El héroe de las inundaciones de La Plata: “Yo sufrí lo de mucha gente, ahora es la primera vez, después de muchos años, que lo hablo con alguien”

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Por Alejandro Fernández (uno de los héroes anónimos de la trágica inundación del 2 y 3 de abril del 2013)

Nací en Lanús, a los nueve años nos vinimos para La Plata por las raíces familiares. Primero vivimos en 44 y 25 unos cuantos años. Cuando nos hicimos grandes cada uno fue comprando su casa. Me mudé a un departamento en 525 y 12, donde viví nueve años. Después, cuando el departamento me quedó chico, me mudé a la calle 524, hace ya 17 años.

Alejandro Fernández.

El 2 de abril de 2013 empieza a llover, a llover, a llover a la tarde. Justo al otro lado de la 7, sobre 524, un amigo, que estaba de vacaciones, había dejado estacionado su auto. Empiezo mirar y veo que el agua le llega a la rueda, después le llega al paragolpes, iba a cada rato a mirarlo, para las 7 de la tarde me empiezo a olvidar del auto y me pongo a pensar que si ahí había 60 cm, para abajo, para 10, había 1 m y medio. Empecé a pensar que a esa gente la había sorprendido el agua y que no podría salir porque había subido muy rápido.

Le digo a mi señora: “Voy a sacar la lancha del garaje y la voy a bajar para la 7, allá atrás debe haber gente que necesita una mano”. Temía que la gente pudiera llegar a pensar que salía a pasear con la lancha, ya había una persona con una moto acuática andando a fondo para todos lados y la gente le pedía que por favor no acelerara porque las olas se le metían adentro de la casa.

Pero cuando arranco la lancha se me acerca un muchacho de unos 40 años, “¿dónde vas?” me dice, me sorprendió, le digo: “mirá, voy a bajar el bote para ver si alguien necesita algo” y me dice: “¿cuánto me cobrás por llevarme a mi casa?”, le digo: “no, flaco, no, yo no voy a cobrar nada”, le digo, “voy a ver si puedo dar una mano, nada más”, me dice: “vivo en 524 entre 9 y 10, por favor, llévame a mi casa, que tengo a mi mujer y mis hijos adentro y no tengo cómo llegar”.

La correntada era inmensa, era terrible, no se podía cruzar la 7, le digo: “vení, subí, sentáte acá”, bajé la lancha en 523 y 7, agarro por la 7 hacia 524 y lo llevé hasta su casa, el muchacho bajó de la lancha llorando y en eso empiezo a sentir gente que gritaba diciendo: “por acá, por acá, nos tienen que sacar de acá”.

Me sentí desbordado, miro a todas las casas que eran bajas y me empiezo a acercar, ataba la lancha a las rejas o al palo de luz y empecé a sacar gente. El bote mío es un bote grande, semirígido, de 5 m, lleva 10 personas cómodo, me di cuenta que llevaba tanta gente que me entraba el agua por el espejo (la parte de atrás donde va el motor en la lancha), llevaba 12 personas en el bote. Llegaba con el bote lleno de agua por dentro porque iba con tanta carga y era tanto lo que iba hundido que, también, el agua se metía por los bordes. Saqué a más de 100 personas, fue desgarrador estar ahí.

Arranqué a las 9 de la noche. Empecé a sacar gente y estaba tan loco que trataba de agarrar las calles por la mano, estaba superado, ¡evitaba ir contramano con el bote por una calle! Sacaba a la gente y la llevaba para casa (me hace mal hablar de esto) donde mi mujer y un par de vecinos los atendían, les daban té o café calientes, ropa seca, toallas, frazadas (la pasé muy mal viendo estas cosas).

Arranco de vuelta el bote, me meto de otra vez, empecé andar por donde podía, por 524, por la 522, en un momento aparecí por 9 y 521, que era una parte en la que había 2 m y medio (fue una locura), me meto ahí y sacaba el bote cargado de gente, los viejitos congelados, duros, cuando los agarraba parecía que estaban muertos, no podían enderezarse, esto ya era por la 1 de la mañana, gente de 80, 90 años que cuando la sacaba del agua estaban desnudos.

