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Opinión

Por Antonio Nicolau

Que gobiernen los ricos porque no roban es ya un enunciado tragicómico, falto de calidad intelectual. La realidad actual contrarresta empíricamente esta afirmación. La hipótesis es falaz porque el razonamiento es incorrecto aunque psicológicamente persuasivo. La inmensa mayoría de ellos (por no decir todos para no caer en una fórmula totalizante) lo es por haber robado. Afirmación taxativa que se arrastra desde la época de la colonia.

Bajo distintos formatos, algunos sutiles y sofisticados y otros no tanto (como el caso escandaloso del Correo Argentino y de SOCMA, o de Papel Prensa por poner tan solo un par de ejemplos) la riqueza propiamente dicha, la que multiplica los millones aquí y en los paraísos fiscales, no se adquiere ‘trabajando honradamente’. Afirmar una cosa semejante es exponerse al escarnio público o pecar de una ingenuidad rayana a la idiotez o irracionalidad si no gusta el término.

Está claro que no hablamos de los bolsos de López. Eso no es riqueza, es estupidez. Nueve bolsos de dinero equivalentes a casi diez millones de dólares representan tan solo una décima parte de los más de 1600 millones de dólares del Grupo Macri evadidos ‘legalmente’ a distintos puntos del planeta desde hace muchos años. Desde la época oscura de la Argentina dominada por las tres armas, hasta su sucesión en la etapa del festival del ‘deme dos’. Desde tan lejos viene el contubernio. Ello no justifica a López. Deberá ir preso si así la justicia lo dictamina. Lo mismo Lázaro (no el bíblico). Pero una cosa es López (y su par) como ladrón y otra es López como entretenimiento mediático para que los elefantes del circo gubernamental, desfilen detrás (en algunos casos, delante) de la ciudadanía sin que a nadie se le mueva un solo pelo. Eso…, se llama estupidez. Crudamente.

Aquí y allá, los sectores dominantes conquistan su condición por haber aplicado o bien la fuerza (siempre bruta, por cierto) o bien la persuasión engañosa (más engañosa que persuasión).

Otro tanto ocurre en la articulación con factores de poder, cómplices sutiles de la trama depredatoria de los ricos. Los medios de comunicación, vulgarmente llamados hegemónicos (habría que hacer un excursus del término ‘hegemonía’ que aquí es utilizado en el sentido en que rústicamente se lo reconoce) son propicios colaboradores en la producción del sentido común, siempre a favor de las clases dominantes. Estafadores de la conciencia. Manipuladores de la verdad. Falsificadores de imagen. Confabuladores de la buena fe del pueblo. Forjadores de la mentira. Solía decir un filósofo alemán barbado: “Las ideas dominantes son las ideas de las clases dominantes”. Tenía razón. Y los medios dominantes pertenecen a las clases dominantes. ¿Casualidad? ¿Coincidencia?

Que un robo es un robo per se y no se puede medir por la cantidad, también es una expresión ingenua. Es producto de la ‘moralina’ de baja monta de la que nos han apestado la conciencia y la razón por cientos de años. Desde la conquista expoliadora de América. No es lo mismo robar una billetera – claro que es un robo a secas y merece punición – que despojar a un pueblo… o a varios, como en la conquista de América. Quienes ejercen el delito de uno y otro pertenecen a distintos sectores sociales y tienen, por tanto, acaso como si fuera ‘natural’, una valoración distinta. Las cárceles lo atestiguan. Miles de presos por robar unos pocos céntimos y cientos de ‘facinerosos libres’ que han despojado literalmente a millones de argentinos por décadas. Hay ‘algo’ que no cierra. Los ‘ladrones de gallinas’ (como se les llama vulgarmente haciendo referencia a la hurtadilla menor) que se encuentran presos, (el 60% de la población carcelaria aguarda la sentencia definitiva de un juez), pertenecen a las clases más bajas de la sociedad mientras que los ‘facinerosos libres’ pertenecen a las clases dominantes que, por dominantes, tienen poder sobre la justicia, lo que les habilita la libertad no solo de circulación, sino también de continuidad de sus delitos. Los pobres son doblemente víctimas: por la explotación primero, por la (in)justicia después. ¿Son solo los pobres los delincuentes? Gustave Le Bon, Hipolytte Taine y Cesare Lombroso, por nombrar algunos divulgadores de la asociación pobreza-barbarie-delincuencia, habían postulado en el siglo XIX, la ‘patología de las masas’, dando lugar a consolidar el argumento de la naturaleza delincuencial del ‘bajo pueblo’ o la ‘plebe’. Es el sujeto Otro al que hay que exterminar (no del todo puesto que tienen que realizar las tareas que los altos sectores no están dispuestos a realizar). El exterminio es el efecto. El odio, la causal. Bajo formas raciales, o de clase (casi que se identifican), o de posición social, o todas ellas juntas y combinadas, aquellos representan una real ‘amenaza’ a la civilización. O tal vez, sea esta la causa segunda y la causa primera sea el miedo. El miedo no siempre paraliza. A veces conduce a conflictos. Sobre todo si se siente amenazado quien porta cierto poder que presume está en juego.

¿Qué queda entonces sobre la motivación de las clases dominantes a seguir siendo dominantes aún a costa de la explotación? ¿Qué queda pensar sobre el gobierno de los CEOS de la Argentina de hoy? ¿Para qué quieren más poder si ya lo tienen en forma desmedida? ¿Tras qué nueva ambición corren? ¿Qué miedos portan en la distribución de su riqueza? ¿Es la justicia distributiva acaso una amenaza? ¿En qué se modificaría su status social si dejaran de ganar de más y otros accedieran a condiciones dignas de vida? La psicología tiene allí su metier.

En mi humilde opinión, el daño… esa…, es la única intención.

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