“Aguirre, la ira de Dios” y la defensa de Evo Morales

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La película, rodada en el año 1972 en plena selva peruana, tiene un doble significado: mostrar de qué manera la conquista de América fue una aventura alocada, y perversa, y de qué modo los pueblos originarios eran brutalmente sometidos por los españoles llegados a estar tierras.

Walter Barbozaaguirre.m

“Yo soy Aguirre, la ira de Dios”, exclama el actor Klaus Kinski, mientras proclama su deseo de formar su propio reino y su propia dinastía en pleno Río Amazonas. Su expedición en la búsqueda de la mítica ciudad de El Dorado ha fracasado y en la expedición sus hombres mueren de hambre o de malaria, cuando no víctimas de las conspiraciones internas de un grupo humano en plena crisis. En su film, el Director Alemán Werner Herzog narra las desventuras de un grupo de expedicionarios encabezados por el comandante Lope de Aguirre que, en una suerte de acto de autonomía política, intenta buscar una ciudad imaginada por los pueblos originarios en plena selva Amazona, en la que yacen supuestas ciudades y estatuas de oro.

La película, rodada en el año 1972 en plena selva peruana, tiene un doble significado: mostrar de qué manera la conquista de América fue una aventura alocada, y perversa, y de qué modo los pueblos originarios eran brutalmente sometidos por los españoles llegados a estar tierras.

Sin embargo, la película encierra una gran paradoja, un “metalenguaje” del que Herzog no pudo escapar y que fue denunciado por Kinski en algunas de las tantas declaraciones que el actor hizo antes de su fallecimiento en 1991: “Para sus películas echa mano de personas poco desarrolladas mentalmente y de diletantes, a los que puede manejar a su antojo (¡y, supuestamente, hipnotizar!), y a los que paga un salario de hambre, y eso si les paga”. O bien en afirmaciones de este tipo: “Su supuesto talento consiste únicamente en torturar criaturas indefensas y, si hace falta, matarlas de cansancio o asesinarlas”.

La crudeza con la que Kinski narra su experiencia con el director alemán está vinculada también a la fuerte personalidad de Kinski,  a quien sus compañeros de trabajo y el propio Herzog nunca dudaron en definir como un sujeto inestable, “irascible” y “violento”. Sin embargo esa experiencia deja entrever que Herzog,  en su intento -si es que lo hubo- por reivindicar a los pueblos originarios, apela a la explotación de los trabajadores peruanos que colaboraron en el film. Esa contradicción ha dejado a Herzog, en la historia del cine de culto, en una situación al menos incómoda porque otro tanto ocurrió con su film “Fiztcarraldo”.

Está claro que Herzog pudo hacer lo que hizo con sus películas, porque los rodajes se llevaron adelante entre la década del setenta y comienzos de los ochenta. De ningún modo hoy podría realizar semejante incursión, sobre todo atento al cambio de época en el que la consolidación de un conjunto significativo de derechos, ha permitido a los pueblos originarios de esta parte del mundo avanzar en sus reivindicaciones.

El anecdotario de Herzog, señala las regularidades en la cultura occidental respecto de la mirada histórica que han tenido sobre los pueblos de Suramérica. El “ninguneo” al que intentaron someter al Presidente Evo Morales  -de quien los norteamericanos sospechaban que llevaba en su interior al espía Edward Snowden-  violando las normativas internacionales existentes, demuestra el menoscabo y el desprecio que tienen los estados nacionales que acataron el pedido de Estados Unidos, por los pueblos libres de esta región.

Cual Lope de Aguirre, el embajador español en Viena quiso inspeccionar el avión del presidente Morales antes de otorgar el permiso de aterrizaje en el aeropuerto de Madrid. Solo faltó pedirle que tocara para él, como en esa escena en la que un miembro de la comunidad peruana ejecuta su flauta de pan (sikus) en plena selva amazónica.

No es extraño, ya en la XVII Cumbre Iberoamericana de Jefes de Estado, ocurrida en Santiago de Chile el 10 de noviembre de 2007, el rey de España, Juan Carlos I, le espetó al comandante Hugo Chávez: “¿Por qué no te callas?”

El intento de inspeccionar el avión de Evo Morales y el exabrupto poco decoroso del Rey Español con Chávez, encierra una metáfora contumaz: el intento frustrado de una vuelta al pasado, el de una América Latina permeable a las políticas imperialistas. Pero a la vez son dos hechos que marcan fuertemente la potencia del proceso político latinoamericano y la dimensión significativa de un cambio de época: la resistencia a ser el patio trasero de Estados Unidos y el rechazo a la dependencia económica con los países europeos.

En su relato “Breve historia de la siembra de la democracia en América Latina”, el escritor y periodista uruguayo, Eduardo Galeano, escribe a propósito de las intervenciones de Norteamérica en América Latina: “Y algo parecido ocurrió en Bolivia donde algún estudioso llegó a la conclusión de que los Estados Unidos eran el único país donde no había golpes de estado, porque allí no había embajada de los Estado Unidos”.

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