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Walter Barboza 

Hay una patria necrológica. Una patria que siente cierto goce ante la muerte del adversario. Una patria que debate sobre sus héroes y mártires, sobre el destino de sus hombres. En esa patria quien no murió está a punto de hacerlo y si no murió se lo mata de todos modos.

Pasó con Kirchner cuando antes de que falleciera el año pasado, le habían inventado enfermedades incurables cuyo destino fatal era la muerte segura. Pasó hace poco tiempo con Cristina, cuando una descompensación terminó siendo para esa patria necrológica la posibilidad cierta de que el camino quedara allanado para sus adversarios.

Ni los muertos tienen paz en este lado del mundo. El secuestro del cadáver de Evita, el robo de las manos de Perón. O las miles de vida que fueron arrebatadas para dar por cumplido un objetivo político. Y así, con esas prácticas culturales que se reproducen de arriba abajo y de abajo hacia arriba, y que se multiplican y extienden en todo el territorio, ni siquiera los intendentes tienen descanso.

Ocurrió con Enrique Slezack, jefe comunal de Berisso, quien desde que asumiera la intendencia de esa comuna en el año 2003 ya murió dos veces. Basta que alguien maliciosamente eche a correr un rumor, para que inmediatamente se dispare la información como un suceso que es necesario confirmar. En la primera ocasión, en el verano de 2009, Selzack recuerda que “veraneaba en la costa atlántica cuando su hermana lo llamó para corroborar que no había sucedido nada”. Rememora que la experiencia no solo fue desagradable, sino que afectó la salud de sus familiares directos.  Pero el inconformismo de la perversidad no tiene límites: este viernes 30 de septiembre hubo una versión que corrió con muchísima insistencia durante todo el día y que volvió a señalar lo mismo a partir de un período de licencia que Slezack pidió en el Concejo Deliberante para recuperarse de una afección en su columna vertebral. Cruces telefónicos, correos electrónicos, mensajes de textos, rodaron por todo el espacio aéreo para preguntar que había de cierto en esos rumores, o si solo se trataba de palabreríos. Obviamente que sólo se trataba de una nueva broma del mal gusto, o el deseo manifiesto de alguien al que en las generales de la ley le cabe la posibilidad de aniquilar a su adversario político, aunque más no sea en la ficción o el invento de una fantasía.

En esta trama de discursos conspirativos, vale recordar la posición que los organismos de Derechos Humanos han tenido respecto de los responsables de la más atroz de las dictaduras cívico-militares. Sus miembros militaron esos espacios concientes sobre la necesidad de avanzar en la búsqueda de la verdad sin sembrar odios o rencores, pues eran plenamente concientes de la realización de los juicios en los tribunales federales para el esclarecimiento del pasado. Sin promover la venganza, los organismos de DD.HH. pudieron dar muestras de que era posible hacer justicia a través del imperio del Estado de Derecho.

El problema, en el caso de los rumores, o trascendidos, es que nadie responde por ellos. No se sabe ni el origen, ni los responsables, No se pude penar a nadie por ellos. Solamente traccionar desde lo discursivo, o desde la contra-información, para el establecimiento de la verdad. Así lo dieron por muerto a Selezack y así la veracidad de los hechos confirmó que nada había sucedido, que sólo se trataba de un trascendido mal intencionado, porque como dice el dicho “nadie muere en la víspera”.

 

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