grabado en mi mente con caracteres indelebles fue la expresión “zafia lugareña”, que superaba mi vocabulario infantil y tuve que buscar en el diccionario. Esas dos palabras fueron mi llave de ingreso al mundo de la literatura. ¿Así que las cosas podían decirse de distinta manera y había formas mejores que otras…? Porque comparando “tosca campesina” y “zafia lugareña” no cabía la menor duda: me quedaba con la última. No hubiese sabido explicarlo, sonaba más lindo, algo así como los versos. ¿Intuía ya que la literatura es un modo de existencia, que el lenguaje no se limita a reproducir el mundo, sino que puede producirlo?

Soy una gozadora nata. Una gozadora amargada, carente de muchos de los placeres a los que aspiró y aspira. De naturaleza indolente y condenada a una vida de laboriosidad, actualmente puteo contra el menor esfuerzo físico, tiendo cada vez más a la catatonia. Me resulta intolerable la obligación, la presión para hacer algo, aun viniendo de mí misma. No hay lujo comparable al del tiempo que se pierde: hacer un paro total de actividades cotidianas para vagar sin un propósito definido por la casa o el jardín, enderezando un cuadro aquí, cortando una flor seca o una rama desangelada allá, viendo si brotaron las semillas, jugando con las perras…¡qué delicia! Ese tiempo que no empleo en nada preciso, que se me va en pavadas, es en fin de cuentas el mejor empleado, el más rendidor, ya que me brinda más felicidad. ¿Necesito la mente vacante, un estado vecino de la animalidad, para rozar por instantes la beatitud?

No puedo comprender a los viejos fanáticos del laburo; por lo general es una tapadera, una manera de escapar del vacío interior, una forma de desperdigarse. Y si realmente amamos nuestro trabajo durante muchos años, ¿no llega un momento en que debemos descansar, recogernos, sumergirnos en nosotros mismos buceando en busca de ese yo profundo del que hablaba Proust?

Esplendores y miserias de Villa Teo.

3 — Proust.

PJ  — Es uno de mis favoritos, me gusta su estilo, sus parrafadas laberínticas, incluso su côté cholulo. “En busca del tiempo perdido”, su obra cumbre, no es una reivindicación de la memoria, sino una lucha denodada contra el tiempo y un intento de hacer universales las experiencias personales. La memoria nos pinta un cuadro convencional del pasado, mientras que ciertos incidentes reencontrados, ciertas sensaciones pasadas (el sonido de una campanilla, el gusto de una madalena, un desnivel del pavimento…) nos permiten comprender la verdadera esencia de los hechos, personajes y circunstancias que los originaron, y acceder a las causas profundas analizando lo que tienen de idéntico ambas situaciones —la pasada y la presente—, fusión que implica una abolición del tiempo transcurrido: son instantes de eternidad que se le arrancan al devenir. Adhiero a su concepción del arte, “que va más allá de la nada en que se diluyen el amor y los placeres”. El amor propio, las pasiones, la inteligencia y el hábito nos ocultan el verdadero sentido de las cosas poniéndoles nombres (las “nomenclaturas”) y fines prácticos para conformar lo que falsamente llamamos vida; el arte debe trabajar en sentido contrario: vuelta a lo profundo, rescate de lo desconocido en nosotros mismos.

4 — Hace algunas décadas el vocablo “escritura” no se usaba tanto, ¿no?

