El Mariscal y los tres Eternautas

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Daniel Cecchini

Todo era posible en el universo de Francisco Solano López. Incluso que alguna vez un dibujante y un guionista se confabularan para contar la historia de un general derrotado en una guerra injusta quien, en el momento mismo de su muerte, sueña con que un siglo más tarde alguien que lleva su propio nombre –y que dibuja– se confabulará con un guionista para contar la historia de otro hombre, un hombre que sin ser general ni haberlo soñado nunca, se ve obligado también a librar incontables batallas resistiendo una invasión extraterrestre.

Sería la improbable historia del mariscal Francisco Solano López soñando con que otro Francisco Solano López, dibujante, se confabula con el guionista Héctor Germán Oesterheld para contar la historia de Juan Salvo, El Eternauta, un hombre que resiste tan heroicamente como él, Francisco Solano López, el primero, el mariscal derrotado. Todo era posible en ese universo y a Francisco Solano López, el segundo, le gustaba esa idea que ya no será porque desde el viernes está muerto y no podrá confabularse, una vez más, con un guionista para contar una historia.
Francisco Solano López siempre quiso contar la Guerra de la Triple Alianza. Lo intentó en su exilio español, con guión de su hijo Gabriel. Lograron publicar una introducción en varias revistas, pero no pudieron pasar de ahí. Nadie quiso comprarles la saga. Y siempre lo lamentó. Es que a Solano López le pesaba –mucho y bien– esa familiaridad con el mariscal paraguayo, de quien era, definía, “sobrino-bisnieto”.
También jugaba con ese parentesco. “Tengo una anécdota de infancia, de ésas que uno no recordaría si no se las hubieran contado. Yo era un dibujante precoz, desde los cuatro o los cinco años, y a los ocho me seleccionaron para un concurso de dibujo para alumnos de las escuelas de la Capital Federal. Se hacía en el salón de actos del Instituto Bernasconi, y allí me llevaron mi tía, que era maestra, y la directora del colegio. Se encontraron con otras maestras y, en el momento de las presentaciones, alguien dijo: ‘Bueno, acá tenemos a un descendiente de la familia del mariscal del Paraguay’. Entonces, una de las maestras me preguntó: ‘¿Así que vos sos descendiente del mariscal?’, y yo le contesté que había ido ahí a un concurso de dibujo, no a darme corte con mis parientes”, me contó la última vez que lo entrevisté.
Francisco Solano López nació el 26 de octubre de 1928, en Buenos Aires, en una casa de la avenida Córdoba, frente al Hospital de Clínicas. Su padre murió la madrugada del día en que cumplió ocho años. Para seguir en contacto con él, se encerraba en la biblioteca a leer los libros que habían sido suyos. Así conoció a Dumas, a Freud y a Marañón. Para escapar de un hogar lleno de mujeres ingresó al Liceo Militar: “Me fui en cuarto año, no era para mí”, contaba. Su madre fue enemiga acérrima de su vocación, al punto de tirar todos sus dibujos infantiles. Para conformarla, su primer trabajo fue en un banco, pero el día en que cumplió 21 años renunció y le dijo: “Voy a vivir de lo que gane como dibujante, si en un año no puedo, vuelvo a buscar otro trabajo”. Nunca tuvo que hacerlo.
A poco de empezar, se cruzó con Héctor Oesterheld, colaborando enMisterix, de Editorial Abril. Se llevaban bien haciendo Bull Rocket, un héroe típicamente norteamericano, pero a los dos los sedujo la idea de trabajar con protagonistas argentinos, que tuvieran giros idiomáticos, costumbres y tics en los que los lectores pudieran reconocerse. Oesterheld se jugó la patriada de la editorial propia, Frontera, y la traspasaron con ganas. El primer personaje fue Rolo, el marciano adoptivo, un extraterrestre que era maestro de escuela, líder de la barra del café y presidente del club del barrio. Poco después parieron a Joe Zonda, un morocho mendocino que había aprendido de todo por correspondencia, desde reparar radios hasta pilotear aviones.
De esa matriz nació El Eternauta, que empezaron a publicar en elSuplemento Semanal de Hora Cero. Que sea Francisco Solano López quien hable de ella: “No la hicimos pensando en que íbamos a descubrir la América de los historietistas. El original salió a la calle en 1957, pero no puede hablarse de intencionalidad política sino, en todo caso, de un producto de la casualidad y del inconsciente colectivo que anidaba en nuestras personalidades y se manifestaba en nuestro trabajo y que, a su vez, se encontraba con la sensibilidad y cierta manera de captar el relato que podían tener los jóvenes de la época. Porque la existencia de una dictadura militar, de persecuciones políticas, de resistencia a la interrupción de la democracia permitían esas lecturas”, me contó una vez.
El Eternauta, hoy parte de la historia grande de la historieta argentina, fue un verdadero suceso cuando apareció. En poco tiempo, Frontera llegó a vender 200.000 ejemplares del Suplemento Semanal de Hora Cero. Solano López lo dibujó en tres ocasiones, las dos primeras veces con guión de Oesterheld; la última escrita por Pablo Maiztegui.
Nunca renegó de la segunda versión, pero no le gustaba y lo decía: “Héctor había seguido a sus hijas en su militancia en Montoneros e incluso había integrado el comité ejecutivo del diario Noticias, donde también había publicado una tira diaria, La guerra de los Antares.Desde esa posición, cuando le ofrecieron hacer la continuación de El Eternauta hizo un Eternauta montonero. A mí no me gustaba, lo veía mal. No soportaba a los militares pero pensaba, como mucha otra gente, que en una sociedad estructurada como la argentina la lucha armada no podía tener el mismo resultado que en otros países con estructuras más simples, como Cuba o Nicaragua. El resultado fue catastrófico y lo vemos hoy, a Oesterheld lo asesinaron y nos faltan 30.000 muchachos que serían la base para que todo nos fuera mucho mejor”.
Se fue al exilio para salvar la vida de Gabriel, uno de sus hijos, militante de Montoneros, detenido y milagrosamente “blanqueado”. Cuando lo detuvieron, Solano fue y les dijo: “Si ustedes me lo entregan, yo me voy con él mañana del país y no vuelvo nunca más”. El destino fue España, donde Gabriel se convirtió en su compañero de trabajo y guionista de Ana y de Historias tristes.
Esperó décadas para volver al Eternauta y enfrentar el vacío de la ausencia de Oesterheld. Pero sentía que tenía una deuda pendiente y la saldó con la tercera parte, El Regreso. “Pienso que en el desarrollo de esa historia se trasluce una metáfora simplificada de lo que era el menemismo, el neoliberalismo argentino y latinoamericano, a través de la actividad de los Manos como personajes dirigentes un poco en las sombras”, la definió. Y a fines de 2008, la última vez que lo entrevisté, quería ir por más: “Todavía tenemos pendiente el cierre del círculo, el reencuentro de El Eternauta, ya rescatando a su hija, una muchacha bajo la protección de uno de los dirigentes de los Manos. Y la chica y el padre se reúnen con sus amigos para poder encontrar a la madre, a Elena. Lo que da lugar para otra serie inacabable de relatos que pueden estar a cargo del propio Eternauta o de Elena, que también puede contar lo que le pasó”.
No pudo ser. Francisco Solano López murió el viernes, de madrugada. Quizá, mientras se estaba yendo, haya soñado con un dibujante que se confabula con un guionista para nunca acabar de contar.

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