Una crónica de lo siniestro

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Si todo hubiera sido una pesadilla, con despertar alcanzaba, pero todo fue parte, y es, de una realidad que hay que comenzar a prever, y comenzar a buscarle la vuelta para que lo imprevisto nos sorprenda menos, mucho más cuando están en juego vidas humanas, y los logros que muchos alcanzaron, tras toda una vida de trabajo y sacrificio.

Osvaldo Drozd

Foto: Télam

El martes por la tarde comenzó a llover en la ciudad de las diagonales, pero nadie sospechaba la dimensión de lo que iba a suceder. Muchos en la tarde platense se asombraban viendo por televisión las imágenes de las inundaciones en la ciudad de Buenos Aires, pero nadie imaginaba que en esos mismos instantes, muchos sitios de la ciudad comenzaban a quedar debajo del agua. Sin lugar a dudas las precipitaciones fueron desmedidas y no cesaban, en el lapso comprendido entre las 4 de la tarde y la medianoche, que fue cuando dejó de llover copiosamente.

A pesar de la pronunciada precipitación, mucha gente caminaba por las calles, algunas sin luz, los micros no pasaban y mucho menos los taxis. En algunos puntos de la ciudad colas de autos hacían fila sin moverse del lugar. Estaban varados esperando que deje de llover y que el agua que en algunas calles superaba los dos metros, les permita proseguir el viaje, mientras más allá se veían automóviles a los cuales con suerte se les podía ver su parte superior, o montados encima de otro vehículo. También los colectivos estaban varados, algunos por más de 12 horas, desde la tarde hasta el amanecer, con pasajeros que pasaron toda la noche ahí. Por las calles ya pasada la medianoche mucha gente caminaba intentando llegar hasta los lugares que ningún móvil podía acercarlos. Pero hacer eso era un verdadero riesgo, si se tiene en cuenta que cruzar calles donde no había energía eléctrica, y la altura del agua era aproximada a la del que lo intentaba, sumado que la correntada era bastante fuerte. La posibilidad de pisar dentro de un pozo, o de una boca de tormenta sin rejillas, podía ser una forma muy tétrica de desaparecer. Mucho más quedar electrocutado en el intento.

Cruzar de la calle 19 hacia el centro o la estación de trenes, resultaba un imposible, y muchos trabajadores varados se inquietaban porque no iban a llegar a tiempo a sus destinos. Un colectivero de la línea Oeste que terminaba su turno a las 21, para regresar a su casa de Ensenada, la jornada laboral se le extendió hasta las 9 de la mañana del otro día. Mientras tanto llamaba a su familia por celular para saber cómo estaban. En Ensenada si bien llovió igual, no hubo inundaciones, salvo las zonas colindantes con el casco urbano platense, como el barrio de El Dique. Tampoco pasó demasiado en Berisso, con la excepción de la zona denominada La Franja que también es la que está situada del lado platense.

Cuando paró de llover  aproximadamente a la medianoche, todos comenzaban a suponer que en una hora el agua bajaría y los micros y los autos iban a poder continuar, pero el agua no bajó hasta después del amanecer. Los desagües no daban abasto. Las hojas del otoño y la basura en las calles tras casi una semana de vacaciones era mucha.

Por la mañana algunos lugares seguían inundados, pero ver otros donde el agua había bajado era realmente conmovedor. Los comerciantes sacando toda la mercadería perdida, los autos montados unos sobre otros, los vecinos desconsolados en las veredas, hasta un kiosco de diarios corrido de lugar, tal vez por la correntada o por el choque de algún auto flotante.

Si todo hubiera sido una pesadilla, con despertar alcanzaba, pero todo fue parte, y es, de una realidad que hay que comenzar a prever, y comenzar a buscarle la vuelta para que lo imprevisto nos sorprenda menos, mucho más cuando están en juego vidas humanas, y los logros que muchos alcanzaron, tras toda una vida de trabajo y sacrificio.

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