PJ — Una falsa modestia hace que hoy en día se prefiera el término “escritura” a “literatura”, como si este último nos quedara grande a los escritores actuales o fuese demasiado solemne. Yo escribo cartas, e-mails, listas de supermercado… pero si se trata de un cuento o una novela hago literatura, que podrá ser buena, regular o mala. La literatura es un arte y un oficio, y debe ser llamada por su nombre. A nadie se le ocurre que carpintería y ebanistería son sinónimos. A la frase hay que pulirla, trabajarla como se trabaja la madera. “Vuelvan sobre la obra diez veces, si es necesario”, aconsejaba el viejo Boileau en el siglo XVII. La mejor ficción desmerece con un estilo “escuela secundaria”, desprolijo, lleno de cacofonías, pleonasmos y distorsiones gramaticales y sintácticas. Flaubert acostumbraba gritar sus frases para ver si sonaban bien; creo que exageraba en cuanto al volumen, pero sí, es muy importante el oído y también el sentido común. Es lícito emplear neologismos, localismos, vulgarismos, lunfardo, puteadas (de hecho, yo lo hago a menudo), siempre y cuando la obra lo requiera. Pero, ¿a qué viene utilizar el galicismo “pasticería” cuando existe “pastelería” en nuestro idioma (a menos que sea un francés el que habla) o inventar términos como “separatidad”, “verderol” y “enterratorio”, malsonantes y desangelados? Otra cosa es crearse un lenguaje propio, como Xul Solar o Héctor A. Murena. Sólo tolero la reiteración en las guardas geométricas (como ésas que nos hacían inventar las monjas para las carátulas de cada mes en los cuadernos cuadriculados de matemáticas o ésas que adornan los libros antiguos), en la poesía y como recurso humorístico. Fuera de lo cual la encuentro abominable en cualquier tipo de textos (filosóficos, literarios, ensayísticos o de divulgación científica) y también en las conferencias. Si una noción fue bien expresada, es inútil repetirla. La tautología me genera una muy mala opinión respecto de su autor: o se olvida de lo que ha dicho y en este caso debe dudarse del buen funcionamiento de su mente; o desconfía del cociente intelectual del lector/oyente, lo que resulta ofensivo para éste; o quiere llenar páginas/tiempo a como dé lugar. Igualmente odiosas son las repeticiones de palabras (pleonasmos)  —y aquí me refiero exclusivamente al lenguaje escrito— porque atentan contra la eufonía y la elegancia de la frase, y dan un estilo desprolijo. En estas cuestiones me confieso decimonónica como Stephen Vizinczey.

Te quiero solamente pa bailar la cumbia.

5 — ¿Y tu escribir?

PJ — Nunca me fuerzo a escribir. No me angustio si no tengo ganas de hacerlo, no veo por qué un escritor deba escribir constantemente. Es como si el carpintero viviera con el martillo en la mano. A veces no hay trabajo, y con nosotros es igual: a veces no tenemos nada que decir y entonces lo mejor es callarse. Temporaria o definitivamente. No quisiera ser como ese personaje de Bernard Shaw que decía “Nunca soy tan elocuente como cuando no tengo nada que decir”.

6 — ¿Lo más real?

PJ — Mis momentos más reales los viví en el mundo de la literatura. Siempre me sorprendió el empeño de la gente por ubicarte en eso que llaman “realidad”: “Pisá la tierra – Sé realista.” ¿Era más gratificante eso que la ficción o la fantasía? De ninguna manera. Antes de leerlo, ya pensaba como Proust que la verdadera vida, la vida por fin descubierta y  dilucidada —la única que vale la pena— está en la literatura. Ingmar Bergman dudaba que hubiera en la vida más realidad que en sus obras. ¿Y no decía nuestro Macedonio [Fernández] que “los estados de vigilia son, en su mayor porción, más débiles y menos emocionantes que los del sueño […] el cotidiano vivir es en su casi totalidad lánguido y débil, inimportante”? Yo comprendía —aunque confusamente al principio— que había nacido para “espectadora”, para dar testimonio, que no servía para vivir esa realidad de los demás: un desdoblamiento inconsciente, esa impersonalidad apasionada que, según Romain Rolland, es propia de los artistas, impidió que me implicara seriamente en las acciones que exige la realidad. Luego, por supuesto, tuve que fingir que la asumía y desarrollar diversas actividades para ganarme el sustento. “Tomé el pliegue” —como dicen los franceses— pero no pensaba más que en desplancharme y siempre tuve la sensación de estar jugando a ser un adulto. Encontré en “Los Thibault”, novela de Roger Martin du Gard, un párrafo que tiene que ver con esto último: “Cada uno de nosotros, sin otra finalidad que el juego (por más lindos pretextos que se dé), dispone según su capricho, según sus capacidades, los elementos que le proporciona la existencia, los cubos multicolores que encuentra a su alrededor al nacer… ¿Y tiene realmente mucha importancia si logra construir más o menos bien su obelisco o su pirámide?”.