En las casas quedaba un pequeño espacio para pasar por debajo del umbral de las puertas, había gente que estaba arriba de los muebles, arriba de los roperos, arriba de los autos; de 9 y 523 saqué a una pareja mayor, que estaban arriba del techo de una Eco Sport, porque sólo le quedaban 30 cm para mantener la cabeza fuera del agua, si se bajaban se ahogaban, estaban entre el techo y la camioneta, hacía como cuatro horas que estaban ahí arrollados.

Había vecinos que tenían un primer piso y desde ahí me gritaban: “fijáte, ahí, en esa casa, que tiene que haber gente”, yo golpeaba y no salía nadie, no contestaban porque creían que los iban a robar.

En un momento se me paró el motor porque se enredó la hélice en un cable, la correntada era tan fuerte que nos empezó arrastrar por 10 hacia la 520, empecé a decir a la gente que llevaba que se agarrara de algún lado, un par de muchachos se agarraron a un árbol. Me metí al agua, no hacía pie, y pude desenredar el cable del motor. Arranqué el motor y salimos de vuelta. El motor de la lancha es como el motor de un Gol en la calle, un motor mediano, normal, en el agua alcanza 40 km, que es mucha velocidad, y, aun así, había momentos en que venía a plena velocidad y no se movía por la fuerza de la correntada que lo frenaba.

Cada casa a la que iba era un problema, y yo tenía el problema de todas las casas, ya eran como las 4 de la mañana y empiezo agarrar para el lado de lo que es VEA, en 8, 524 y 525, y me llama un muchacho grandote, como de 2 m de alto, de unos 40 años, estaba con su familia detrás de la reja, no podían salir porque el agua ya había tapado la puerta.

Querían sacar a los chicos, el muchacho me dice: “lleváte a los pibes porque no puedo salir, no quiero que se me ahoguen”, subo a una pared para hablar con él y le digo, “esperá que voy hasta mi casa, traigo herramientas y desarmo las rejas para que salgan todos”, me dice: “no, loco, vos me vas a dejar, no venís más”, le digo, “¡no!, ¿cómo no voy a venir más?”, me dice, “lleváte mis hijos, lleváte a mis hijos, yo ya estoy hecho”, le digo, “vos no me conoces y me decís que me lleve a tus hijos”, me dijo, “aunque no te conozca si te los llevás van a estar vivos”.

Fui a mi casa, agarré las herramientas y volví, saqué los tornillos, desarmé la reja de hierro y saque al muchacho con toda su familia, pero había otro problema, para llevar a los chicos desde la casa hasta el bote, había que caminar por arriba de una parecita de medianera de 15 cm de espesor y 4 m de largo, caminé por esa medianera, haciendo equilibrio, llevando en brazos un bebé de meses y después a una nena de cuatro años.

Esa gente después me vinieron a visitar a casa trayéndome un dibujo de la nena que tengo guardado, un dibujo de la lancha con nosotros arriba. Éste muchacho me contó, entonces, que aquella noche, en un momento, se acostaron pensando que no tenían salvación, que iban a morir todos ahogados, se acostaron a esperar la muerte. La desesperación de la gente eran los chicos.

Fue terrible. Casos como estos hubo muchísimos. No había diferencias económicas, los pudientes estaban igual que aquellos que no tenían ni para la yerba. En medio de esas circunstancias desesperadas se había producido como una organización, la gente no se peleaba entre sí en medio del caos, hubo gente que, con el agua al pecho, me dijo: “sacá aquel que es más viejo que yo, después, si podés vení a buscarme”.

Como a las 3 de la mañana me quedo sin nafta, la lancha lleva mezcla, me dije; «si tengo nafta sin aceite se la pongo igual por más que se funda», entonces vinieron los pibes del barrio con las motos, las daban vuelta para sacar la nafta y dármela.

Como a las 3 y pico de la mañana veo un flaco, de unos 30 años, morocho, alto, mirando, quieto, entre la gente que me daba papelitos que decían: “mi papá vive en 522, número tal, ¿no lo podés traer?”. Todo el mundo pedía, el flaco no pedía nada. Le pregunto: “flaco, ¿tenés que ir a buscar a alguien?”, me dice, “no, quiero saber si puedo ayudar”, hacía mucho rato que estaba ahí, como en shock, sin decir nada, inmóvil, esperando que alguien le dieron una orden, una indicación de lo que tenía que hacer. Le dije: “vení, subí, ayudáme”. Se subió y me ayudó durante cuatro horas.

