La prensa, Cristina y de cómo intentar tapar el sol con las manos

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Walter Barboza

El tipo se acomoda los anteojos, el saco y la corbata y se apresta a contarle a la gente cuál fue el resultado de las elecciones primarias y sus pormenores. Espera el televidente ansioso datos e impresiones de lo que sucedió, para tener un panorama medianamente serio y certero. Necesita tener una interpretación de lo que él percibe a diario en la calle, en el trabajo, en el colectivo. Pero nada. Deberá esperar ese comentario o análisis que quizás nunca llegue, o llegará ya en la madrugada del lunes cuando él (televidente trasnochado) decida dormir porque tiene que levantarse temprano para ir a trabajar.

El presentador, que no se encuentra a gusto porque deberá explicar un resultado que no esperaba, pero que intuía, y que le genera una sensación semejante al miedo, la angustia o quizás la bronca, pone su mejor cara de circunstancia. La señal de televisión, no caben dudas para el televidente, es de las más vistas y su impacto es a veces inconmensurable dado su condición de medio de alcance nacional.

Y allí dispara con sus ocasionales interlocutores, que de a ratos ofician de columnistas, una catarata de análisis desopilantes, o bien decide dejarse llevar por una marea signada por un triunfalismo que nunca llegará, pues Cristina Fernández, a esa altura no caben dudas, arrasa con sus votos en todos los distritos y provincias (la excepción es San Luis).

Y así pasarán los minutos que, ese cronista, desea sean interminables. Desearía estar lejos, bien lejos. Tal vez durmiendo o aprisionando la cabeza debajo de la almohada, mientras resuena en su cabeza la palabra cincuenta por ciento (50 %). Pero más tarde o más temprano deberá tomar una decisión, como todos ese día.

Y así pasarán los minutos y las horas, interminable sucesión de fracciones de momentos que se articulan en el espacio televisivo. Pero la suerte está echada para él y los suyos,  que ahora se asumen como parte de los derrotados.

Y entonces comenzarán con su perorata: exhortarán a la oposición a dejar de lado mezquindades para unificar un bloque para las elecciones de octubre; se pasarán una hora y media analizando los por qué de la derrota de la oposición; reivindicarán en una formidable disimules el trabajo del Frente de Izquierda que encabezó Altamira, ahora convertido en una suerte de héroe nacional por haber hecho una campaña política con muy poco pero muy sentida por su deseo de pedir que lo votaran. Solo les falta pedir sangre y cuando eso ocurra destacarán sutilmente responsabilidades en la oposición por su ineptitud política; preguntarán por Lilita Carrió desafiándola a que aparezca a dar la cara; llegarán a deslizar la idea del fraude; señalarán con crudeza y casi enfado la derrota de Duhalde en Lomas de Zamora, su propio bastión.

Hasta esos límites insospechados llega el periodista-locutor que suele pedir que la gente prenda y apague la luz. Y ese trabajador ya cansado, tras una hora y media de escuchar simplificaciones en el orden de lo político, y análisis de poco vuelo, advertirá con preocupación que en esa hora y media la gran ganadora de esas elecciones, que viene a confirmar que el sistema democrático encuentra su base de sustentación en la verdadera opinión pública, no aparece. Nada. Ni una sola imagen.

Ninguneada hasta el hartazgo, Cristina con solemnidad agradecerá a la gente que la votó. Llamará a la unidad nacional. Acercará al escenario, conmovida por una situación que a veces la supera, a su hija. Grácil, Cristina va; a empellones; pasando de la palabra a la acción; inaugurando plantas fabriles; encuadrando detrás de sus figuras a los sindicatos; interpretando lo que la gente quiere; lejos de ser La Maga de Cortazar; mucho menos una chica Almodóvar; más cerca de convertirse definitivamente en una estadista.

En el camino quedará un hombre de cabeza grande y abundante pelo; un colorado devenido en dirigente de alcance nacional; el hijo de un dirigente radical que pudo haber hecho historia, si esta no se lo hubiera llevado puesto; una mujer que, crucifijo en mano,  camina a contrapelo de los tiempos; un espacio progresista que de no ser por algunos de sus integrantes estaría junto a Cristina profundizando una fuerza social más amplia. En fin, aquellos que no comprendieron que en la división internacional del trabajo los pueblos de América Latina ya no quieren especializarse en perder.

 

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