En este sentido, alcanzar la edad de la jubilación significó una resurrección: poder volver a “mi mundo”, reintegrarme a mi verdadera personalidad después de tantos años de dispersión esquizoide; como la protagonista de “La araña” de Clarice Lispector, yo “no había llegado a ningún punto, disuelta viviendo”. Fue lo que para otros la iluminación religiosa: en determinado momento de la vida todo se soluciona, encuentra su sitio, aparece el verdadero sentido. Reconcentrarme, pensar en serio o divagar… y escribir. Agarrarme a la cola del tiempo. Acariciarle las orejas sedosas a mi perra murmurándole “¿lita nonó la sunata?”, mientras dejo vagar perezosamente la mirada entre las paredes de un foso de verdura. Ningún espacio blanco en una planilla espera ominosamente mi firma, entrada y salida. Ningún jefe que no logró cagar esa mañana piensa hacerlo sobre mi desprevenida humanidad. Soy mi directora, mi patrona, mi reina.

7 — ¿Concepción de la literatura?…

PJ — En literatura también hay modas (o tendencias, como quiera llamárselas). No le lleves a un editor una simple narración con pies y cabeza, por interesante que sea, porque no te dará ni cinco de bola. Hoy la moda es, entre otras cosas, insertar en una novela pesadas disquisiciones sobre temas científicos o filosóficos. Umberto Eco declara que el lector no ama la facilidad, que hay que proponerle la ficción a la manera de un teorema. Yo me pregunto de qué tipo de lector habla; evidentemente de una élite supersofisticada…; y también si no será por esto que la gente lee cada vez menos. Por mi parte, si mi propósito es informarme sobre un tema determinado, no recurro a una novela, busco el texto adecuado y me dispongo a hacer un esfuerzo intelectual —si es necesario— por pesada que me resulte la cosa. Pero si abro una novela, quiero que me deleite, me atrape, me entretenga, me conmueva, me haga reír y hasta pensar un poco también, pero sin ese esfuerzo que requiere el aprendizaje. Trato de escribir libros así y, por lo que dice la mayoría de mis lectores, lo estoy logrando.

Me interesa la fama porque es la única manera de luchar contra la muerte y justamente porque es “puro cuento”, para ser consecuente (hasta el final) con mis ideas; el dinero sólo en cuanto evita angustias bajunas y degradantes, y procura placeres que se consideran suntuarios, pero son indispensables para el hombre actual, afectadamente refinado.

8 — ¿Temas?

PJ — Me atrae  lo que piensan y sienten las mujeres, de las más simples a las más complicadas. Los varones son generalmente de una pieza, monotemáticos, y por eso resultan tan aburridas las narraciones o filmes cuyos personajes son exclusivamente varones. Lo que le pone sal a las historias es la sutileza, el retorcimiento, la indefinición y, a menudo, la superficialidad del alma femenina, ya sea que habite en mujeres o en homosexuales. Mil veces más interesante que los pensamientos de un guapo o un malevo me parece lo que se le cruza por la cabeza a una mujer mientras lava los platos o pela papas. La mujer es mucho más sofisticada que el varón; no en balde las novelistas tienen tanto éxito en esta época. Se podría decir que la mujer todavía posee un alma, mientras que al varón sólo le queda cerebro. ¿Nos habrá durado más (el alma) porque adquirimos mucho más tarde el derecho a tenerla?

9 — ¿Rememorarías un viaje a Francia con el que fuiste premiada? ¿Hubo otros?

PJ — Había obtenido el mejor promedio del país en el examen final de mis estudios en la Alianza Francesa. Me reportó el “Brevet d’aptitude à l’enseignement du francais hors de France” otorgado por la Alianza Francesa de París, y el “Certificat d’études pratiques de prononciation francaise” del Instituto de Fonética de la Sorbona.