En la papelitos veíamos las direcciones e íbamos a las casas, había 1 m 80 en todos lados, cuando llegamos a la primer casa el flaco se zambulle tirándose de cabeza como si fuera una pileta, le dije, “no, flaco, no te tirés a así porque puede haber una montaña de piedras debajo del agua, tenemos que ser más tranquilos”. Era un muchacho que venía a visitar la madre a 5 y 525.

Tuve que organizarme para sacar gente, porque todo el mundo quería salir, al que tenía casa de alto le decía que me esperaran en la parte alta porque primero tenía que sacar a lo que estaban abajo, a los que tenían un techo de losa de decía que subieran al techo de losa a esperarme mientras primero sacaba a los que no tenían donde ponerse, tal es así que había gente que me putearon, porque creían que yo era de la Municipalidad, me gritaban: “hijos de puta, a esta hora vienen, son las 4 de la mañana, hace 6 horas que estamos con agua”, yo le tenía que explicar que era un vecino que estaba dando una mano.

En dos ocasiones me quedé pegado por la corriente, la altura del bote es 60 cm, más el agua estaba a 1 m 80 del piso, a los 2 m está a la altura de los palos de la luz y los palos de los medidores, así que lo más cómodo que tenés para agarrarte es el palo de la luz o el palo del medidor. Entonces en dos ocasiones me agarré del palo del medidor y me quedó la mano pegada, en un caso no quede aferrado porque el palo era grande y al cerrarse los dedos se desprendieron, en la otra ocasión la electricidad me agarró en la punta de los dedos y pude sacar la mano a tiempo.

En un momento me dije: “no sé qué hago acá, si me ahogo o me muero electrocutado sacrifico a mi familia”, pero seguí porque sentía los gritos de la gente que venían desde dentro de las casas y si me volvía a la mía a meterme en la cama y los abandonaba esos gritos no me iban a dejar dormir nunca más. Me quedé, arriesgando mi vida, pero a cambio hoy puedo dormir tranquilo. No desatendí a ninguno de esos llamados. No deje a nadie tirado.

A una sola familia no lleve, fue una pareja que tenía como seis perros, que estaban en una casa de alto, me preguntaron si podía llevar a los perros, yo le dije: “por el momento prefiero llevar a la gente, cuando terminé te prometo que vengo a buscarlos”, me dijeron, “nos quedamos con los perros”. Es la única gente que se quedó en su casa por sus perros. Pero después nadie puede decir: “la lancha pasó y no me llevó”. Nadie. Iba y venía, iba y venía, iba y venía.

En un momento viene una pibita, de uno 16 años, me dice: “¿me llevás a mi casa?”, al revés de todo el mundo ella quería ir al agua, a 8 y 522, le pregunto: “¿para que querés ir a tu casa?”, me dice: “porque le dije a mi papá que estoy acá, que está todo bien, pero me quiero ir a mi casa con ellos”.

La piba quería ver a su familia que estaban bien en un primer piso, la subo a la lancha, la llevo hasta su casa y se la dejo a sus padres y el padre al verla dice: “llegaste hija, menos mal que viniste en taxi”. Hay gente que en medio del drama conserva el humor. En la 523, a la altura de “La Primavera”, una mujer que estaba parada en el techo cuando la estoy rescatando me dice: “che, saliste a pescar ¡y no trajiste las cañas!”

Había un hombre con un hijo discapacitado de 17 años, en 9 y 523, al que saqué con silla de rueda y todo, que después el padre lo tuvo que traer a mi casa porque me quería dar las gracias por haberlo sacado del agua con “el barco” y quería ver y tocar “el barco”. Esto me conmovió profundamente.