Fue mi primer viaje a Europa, en transatlántico —todavía los había—, quince días en el océano, una experiencia inolvidable. Luego viajé varias veces, en avión por supuesto. Pero durante esa travesía inaugural me hice amiga de una pareja de jóvenes homosexuales —un  francés y un brasileño— que me invitaron a recorrer con ellos la Costa Azul: quedé deslumbrada.

Con París no fue un amor a primera vista; de entrada me dio la impresión de una prostituta que se vende al mejor postor, por la cantidad de extranjeros que la transitaban ya en ese entonces. Tuve que recorrerla en subte y a pie, conocerla en profundidad, hacerme de amigos franceses en sucesivos viajes para llegar a amarla. Actualmente es mi preferida entre las ciudades que conozco, tiene un charme particular, que le confiere en gran parte el Sena, el más bello de los ríos en mi concepto, el más inspirador, con su manso fluir, sus péniches y la perspectiva de sus puentes…

Durante mi primera estadía en París, que fue larga: seis meses, viví en el Pabellón Argentino de la Ciudad Universitaria; en ese entonces residía también allí el pianista Miguel Ángel Estrella, y tuve ocasión de conocer el taller del pintor Antonio Seguí en los suburbios de la ciudad, pues era amigo de mi ex marido, Nelson Blanco, quien también estaba en París por haber ganado el premio Braque de pintura. Otros amigos pintores, los Morales, me hicieron conocer Normandía, en el noroeste de Francia.

Como tengo mi costado superficial y me gustan las pilchas, poco después de llegar a París me fui a las Galeries Lafayette y me gasté casi toda la plata que había llevado (que no era mucha). Este despilfarro me obligó a buscar un trabajito para seguir subsistiendo y así fue como me relacioné con dos familias francesas, cuyos niños cuidaba una vez por semana. Uno de estos chicos, un rubito cara de ángel de unos seis años, era muy particular: me tocaba el culo cuando salíamos de paseo, se metía debajo de mi pulóver y me acariciaba sensualmente la espalda, me pedía que me quedara a dormir en su cama para poder tocarme toda y hasta me propuso matrimonio…; yo no me animaba a decirle nada a su madre por temor a perder el trabajo. Esa gente me apreciaba mucho y me escribió durante años. Son anécdotas graciosas, como cuando tuve que cambiarle por primera vez el pañal a Guillaume, un bebé de seis meses, y no sabía cómo se hace; y no eran los pañales de ahora, entonces se usaban alfileres de gancho, era más complicada la cosa.

Me gusta viajar para aprender; pero no sólo me interesan los museos, los monumentos, la arquitectura, los paisajes, soy curiosa de otras formas de vida: quiero saber qué comen, cómo se visten, qué leen, qué deportes practican…

10 — En el “Petit Théâtre” de la Alianza Francesa de La Plata has dirigido piezas teatrales.

PJ — Hicimos obras de Georges Feydeau, Alfred Jarry, Boris Vian, Eugène Ionesco, entre otros autores; también espectáculos de café concert, teatralización de fábulas de La Fontaine y textos de La Bruyère (clásicos del siglo XVII), siempre en francés. Yo hice las puestas en escena y dirigí el grupo de alumnos y ex alumnos de la institución entre 1970 y 1992. Pero ya antes había actuado en ese teatro vocacional, que ya no existe. Fue por iniciativa propia que formé un grupo y empecé a dirigir, y siempre lo hice ad honorem. Presentábamos una obra cada año. Los ensayos significaban un gran esfuerzo para todos, porque sólo podían hacerse después de las veintidós horas y también los domingos, debido a las diversas actividades que desarrollábamos. Era muy difícil reunir a los actores, sobre todo cuando la obra tenía muchos personajes; yo me enojaba cuando faltaban, era una directora muy exigente, pero sólo gracias a una férrea disciplina esta actividad pudo prolongarse durante tantos años. Aclaro que en ese entonces yo tenía dos trabajos, así que los días de ensayo volvía a mi casa a las dos-tres de la mañana ¡en micro! Y también debía ocuparme de conseguir gente de buena voluntad para la iluminación, el sonido, el decorado…; a cuántos amigos molesté pidiéndoles muebles prestados… Pero era muy gratificante y el sacrificio había valido la pena cuando la obra se daba y todo salía bien. ¡Qué tiempos aquellos! Ahora me parece imposible haber hecho tanto por amor al arte.

11 — Ya que integraste la redacción de la revista de humor platense “La Gastada” durante un par de años —1996-1997—, podrías describírnosla y contarnos qué es el “humor platense”.

PJ — “La Gastada” fue una revista del Grupo B.A. Comics, promovida por la Facultad de Bellas Artes de la UNLP. Yo me integré al staff poco después de su creación y colaboré en ella hasta su desaparición por motivos económicos, como sucede con la mayoría de las revistas. La dirigía el dibujante Carlos Pinto y colaboraban, entre otros, Raúl Fortín, Ricardo Blota, Leo Bolzicco, Eduardo Lemos, Fabricio Frizorger, Diego Aballay… Ahí conocí a los humoristas Andrés Vendramín (André) y Leandro Devecchi, que fueron luego, conmigo, co-autores de “Criadero de cocodrilos”, sátira de la actualidad política y social argentina de fines del siglo XX y comienzos del XXI, con ilustraciones humorísticas.

La revista se autodefinía como “humor platense de exportación”; el acotamiento “platense” se refería tanto a la procedencia de la gran mayoría de sus colaboradores como a la naturaleza local de muchos temas abordados. Yo surtía una sección feminista, otra de postales de la Argentina y una columna de perlas negras (absurdos generados por el mal uso del idioma en los medios). Algunos títulos de mis notas: “¿Lo manyás al hombre light?”, “De guapos, malevos y otras (malas) yerbas”, “Discriminaciones lingüísticas”, “¡No nos pisen la víbora, muchachos!”, “Histeriqueando”, “Cuentos clásicos para niñas feministas”… Yo era la única mujer en la revista y se me trataba con toda naturalidad, como un compañero más. Disfruté mucho esta experiencia.

12 — Al menos una vez vi y lo escuché recitando —en 2001, en un Ciclo que yo conducía— al poeta platense Mariano García Izquierdo (1935-2006). Y vos fuiste columnista de su audición semanal “El Firulete”, en una FM de Berisso. ¿Cómo lo recordás a él y a su poética?

PJ — Buen poeta y buen amigo. Recuerdo la frondosa glicina y su pequeño cuarto de trabajo en la casa de City Bell. Recuerdo su entusiasta colaboración con diversos emprendimientos del Centro Cultural “Difusión” de Berisso: el libro “Escritos y escritores de Berisso” (2000), la revista mensual “Dando la nota” y la radio. En 1999 tuve el placer de presentar un libro de Mariano: “Dulce Babushka”, poéticas postales de su infancia berissense; cito algo de lo que dije en esa ocasión: “¿Es Mariano el pibito que llora al comprender que no vivirá con ellos el constructor de su casa, que le hacía ver animalitos en los desechos de madera? ¿el que descubre las diferencias entre nenas y nenes a través del alambrado que lo separa de su vecinita rubia? ¿el que fuma zarzaparrilla en un bote? ¿el enamorado de Paulina Singerman? ¿el que se sueña abuelitas eslavas? ¿el que asiste a los dramas de esa bizarra y heterogénea humanidad que encontró su caldo de cultivo en la atmósfera del Berisso de los años 40? Todos son Mariano y Mariano es todos.” ¿Y qué mejor manera de recordarlo que a través de sus versos?:

No monta en el viento
ni lo desparrama la lluvia.

No lo deslizó la mansedumbre del río
ni lo puede prestar un sueño.
(de “El amor que no se dio”)

13 — Un grupo de teatro comunitario, asesorado por vos, llevó a escena “Arturo Seguí a la Elisa”, inspirado en tu libro “Vivir en Villa Elisa”. ¿Cómo resultó?

PJ — Fue solamente un sketch que se representó en un Encuentro de Teatros Comunitarios, en la explanada del Teatro del Bosque de La Plata (2008). El grupo se deshizo poco después, debido a las dificultades para reunir un elenco estable y a la falta de un local propio. Esta iniciativa no suscitó en Villa Elisa el mismo entusiasmo que en City Bell, donde se formó un grupo numeroso, “La Caterva”, que aún sigue actuando.