En 524 y 9 había unos muchachos riojanos que estaban estudiando acá, en una casita muy bajita, estaban arriba del techo, me acerco y les digo: “déjeme sacar más gente que después los vengo a buscar”, me dijeron, “no hay problema, hace tranquilo todo, nosotros te esperamos”, después los fui a buscar y los traje cuando el agua ya había les alcanzado el techo. A los tres días para un auto en casa, eran los tres muchachos con los padres que habían venido de La Rioja a agradecerme. Me abrazaban y me besaban emocionados.

Como las cuatro y pico de la mañana, ahí donde está “La Primavera”, había enfrente un matrimonio que estaba arriba del techo de la casa, yo iba recontra cargado de gente, y el tipo me gritaba: “¿cuánto te tengo que pagar para que me saques?”, yo no podía parar por lo intensa que era la correntada, sólo le pude contestar marchando, que no cobraba nada, que sólo iba sacando primero a los que estaban más jodidos.

A las 7:30 de la mañana, miro a una Peugeout Parner que estaba frente al Banco (toda la noche había estado ahí) porque alguien me estaba haciendo señas desde dentro de la camioneta, que tenía agua hasta la mitad, me acerco y me dice: “¿no me llevás hasta mi casa?”, le digo, “si, no hay problema, ¿toda la noche estuviste acá?”, me dice, “si, yo te vi desde que bajaste el bote para empezar a rescatar a la gente, pero no te quería molestar porque estaba más o menos bien”.

Era un matrimonio de más de 60 años, estaban todos empapados, habían pasado toda la noche con la mitad del cuerpo bajo el agua porque no habían querido molestarme para que yo pudiera rescatar a gente más necesitada. Me dice: “vivo en 9 y 523, ¿no sabés si llegó agua a mi casa?”. Le dije que no lo podía llevar a su casa porque ahí todavía había 1 m 60 de agua. No me podían creer, los tuve que llevar igual para que me creyeran.

En 9 y 524, hay una casa umbral de 20 cm de altura, cuando empieza aclarar veo que hay una mujer de 1 m 60, parada en el umbral, toda endurecida, quieta como una estatua, me acerco y le pregunto: “¿de qué hora estas acá?”, me dice, “desde las 11 de la noche”, estaba dura, fría, como una persona muerta. Así salía la gente del agua: tiesa.

La única lancha que andaba por la zona era la mía. Fue el único bote que hubo en la zona. El auxilio recién llegó a las 9 de la mañana, cuando ya el agua había bajado. Fue en ese momento en el que me fui a dormir hecho un trapo. Después, cuando di una vuelta por el barrio parecía Kosovo. Parecía que había explotado todo.

Un día estoy una ferretería, en 523 bis, y el ferretero me pregunta por el bote, entonces uno de los clientes que estaba esperando se me acerca me da un fuerte abrazo, me dice: “por fin te conozco, ¡gracias!, yo soy el que estaba en 9 y 523”.

Ahí había 1 m 60 de agua y no podía salir de la casa, con la mujer y tres chicos, no tenía planta alta y no podía salir, las salidas estaban todas con portones eléctricos. Cuando escuchó el bote me llama, me acerco a la casa, y pude abrir un portón eléctrico sin romper la puerta, porque tiene un sistema como hidráulico que haciendo mucha fuerza sacando la llave cede. Estaban arriba de un auto y saqué a toda la familia agarrándolos y haciendo que pasaran por un huequito.

Al bote no lo pude tener más en mi casa porque los vecinos pasaban a acariciarlo permanentemente, lo tuve que llevar al taller. A veces gente, manejando autos de alta gama, cuando pasaba por mi casa, frenaba, se bajaba para acariciarlo y decía: “este bote me salvó la vida” y seguía. A veces se juntaban 10 o 15 personas alrededor del bote para mirarlo y darle las gracias. Ahora lo reparé todo y lo tengo en venta pero en el taller. Un amigo me dijo que le cambiara el nombre, que le pusiera: “La lancha del rescate”, pero no se les cambia el nombre a las embarcaciones, se llama “Guajiro”.

Uno no está preparado para vivir estas cosas, tal vez sólo los bomberos lo están, yo sufrí lo de mucha gente, ahora es la primera vez, después de muchos años, que lo hablo con alguien. Esto nunca se lo conté a nadie, hasta hoy no había podido hablar de esto.

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