14 — Fue en una reciente charla telefónica, Paulina, que mencionaste que tenías unas cuántas obras inéditas.

PJ — ¿Te paso los títulos…?: “Rabelesiana” (adaptación teatral de la obra de Rabelais); “Escuela de verdugos” y “Osteolipomaquia” (dramaturgia);“Concierto de masturbanda”“Sagrada sangre” (Mención 1997 del Fondo Nacional de las Artes), “Eternos laureles” (novelas); “Por una cabeza” (novela policial); “Al gran pueblo argentino ¡salud! (jubilados-desocupados abstenerse)” (notas de humor de los ’90); “La cocina del humor” (ensayo sobre los procedimientos del humor literario); “Del vagar breve”(poemario); y en coautoría el que antes te conté, “Criadero de cocodrilos”. ¿No te parece tremendamente frustrante tener tantos inéditos? O soy una escritora muy mala —ya que ninguna editorial me da bola— o en este país pasó algo con el negocio editorial después del año 2000. Tengo que optar por la segunda posibilidad para salvaguardar mi autoestima: los grandes grupos editoriales que quedan se manejan como empresas que sólo publican autores de venta segura.

Hace años, en una entrevista para la revista “La Maga”, me pidieron una opinión sobre la regionalización de la literatura y contesté que habrá una verdadera literatura bonaerense (o mendocina, o patagónica, o…) cuando en estos sitios se den las posibilidades de publicar, y no sólo a cuenta de autor. ¿Y hasta qué punto no es ingenuo soñar con esa regionalización, cuando prácticamente todo el negocio editorial de Buenos Aires está en manos de capitales extranjeros?

15 — Busqué y encontré en mi biblioteca un ensayo tuyo —publicado en el nº 3, 2005/2006, de la Revista “El Espiniyo”— titulado “Poesía y Humor”.

PJ — Como soy muy propensa a utilizar en mis escritos la ironía, el sarcasmo y el humor negro, y considero que el humor es catártico, me puse a investigar sobre el tema. El primer resultado fue mi ensayo “El humor de las argentinas”, donde hablo de las mujeres que colaboraron en diarios y revistas argentinos haciendo humor gráfico y escrito; el segundo, otro ensayo (aún inédito): “La cocina del humor”, donde analizo los procedimientos del humor literario (con ejemplos desde Aristófanes hasta Roberto Fontanarrosa) y los diversos tipos de humor según  la temática (negro, blanco, rojo, amarillo) y según el país (judío, inglés, argentino). Este último trabajo, que podría resultar muy útil en los talleres de escritura con humor que se pusieron de moda recientemente, no despertó sin embargo el interés de ningún editor.

16 — De los varios títulos de las conferencias que has realizado en los últimos cinco lustros voy a elegir uno, el de la que me agradaría estar leyendo: “¿Por qué las heroínas de novela son casi siempre jóvenes?” Paulina: ¿Por qué las heroínas de novela son casi siempre jóvenes?…

PJ — Te resumo aquí mi planteo. Desde tiempos inmemoriales la mujer es representada como un instrumento erótico y reproductor, y el varón como generador de pensamiento y acción. Para que resulte atractivo, el argumento de una novela o un culebrón no puede dejar de lado el ingrediente erótico y este pathos está encaminado a la reproducción de la especie. ¿Y por dónde entra Eros? En primera instancia por los ojos. En el reino animal la naturaleza engalana generalmente a los machos para lograr su fin, mientras que entre los humanos resultó favorecida la hembra. Y es en la juventud cuando ésta encarna plenamente los cánones de belleza que rigen desde el comienzo de los siglos, kilito más o menos. Pasada la edad de la pasión, la mujer pierde todo glamour, tanto en la literatura como en la vida real, y de los roles de protagonista desciende a los de reparto; con la madurez adquiere una cualidad de transparencia que suele acentuarse hasta la invisibilidad.

Es cierto que en la segunda mitad del siglo XX, gracias a la cirugía y a múltiples tratamientos, la juventud se prolongó, con todos sus atributos. A nadie se le ocurriría hoy llamar “ancianas” a Nacha Guevara, Moria Casán y tantas otras. Pero en el siglo XIX se era una mujer madura a los treinta años; en la novela “Ella y él” de George Sand, la protagonista femenina, Teresa, se lamenta cuando es requerida de amores: “Es muy tarde para buscar lo que huye de mí. Tengo treinta años”; y todavía en 1949, fecha de publicación de “1984” de George Orwell (que entre tantas cosas que predijo, no supo anticipar los desfasajes que se produjeron entre las etapas de la vida) encontramos: “Cuando la vi a plena luz resultó una verdadera vieja. Por lo menos tenía cincuenta años”. Esta exigencia de juventud y belleza es válida sobre todo para el sexo femenino, pues basta con mirar cualquier telenovela para constatar que los varones —aunque sean

panzones y calvos, aunque tengan pelos en la nariz, pies planos y más legañas que perro callejero— siguen conquistando hermosas pendejas y se dan el lujo de engañar no sólo a su legítima, sino también a su amante. En “Cándido” de Voltaire (s. XVIII), Cunegonda va envejeciendo mientras que el protagonista no parece sufrir los ultrajes del tiempo, y el autor presenta como un rasgo de generosidad por su parte el tomar por esposa a una Cunegonda vieja y fea, que perdió por eso todo derecho a ser amada.

Algunos escritores del siglo XX, como Mario Vargas Llosa (en “Doña Julia y el escribidor”, “Elogio de la madrastra”, “Los cuadernos de don Rigoberto”), ensalzaron los atractivos de la mujer madura. Gabriel García Márquez escribió —realismo mágico mediante— una historia de amor y sexo entre gerontes: “El amor en los tiempos del cólera”. En “Viajes con mi tía” Graham Greene nos presenta a la desprejuiciada septuagenaria Augusta. Y también me pongo como ejemplo con mi novela “El año del bicho bolita”, protagonizada por mujeres de la llamada “tercera edad”.

El cine y el teatro parecen más abiertos al protagonismo de las maduras y las ancianas. Pero es evidente que para superar los estereotipos milenarios debe producirse un cambio radical en la escala de valores. Cuando esto ocurra el protagonismo avuncular no se asentará en la maldad (las brujas de los cuentos), o en el vicio (la Celestina), o en la extravagancia (la tía Augusta), sino fundamentalmente en la calidad de ser pensante. Simone de Beauvoir, Marguerite Duras, Hannah Arendt en la última etapa de sus vidas constituyen el mejor ejemplo: ésas son las verdaderas heroínas de la novela del siglo XX.

17 — Es porque ignoraba que se hubiese promovido alguna vez un Certamen de Autobiografías, que enterándome hace poco de que resultaste finalista en uno que se denominó “Ricardo Jones Berwyn”, en la ciudad de Gaiman, provincia de Chubut, en 2010, me intereso por saber de él.

PJ — Participé con un trabajo titulado “Flashes”. Creo que la idea original de este certamen fue estimular la narración y difusión de historias de vida de los inmigrantes galeses de esa zona, a fin de preservar su memoria; pero está abierto sin restricciones a participantes de cualquier provincia y nacionalidad.

18 — Primero: confieso que pocos caligramas lograron atraerme. Segundo: ¿exagero si afirmo que a vos te fascinan?…

PJ — Decir que me fascinan es un poco exagerado. Me encantan porque aúnan poesía y plástica, y componerlos tiene mucho de juego, es divertido. Este gusto me lo contagió Guillaume Apollinaire con  su poema “La colombe poignardée et le jet d’eau” (“La paloma apuñalada y el chorro de agua”). Pero sólo de vez en cuando me inspiro para escribir un caligrama.

Paulina Juszko en París, Francia.

* Paulina Juszko selecciona poemas inéditos de su autoría para acompañar esta entrevista:

Lo quiero igual que usted me quiso a mí, de a trozos.Dante Bertini, “Salvajes mimosas”

 

Frase que define el amor humano.

Y yo aquí,
una mañana en que tantas cosas se despiden
discretamente,
sin alharacas,
en un rincón que destila
la mansedumbre del otoño incipiente.

Olas de amor fragmentado me depositaron aquí.
Último puerto.
Finis orbis.
Contemplo.
Recojo migajas de violentos festines.
¿Es poco?
¿Es mucho?
No lo sé.
Pero intenso, luminoso y cálido.
Intensidad que no desequilibra.
Luz que no enceguece.
Calor que no consume.

*

Mimado

hostigado
pulido en recovecos y excrecencias
tigre en acecho
fiera insidiosa irritable
presta a retobarse en cualquier momento
a mostrar las uñas
a decir basta no sigo
a devorar al domador
explorado en superficie cotidianamente
—nada más extraño—
imprevisible / aterrador
(aterrador por lo imprevisible)
incensado en spasgimnasiosquirófanospasarelas
glorificado en himnos de genuflexa sumisión
tirano gozosamente aceptado.

¡Oh Dios mío / y tan poco mío!
no me abandones no me abandones
sé sutil pero resistente
pluma de
acero
ora pro nobis
robot exento de colesterol
ora pro nobis
rolex ultrasincronizado
ora pro nobis
Barbie deportiva y tersa
ora pro nobis
¡Bello-bello-bello
es el Señor de nuestros tiempos!

*

OJO

Paaaatina sobre las superficies o deja pátina
guante de cirugía aislando
elástico de honda creando espacio
cobija / destierra
achica / agranda
revela / esconde
Ver sin mirar se puede pero ¿mirar sin ver?
escudriñar
hasta el hueso y más adentro
hasta el tuétano y más adentro
hasta lo invisible
despellejar / descarnar / arañar esqueleto
y más adentro

*

Prendidos como garrapatas a nuestro cachito de planeta

que yira y yira
en el universo yirante
nosotros
los de probeta
los de laboratorio
los  no deseados
los mal
amados
los que no sabemos resolver el acertijo original
los que caminamos el desierto sin más agua que nuestras lágrimas
aferrados con uñas y dientes
a lo irrisorio
a la mínima consistencia
cabalgando micrones con ínfulas de posesión
haciendo cada mañana le tour du propriétaire
                                                  y la cuenta de nuestros bienes.

*

Hay entonces un país donde la rosa es inmortal

donde no se asiste cada día al asesinato de la belleza
donde abrimos los ojos sin un lamento
donde no hay que restallar el látigo para que los objetos

hagan su número cotidiano esperando la ocasión
de saltarnos a la garganta
donde las horas se funden entre los dientes
donde ya no se necesita la rastrera esperanza.
Ese país existe

quiero creerlo.

*

VIAJE

tan repetido
hacia la patria
flecha de fuego en busca del blanco
bajo cielos eternamente cargados de lluvia
sueño de un mar amante depositándonos en playas
infinita/eternamente doradas
espejismos deslumbrantes engarzados en el paisaje matemático
fuentes inagotables
misteriosas bestias de Rousseau grandes gatos de Blake
acechando entre el follaje o en poses de maniquí
y una luz
elástica densa demente
que se deja beber nos transita las entrañas
hasta lo más hondo
donde los veranos delirantes de la infancia.

*

Me cansé

me cansé de cansarme
tanta redondez tanto y vuelta a empezar
antaño uno podía agarrarse a los bordes del abismo
para no caer
ahora resbalamos insensiblemente como en patineta
volvemos y volvemos al punto de partida
obligados a girar con los planetas
REDONDOS

¿el universo es redondo? ¿Dios es una impenetrable esfera?

(¿Dios es una microesfera? ¿una nanobolita que se introduce rodando en cualquier intersticio para pispear sin ser visto y pasarnos luego la cuenta de nuestros errores?

¿O es una macroesfera que contiene todo lo existente y que tampoco podemos ver —y menos aún concebir— nosotros, las simples moléculas integrantes de su inmenso ser?
En cualquiera de los dos casos, estaría jugando con trampa.)

* Entrevista realizada a través del correo electrónico: en las ciudades de Villa Elisa y Buenos Aires, distantes entre sí unos 45 kilómetros, Paulina Juszko y Rolando Revagliatti.

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